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Me asomé por la ventana y comprobé que era cierto el mensaje de Evan. Él ya estaba esperándome afuera.

Me guardé el celular en mi bolsillo trasero y me di una repasada en el espejo una vez más. Arreglé algunos mechones de pelo rebelde que se habían salido de su lugar y respiré hondo. Ya estaba lista para lo que sea que iba a suceder.

Al final me había decidido por un jean ancho y de tiro alto, junto a un suéter blanco y de cuello tortuga. Había definido un poco más los rulos de mi cabello al hacerme media coleta. Cogí mi abrigo antes de asentir para mí y salir de mi cuarto.

Volví a colgarme la llave del cuello al cerrar la puerta de ésta. La escondí debajo de mi suéter. Si no la llevara encima, juro que se me perdería.

Bajé las escaleras con un nudo en el estómago. Sentía muchos nervios y no sabía con exactitud a qué se debían. ¿Tal vez eran por no saber el lugar exacto? ¿O eran más bien porque tendría que pasar tiempo a solas con Evan?

—Quizás por ambas —susurré cuando ya estuve en el último escalón.

Detallé el panorama que se presentaba ante mí. Mis dos hermanos estaban en el sillón, jugando con la consola y mirando la pantalla sin prestar atención a nada más. Ambos tenían auriculares puestos.

Caminé de puntitas hasta estar cerca del sofá, rogando para que no me vieran. Traté de ser lo más sigilosa posible y... Fue justo ahí cuando decaí en que mis hermanos no se encontraban solos. Kira Smith estaba sentada en medio de ellos, con su larga cabellera rubia y sus grandes ojos verdes fijos en la partida.

Me quedé estancada en mi lugar, petrificada. Ella reía al compás de ambos. Su risa llenaba el lugar entero. Estaban divirtiéndose, ajenos completamente a mí. Fue entonces cuando supe que ella no estaba enterada de que ellos eran mis parientes. Luca y George no se lo hubieran dicho a nadie por voluntad propia. No era algo de lo que estuvieran orgullosos. Además, no había ninguna foto mía en la sala que representara que yo también era parte de la familia, ni siquiera salía en la gran y dichosa foto familiar que estaba postrada en un lujoso marco arriba de la chimenea.

No la culpo por no saberlo, al parecer, lo único que compartía con ellos era un apellido. Nada más. No había alguna otra relación entre nosotros. Y no precisamente porque yo no haya querido.

Sonreí al verlos reírse por una jugada que ella había hecho. Vitorearon y la zarandearon con fuerza, con las carcajadas brotando en el aire todavía. Ganaron por su culpa. Aproveché tanto alboroto para salir sin ser vista por la puerta principal.

El aire nocturno me recibió y me sentí cómoda con mi elección de ropa. Visualicé el auto de Evan a un par de metros y caminé con más confianza hasta abrir la puerta del copiloto.

Cerré detrás de mí cuando estuve dentro.

—Hola pelirrojo —saludé, girándome a verlo—. ¿No te molesta que te diga así, cierto?

Bajó la vista por un momento y sonrió para sí mismo, como si estuviera recordando algo. El cabello le cayó sobre la frente y su sonrisa de perfil fue lo único que alcancé a ver desde mi asiento.

—No, no me molesta —concedió, aún con la misma expresión—. Hola.

—Genial —respondí—. Siempre quise llamar a alguien así, pero ya sabes, no hay muchos pelirrojos por aquí.

Y mucho menos pelirrojos que me hablen.

Sacudió la cabeza y puso en marcha el auto.

—No me gusta que me digan así —confesó y yo arrugué la frente—. Solo hay una persona que puede hacerlo sin que me disguste.

Ouh.

Entonces ¿por qué había dicho que sí podía llamarlo de ese modo? Ahora me sentía un poco tonta. Tenía que aprender a mantenerme callada.

—Ah... vale —mascullé, observando los árboles pasar por la ventana. Había hecho bien en coger un abrigo. No tenía ganas de pescar un resfriado.

Sentí su mirada clavada en mi perfil, pero no me giré a verlo. Jugué con mis dedos en mi regazo. Traté de adivinar a dónde iríamos mirando por la ventana, pero me rendí cuando me di cuenta de que no adivinaría.

—A veces eres tan distraída —comentó, haciendo que le echara un vistazo.

Lo pronunció muy bajito, casi como si se le hubiera escapado de los labios.

—Me lo dicen a menudo —concedí, en el mismo tono de voz.

De pronto mi vista se dirigió a la radio del auto. Una idea se me cruzó por la mente y mis dedos cosquillearon, pero no me atrevía a pedirlo. Evan siguió mi mirada y pareció leerlo en mis ojos.

—Toda tuya —pronunció.

Sonreí a medias y saqué mi móvil. Lo conecté al Bluetooth del auto enseguida. La lista de reproducción empezó a sonar desde donde la había dejado.

—¿Esa es Olivia Rodrigo? —me preguntó, viéndome con una mueca que me hizo soltar una carcajada.

—¡Sí! —afirmé—. ¿Nunca la habías escuchado?

Frunce los labios.

—Pues... sí, pero ¿sus canciones no tratan de rupturas amorosas o algo así?

Asiento, moviendo la cabeza al ritmo de Brutal.

—¡Lo sé! Eso lo hace estupendo.

—¿No tienes que estar despechada para sentir el álbum de verdad?

—Créeme, no me faltan más decepciones en mi vida para sentir el álbum —murmuré, inclinándome hacia delante—. Vamos, Evan, canta.

—No me sé las canciones —fue su respuesta.

—Si te las supieras, ¿cantarías conmigo?

—Cantaría contigo sin necesidad de estar despechado.

Sonreí por eso y me recosté en el asiento sin dejar de mirarlo. Me gustaba la familiaridad que flotaba en el ambiente cada vez que hablaba con él.

—Pues espero que te guste mucho cantar, porque haré que te aprendas cada una de las canciones de mi playlist.

No replica nada. El resto del camino me echa un vistazo cada vez que me ve viviendo la canción —lo cual es todo el tiempo—. Me observa con una sonrisa curvándole los labios y un nuevo brillo apoderándose de sus ojos celestes. Estoy tan distraída cantando que no me percato de que el auto se ha detenido.

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora