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¿Qué me pongo?

Esa pregunta no abandona mi cabeza desde que me planté delante de mi armario. Suspiro por enésima vez en diez minutos y vuelvo a repasar mi ropa, mirando mis opciones. Señalé las prendas con un dedo amenazador.

—No me están cooperando —musité.

Me dejé caer en la cama con un resoplido y miré el reloj, gruñendo. Aún faltaba para que la aguja marcara las siete. Aún tenía tiempo.

—Todo esto sería más fácil si el pelirrojo me hubiera dicho a dónde vamos.

No importó cuánto le preguntara o le rogara que me dijera, él no lo hizo. Quiso hacerse el misterioso. Dijo que me gustaría, pero la verdad no tenía ni idea de a qué lugar me llevaría. Y ahora me tenía aquí, sufriendo y preguntándome cuál ropa sería la indicada para la ocasión.

Tenía que admitir que estaba un poquitín nerviosa. La propuesta de Evan me había pillado desprevenida y para ser sincera conmigo misma, esperé a que se retractara o a que se tratara de una broma, pero él no bromeó con nada de eso. Solo me sonrió, y fue una linda sonrisa.

Mi mente estaba tratando de evitar pensar en todo lo relacionado con Audrey y esto me vendría bien para ayudar a despejarme. Solo esperaba que no me llevara a un lugar con mucha gente. Socializar no se me daba bien. Nada bien.

Me puse de pie de un brinco, con los ojos abiertos al pensar en esa posibilidad.

—¿Y si me lleva a una discoteca? —pregunté a la nada—. ¿O a una fiesta en la piscina o algo parecido?

Sacudí la cabeza, intentando tranquilizarme. Evalúe mis opciones. Vale, por un lado podría tratar de adivinar a dónde me llevaría y con un poco de suerte, atinaría. Por otro lado, podría simplemente llamarlo y pedirle que me diera una pequeña pista.

Creo que me iría por la segunda opción, eso de tener suerte no era lo mío.

Miré mi celular en la peinadora y lo tomé con las manos temblorosas. Busqué en la lista de contactos y presioné su nombre.

Me mordí el interior de la mejilla, nerviosa. Ya no estaba tan segura de esto, ¿y si estaba ocupado? ¿Y si aún no quería hablar conmigo? ¿Y si le fastidiaba mi llamada?

Observé su contacto en mi pantalla, frunciendo la boca y entonces, por error, pasé el dedo por encima al volver a dejarlo en la mesa.

¿He mencionado que nunca tengo suerte?

—Oh, oh —lamenté, chillando—. ¡Presioné el botón de llamar!

El celular replicaba en mis manos y yo solo las sacudía y iba dando saltitos aterrorizada, como si eso fuera a ayudar en algo.

—Bueno, no pasa nada —dije, intentando calmarme—. Tal vez ni conteste, tal vez esté ocupado, tal vez...

Me callé abruptamente cuando el celular dejó de sonar y su voz salió del móvil.

—¿Hola? —Fue lo primero que le escuché decir —. ¿Chelsea?

Apreté los labios y me aclaré la garganta antes de hablar. Lo único que me faltaba era que la voz me saliera aguda.

—Sí, hola Evan. —Asentí, aunque no pudiera verme. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Solo era una llamada—. Lo siento por molestarte, es que...

—No me molestas —me interrumpió.

Eso me detuvo por un segundo, pero él siguió.

—He de admitir que no me esperaba tu llamada —mencionó—. Pero nunca sería una molestia recibir una de tu parte.

Tragué saliva y agradecí que no pudiera verme el rostro justo ahora. Me senté en mi banquillo y apoyé ambos codos en la peinadora, peinándome. Me mordí el interior de la mejilla al observar mi rostro en el espejo. Suspiré.

—¿Quieres que sea sincera? —inquirí y no esperé respuesta de su parte—. Hace mucho que no había llamado a alguien por teléfono.

De alguna manera, hacerlo tocaba un punto sensible. Siempre llegaba a mi cabeza el recuerdo de mí con un teléfono fijo rosado y de hello kitty. Solo me sabía un número y era el único número al que llamaba.

Era el de la señora Beasley, la anciana de ojos dulces y cabello blanco. Aunque yo solía decirle que su cabello era de nieve y que si lo intentaba, tal vez podría tener poderes mágicos. Algo muy ingenuo, lo sé.

A ella le gustaba que la llamara. Empecé a usar el teléfono cuando los regaños de mamá se hicieron más continuos. Me dejaba encerrada en mi habitación por horas mientras ellos se iban a algún lugar a divertirse. Nunca me molestó aquel tipo de castigos, solía agradecerlos, en realidad. Mis hermanos podían llegar a ser muy insoportables conmigo y eso era una excusa para no tener que verles las caras por horas. Creo que mamá pensó que ese tipo de cosas ayudaría a que me mantuviera callada.

Y cuando descubrió que aprendí a usar el teléfono de mi habitación, cortó el cable y se aseguró de que no tuviera algún otro artefacto para comunicarme.

Pero claro, yo simple iba un paso por delante. Como había tenido mucho tiempo libre, le había enseñado a Fluffy a hacer de cartero. Sí, de cartero. Había sido un largo proceso, pero al final lo había conseguido. Así que cuando quería decirle algo a ella, enviaba a Fluffy por mí. Él siempre regresaba con una nueva carta colgada de su collar.

—Es un poco extraño —acepté—. Pero te llamé por error, bueno, no tan por error. Quiero decir, había querido llamarte para preguntarte a dónde iríamos y que me dijeras que es lo que debo ponerme, pero luego me arrepentí y decidí no hacerlo. Pero como tengo una suerte pésima y todo me sale mal, el dedo se me resbaló y presioné el botón. Y ni siquiera sé porque te estoy diciendo esto, pero ya me puse nerviosa.

La línea quedó unos cuantos segundos en silencio. Una risa brotó de él. Dejé el celular en la superficie de la mesa y lo puse en altavoz. Tenía que dejar de hablar tanto.

—La ropa que te pongas estará bien —aseguró. Yo hice una mueca.

—Eso no me ayuda, Evan.

Volvió a reír.

—A ver, mmh... ponte algo abrigado, tal vez haga frío.

—¿Abrigado? —repliqué—. ¿Adónde iremos?

—No te lo diré.

—Evan... —advertí.

—Ya cumplí —musitó y casi pude verlo sonreír. Rodeé los ojos, divertida—. Si me disculpas, iré a contar la fruta de la cocina.

—Eres cruel, disfrutas dejarme con la intriga.

—No lo negaré —farfulló—. Nos vemos luego.

—Adiós.

Cuando estuve a punto de colgar, el sonido de su voz me detuvo.

—Ah, y, ¿Chelsea? —carraspeó. Esperé a la expectativa—. Ojalá se te resbale el dedo por la pantalla más a menudo.

No pude evitar sonreír, y antes de que pudiera decir algo, cortó la llamada.

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora