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—¿Cuál desorden, Evan? —inquiero, observando el espacio.

Todo está increíblemente ordenado y en su lugar. Las paredes están pintadas de un elegante azul oscuro, y al entrar, lo primero que ves es la gran ventana al fondo del cuarto. Tiene una gran cama que ocupa parte del espacio, y varios estantes llenos de libros y cd's de música. Tiene una mesa de noche donde descansa una lámpara y una vieja libreta forrada de cuero, junto a un lápiz. Si levanto la mirada, puedo ver que en el techo hay unas pequeñas figuras de estrellas adheridas.

Suelta una risa, y me adentra en la habitación detrás de él.

Va directo a lo que parece ser su armario, lo abre de par en par, y sin decir nada más, se pone a rebuscar en los cajones con concentración.

Yo observo la estancia con más detenimiento, también tiene algunas figuritas de superhéroes en el estante. Y marcadores regados por todo el escritorio. También visualizo un portarretrato. Me aproximo sin darme cuenta y lo acerco para verlo mejor.

Se parece mucho al que está en casa. Solo que esta vez, no excluyen a nadie. Además de Evan, están dos chicos más que no conozco. Son igual de altos que él, solo que ninguno de los dos es pelirrojo, y después de Evan, solo uno tiene los ojos azules. También hay una mujer, que sonríe dulcemente a la cámara mientras abraza a sus hijos. Y un hombre a un costado con el pelo algo canoso y una sonrisa de oreja a oreja. Sonrío inevitablemente.

—Oh, sí —pronuncia Evan, mirando también el retrato y acercándose—. Él es Liam, es mi hermano mayor y un capullo la gran parte del tiempo, pero es simpático —murmura, señalando al más alto de los tres y de ojos azules. Señala al de en medio, de cabello revuelto y negro—. Y él es Karl, le gusta pintar y escalar montañas. Es el de en medio.

—Suena a que son buenos hermanos.

Él se lo piensa por un segundo.

—Casi no me has hablado de los tuyos —menciona, torciendo la boca—. ¿Cómo son?

Mi sonrisa decae un poco al escucharlo. Dejo el retrato en su lugar y tomo lo que me tiende. Es una camiseta larguísima con un estampado en el centro y unos pantalones de algodón. Le agradezco y él camina hasta la cama, hasta sentarse en un extremo. Trago saliva, y me siento enfrente, mordiéndome el interior de la mejilla.

—Bueno... tengo dos hermanos mayores —empiezo—. El mayor de todos es George. Tiene el pelo rizado y castaño; y le gusta llevarlo atado. Ama las series de ciencia ficción y mirar los partidos de fútbol. Siempre tuvo admiración por los números y fórmulas. Es muy bueno en eso, aunque no le gusta que le digan nerd o cosas así —digo, con los labios fruncidos—. Luego está Luca. A él le gustan los videojuegos y las consolas de video. También vestirse a la moda y comer pizza con piña mientras ve reality's shows en la sala de la casa. Son buenos chicos, pero...

No digo nada más. Desvío la mirada.

—¿Pero...? —Me insta a continuar.

Suspiro.

—Pero solo quisiera que fueran amables conmigo. Se ven... tan amables con todos los demás, pero conmigo no lo son.

Recuerdo el día que los conseguí en el sofá, jugando con Kira a los videojuegos. Reían. Y vitoreaban. Mucho más de lo que hicieron conmigo alguna vez. Juego con el bordecillo de la camiseta que me prestó sin darme cuenta. Tuerzo la boca.

—Tal vez sea una tontería, pero no creo que haya una razón por la que se enojen conmigo todo el tiempo. Creo que solo son así. Conmigo. Y... no lo sé, al principio creí que solo era por cómo era yo en realidad. Y intenté cambiar para agradarles. Pero nada funcionó —musito, encogiéndome de hombros—. Nada. Y dejé de intentarlo. Dejé de aparentar algo que no era solo para agradar. Porque... quizás estaba sola, y no tenía a papá o a mamá, y mucho menos a mis hermanos para consolarme, pero me tenía a mí.

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora