Capítulo II: Danna Davies

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El resto de la noche ocurrió sin algún otro asunto importante. La lluvia que era bastante común en aquellas épocas del año, logró darle un toque profundo al lugar.

La tormenta de la noche pasada había dado como resultado, una mañana nublada. La temperatura en la cabaña era fría, pero era bastante cálido comparado con el exterior.

El primero en despertar fue Emilio. Las frías sábanas lo hicieron respingar. Su vista se posó en el reloj que posaba en la mesita de noche, daban las seis de la mañana. Se levantó de la cama y se metió en el baño. Tenía pensado hacer el desayuno, pero al ser aún temprano, decidió tomar una ducha.

Milo se habia quedado a dormir en una de las habitaciones de visitas. Y la pequeña Danna, en la habitación de Fernanda. Al ser más colorida, creyó que le sería más fácil adaptarse a la habitación.

Emilio suspiró y dejó que el agua cayera por su cuerpo. Había pasado un mes desde la última vez que vio a Fernanda. En su última conversación, la rubia le dijo que iría a un curso de verano para recuperar los aprendizajes perdidos, cuando estuvo "secuestrada".

Los primeros días, solían hablarse por teléfono todos los días. Con el paso de los días, lo hacían de vez en cuando. Hasta llegar al punto de solo hacerlo una vez al mes. El sonido de la lluvia lo sacó de sus lamentos. Se apresuró en terminar de ducharse y se metió de regreso en su habitación.

Cuando había terminado de cambiarse y salió de la habitación. Pudo ver a la pequeña abrazándose con fuerza a Milo, que la miraba con ternura.

—¿Todo bien? —cuestionó Emilio, curioso.

—Todo bien, solo a tenido un mal sueño —respondió Milo sin darle importancia —. Te puede apostar lo que quieras, a que soy mejor hermano mayor que Matías —dijo Milo, divertido.

—Ya lo creo —respondió Emilio —. ¿Te quedas a desayunar? —invitó Emilio.

—No gracias, creo que ya tardé más de lo que debería en llegar a casa —dijo Milo —. Sabes como es Zoé, si me atrevo a llegar un poco mas tarde, me estará interrogando todo el día —se quejó Milo.

—Cierto, dale mis saludos —pidió Emilio.

—Claro, nos vemos —se despidió Milo y salió. Se cubría con una sombrilla que llevaba con él, desde la noche anterior.

—Bien Danna, es hora de desayunar —anunció Emilio.

La pequeña se mantenía callada y con la vista baja. Temblaba, aunque Emilio no supo distinguir si era por el frío o por los nervios.

El desayuno fue mucho más callado de lo que Emilio esperaba. Si iba a cuidar de la pequeña, tenía que hacerla sentir cómoda.

Se levantó de su silla y se sentó junto a ella. En cuanto la pequeña notó esto. Se tensó y se puso rígida.

—Tranquila, soy de confianza —dijo, intentando tranquilizarla —. Soy amigo de tu hermano Matías —explicó.

La pequeña mantenía su distancia y no parecía dispuesta a decir palabra alguna.

—¿Hace cuánto te fuiste de intercambio? —preguntó Emilio con curiosidad.

Danna, levantó cinco dedos.

—Cinco años, ¿eh? —intuyó Emilio —. ¿Y cuántos años tienes? —preguntó.

—Once —respondió Danna, nerviosa.

En Un Mundo Sombrío: El Mar De Los AhogadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora