Parte 1

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Cuando quieres a una flor, entonces la arrancarás de raíz para ponerla en una maceta, así podrás llevártela; de ti dependerá y será de tu pertenencia. Pero si amas a una flor, entonces la dejarás en la tierra donde nació y todos los días irás a visitarla...

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A medida que caminaba entre el tumulto de cuerpos inertes, una fría brisa aprovechaba para recorrer su cuerpo y hacer que el olor metálico entrara a sus fosas nasales

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A medida que caminaba entre el tumulto de cuerpos inertes, una fría brisa aprovechaba para recorrer su cuerpo y hacer que el olor metálico entrara a sus fosas nasales.

El sonido del viento era tan fuerte que, a pesar de tener puesta la capucha de su sudadera, dejaba aturdidos a sus oídos. Las suelas de sus botas se cruzaban con diminutas piedras, maleza, hojas quebradizas y charcos de sangre, incluso llegaba a chocar con algunas extremidades. Pero no se detenía por nada del mundo, simplemente avanzaba con la mirada fija en el suelo, en dirección hacia el horizonte, por donde aparecían los primeros rayos del sol. Sus manos andaban libres, mas se mantenían quietas en los costados de sus piernas; su andar era pausado, pero a la vez constante; sus grandes alas de plumaje azabache se arrastraban por el suelo y de vez en cuando se movían inquietas.

Deseaba surcar los cielos, volar a la altura de las nubes y tener una visión más amplia, saber qué es lo hay más adelante, ¿acaso más muerte?, ¿más almas que deambulan perdidas?

Lleno de angustia, se detuvo y contempló cómo los cuervos alzaron vuelo, dejándolo atrás. Escuchó murmullos, llantos y lamentos a su alrededor; sus hombros tensos se encogieron y bajó cada vez más la mirada; sus manos se tornaron en unos puños y entonces dejó escapar un entrecortado suspiro.

Cuando alzó su rostro, se encontró con un hermoso paisaje: el pasto estaba coloreado de un brillante verde; los árboles eran frondosos, debido a que contaban con hojas en todas sus ramas; el canto de las aves brindaba una bella melodía a quien pasara por ahí, además el sol generaba un agradable calor en su cuerpo.

Cerró sus ojos por un segundo y cuando los volvió a abrir, una ráfaga de viento golpeó su cara; tanto su bufanda y su capucha se removieron, mas no se sintió inquieto.

Iba darse la media vuelta con el fin de regresar a la cabaña, pero un sonido que conocía muy bien llegó a sus oídos.

Sus ojos buscaron entre la hierba alta hasta que logró divisar un cuerpo tendido boca abajo: llevaba la ropa rasgada y tenía vendajes tanto en la cabeza como en las extremidades. Prefirió quedarse callado, así que solo se acercó y ayudó a ese hombre a levantarse; pasó el brazo ajeno por sus hombros y dejó que se apoyara en él para que caminaran juntos. Su ropa se manchó de ese líquido espeso y carmesí, mas le restó importancia y se dirigió a la cabaña. Por suerte, no estaban muy lejos de ahí.

Cuando Geno lo vio llegar, claramente mostró desconcierto por ese extraño que había traído, mas no cuestionó nada y fue a por lo necesario para tratar sus heridas. Agotado, reafirmó su agarre e hizo un último esfuerzo para dirigirse a la cabaña. Su trabajo terminó una vez recostó al moribundo hombre en la cama; no podía hacer algo más, así que salió y dejó que Geno se encargara.  

Como ya era costumbre en este tipo de situaciones, decidió esperar en el exterior: se puso de cuclillas y abrazó sus piernas, mantuvo la mirada agachada y no se movió de esa posición por horas.

Cuando el sol ya estaba escondiéndose y el cielo mostraba tonos rojizos y anaranjados, por fin se incorporó; caminó hasta llegar a cierto árbol, en su tronco se hallaba apoyada una herramienta, la cual no dudó en tomar para después dirigirse a la parte trasera de la cabaña. Una vez en esa zona, miró de reojo esas cruces hechas con tablones de madera. Uno, dos, tres, cuatro... A la derecha había espacio. Sujetó bien el mango y la asa, después enterró la punta de la pala y con ayuda de su pie, adentró más la plancha en la tierra. Aguantó el dolor en su cuerpo y, en silencio, hizo aquella tediosa labor hasta que la oscuridad de la noche se presentó. 

—Reaper.

Esa voz hizo que se volteara de inmediato; afligido y exhausto observó desde abajo la silueta de Geno. Tardó unos segundos en asimilar la situación en la se había puesto sin querer; tragó saliva cuando el de bata blanca se puso cuclillas y le tendió su mano llena de vendajes, que llegaban hasta su antebrazo. Reafirmó su agarre en la asa y desvió la mirada hacia otro lado. ¿Cómo saldría de este agujero? Soltó la pala y caminó en ese estrecho espacio, pero de pronto se sintió ofuscado, como si el aire le faltara; sus ojos se posaron de nuevo en la mano que el contrario le tendía con el fin de sacarlo de ahí. En ningún momento se movió. Geno lo esperó, siempre esperaría.

Derrotado, mordió su labio inferior y frunció ligeramente su ceño; no tenía otra opción. Sujetó la mano impropia y no tardó en ser jalado fuera de ese lugar, también puso de su parte y, con la ayuda de su mano izquierda, se impulsó para salir.

Lo logró.

Poco a poco, se reincorporó, podía hacerlo sin ayuda, mas Geno le tomó de las manos para servir de soporte. En ese instante, no le prestó mucha atención a esa acción; sin embargo, una vez se puso de pie, notó que sus manos fueron apresadas por las del albino, aquello lo espantó y se liberó tan rápido como pudo.

Su corazón empezó a latir con más fuerza, como si quisiera salirse de su pecho; sintió una gotas de sudor bajar por su frente; su abdomen se contrajo y unos escalofríos recorrieron su cuerpo. No se atrevió mirar a los ojos al contrario, así que se mantuvo cabizbajo. La verdad es que no aguantaba más estar a su lado, por lo que no tardó en huir.

Geno no lo siguió y se sintió aliviado por su consideración.

Actualización asegurada cada domingo por lo menos durante tres semanas, luego

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Actualización asegurada cada domingo por lo menos durante tres semanas, luego... Bueno, ya le saben, a esperar meses.

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