Parte 7

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Nunca había conocido a un humano como Geno

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Nunca había conocido a un humano como Geno.

A alguien de un aspecto tan inusual y raro, que parecía más bien un fantasma, o casi una alma en pena con esos ojos inexpresivos y ese porte confiado.

Su tez era pálida, blanca como la nieve, aunque algunas veces se tornaba de un doloroso tono rojizo debido a los rayos del sol. Cuando sus uñas se encajaban en la piel desnuda de su espalda, dejaba unos notorios y profundos arañazos, de los cuales brotaba sangre que lentamente terminaba descendiendo, manchando sus dedos, las sábanas y todo lo que estuviera a su alcance. Dejar una marca en su piel era fácil, solo bastaba un poco de presión y, en menos de un segundo, le brindaba vida y dolor...

Cuando observaba las nubes del cielo, no podía evitar recordar su ondulado cabello y en cómo lo sujetaba con fuerza al sentir su pene dentro de la boca impropia. Era una sensación tortuosa, pero a la vez placentera. Sus piernas temblaban con cada movimiento y poco a poco perdía la energía para seguir jalando ese cabello que siempre terminaba hecho un desastre.

Y por último, estaban sus ojos azules.

En ellos, no existía ninguna pizca de terror o desconfianza. Sus iris eran de un bello azul que solo podría verse en un día despejado. Eran fríos, sí, pero transmitían calma.

Sin duda, Geno no era como los demás humanos.

No le temía a las consecuencias de sus actos. No se cuestionaba si sus acciones estaban bien o mal: si llegaba a conseguir lo que deseaba, entonces eso era lo único que importaba al final del día.

Las manos que alguna vez le hicieron daño, ahora recorrían su cuerpo con delicadeza.

Sus besos eran suaves, tal como una caricia en su pobre alma.

Por eso mismo anhelaba sentir su calor. Su cariño. Su amor.

—Abre.

Sin rechistar, acató la orden y los dedos de Geno se introdujeron en su boca. No esperó que le dijeran lo que tenía que hacer y procedió a chuparlos; un poco de saliva escurrió de sus labios, mas eso no lo detuvo.

Había sido una noche agitada y estaba exhausto, pero haría un último esfuerzo para complacer a Geno.

Después de unos segundos, el albino quitó sus dedos y recibió un fogoso beso de su parte. Trató seguirle el paso y movió su mandíbula como si su vida dependiera de ello. Sus lenguas se entrelazaron y lucharon de manera intensa hasta que la atención de Geno recayó en su entrepierna.

Cerró sus ojos con fuerza y su espalda se arqueó al recibir lamidas en el tronco de su miembro. Pronto la mano del contrario también se unió al juego: era cálida y sabía cómo moverse, sabía cuándo provocarle desesperación o un placer desmedido. Echó su cabeza para atrás una vez sintió el aliento ajeno chocar contra su pene erecto y luego un suave beso en su glande. 

Geno realmente lo quería volver loco.

Sus piernas se mantuvieron abiertas, mientras sus oídos escuchaban atentos al húmedo y obsceno sonido que hacía la boca de Geno al saborear su miembro, del cual ya salía liquido preseminal. En algún momento, regresó su mirada hacia al frente y se quedó extrañado al ver que esos dedos que anteriormente había chupado, ahora se encontraban hundiéndose en el interior de Geno. Quiso preguntarle qué estaba haciendo, pero cuando menos se dio cuenta, tenía al mencionado uniendo sus cuerpos.

Geno continuaba encima de él; sin embargo, algo era diferente.

Soltó un gemido cuando su miembro fue aprisionado por las apretadas paredes del albino. Dolía, sí, pero no sentía el deseo de apartarse y menos cuando estaba escuchando jadeos salir de la boca del humano; por primera vez vio una mueca de dolor en su rostro y apreció cada segundo como si valiera una fortuna.

Geno siguió saltando sobre su entrepierna, intentando mantener un ritmo, aunque se notaba que le era complicado hacerlo. Le agradaba su papel de espectador, pero, en algún punto, fue sujetado de los hombros y obligado a cambiar de posición: estando ahora encima de Geno, sintió su respiración agitada cerca de su rostro y cómo esos ojos azules reflejaban las ardientes llamas de la pasión.

Inseguro, movió su pelvis e inició un lento y torpe vaivén. No sabía si estaba haciéndolo bien, pero sus preocupaciones se esfumaron cuando Geno empezó a gemir. Las piernas ajenas no tardaron en rodear su cadera, juntando más sus cuerpos. 

—No te detengas...

Geno lo besó y eso lo incentivó a moverse más rápido. En vez de recibir quejas por el cambio brusco, contó con el apoyo del susodicho para que haya más fricción entre sus parte íntimas. Con cada embestida, sentía cómo los dedos impropios jalaban su cabello desde la raíz, mas esa acción no le causaba dolor, sino una increíble satisfacción que le hacía perder los papeles y gruñir como un animal salvaje.

Aunque Geno tampoco se quedó atrás y vio una nueva faceta de él.

—¡Dios, Reaper, no te detengas! —exclamó sin pudor, mientras se restregaba contra su pene como un necesitado.

Por un segundo, se preguntó si esas lágrimas eran de dolor, sufrimiento... Pero no, eran de puro deleite por la nueva experiencia. Sí, lo estaba disfrutando y ser consciente de ello, lo impulsó a penetrarlo con más y más fuerza, a fundirse en su interior hasta llegar a lo profundo para luego salir y repetir la acción las veces que sean necesarias.

Estaba tan cegado por la lujuria que encontró fuerzas de quién sabe dónde para seguir por unos largos minutos, los cuales parecieron durar una eternidad.

Cuando logró liberar su semilla, una sensación de alivio se expandió en su pecho. Salió del interior de Geno para luego aferrarse a su cuerpo como si se tratara de un asunto de vida o muerte. Los brazos del mencionado rodearon su cabeza, brindándole protección y comodidad al estar tan cerca de su desnudo pecho. El corazón del humano latía de manera desenfrenada, como el suyo hace un rato, y creía que en cualquier instante podría salirse de su lugar. Sonrió ante ese pensamiento y hundió su rostro en la calidez que Geno le otorgaba.

No me termina de convencer este capítulo, pero confiaré en mi yo medio dormido de ayer

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No me termina de convencer este capítulo, pero confiaré en mi yo medio dormido de ayer.

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