Parte 2

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Su existencia siempre fue temida por la gente y no entendía muy bien el porqué

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Su existencia siempre fue temida por la gente y no entendía muy bien el porqué. Ellos lo veían, por alguna razón, como alguien que atraía desgracias o incluso como la muerte misma.

Quizás estaban en lo cierto. Quizás sí era la muerte encarnada en un ser similar a un humano, aunque con alas y ciertas habilidades especiales.

Quizás...

Sinceramente no sabía la razón de su existencia, no sabía por qué "nació". No tenía padres como tal, sino un creador, el cual no recordaba ni siquiera su rostro; también estaba su hermano, aunque más que un hermano, era un compañero con el que compartía el trabajo de cosechar almas. Almas humanas. ¿Qué era exactamente? Desconocía su verdadero propósito, tal vez hace tiempo le dieron uno, pero terminó por olvidarlo. Solo era consciente de que debía seguir el hedor a muerte y realizar su labor sin rechistar, no es como si tuviera otra opción.

No tenía un hogar al cual regresar, así que solo miraba hacia adelante y avanzaba sin detenerse a contemplar un amanecer o la rutina de un pueblo. Se preguntaba si su hermano, su "otra mitad", tenía las mismas inquietudes que él, se preguntaba si estaba bien preocuparse por ese ser con el que compartía sangre. ¿No se supone que la muerte es alguien despiadada?, ¿alguien sin sentimientos?  A este paso, creería que no era tan diferente a los humanos. 

No se consideraba alguien de otro planeta, ni Dios, tampoco una deidad o un ser divino. Siguiendo esa lógica, debería borrar de su mente la idea de ser la muerte, porque cuando tocaba un animal o una planta no pasaba nada, no perecía por su toque; puede que se haya dejado llevar por los comentarios que escuchaba.

Evitaba acercarse mucho a los humanos, así que no podía preguntarles por qué le temían. ¿Qué les vendría a la mente al verlo?, ¿acaso su apariencia era tan abominable? No entendía muchas cosas; algunas veces pecaba de curioso y terminaba siendo perseguido con arcos con flechas, debido a eso aprendió por las malas a no confiar en nadie.

Las personas le tienen terror a lo desconocido, a lo extraño, a lo no visto antes, y ahora estaban más a la defensiva por la guerra. Quizás ellos creían que era un espía del Imperio de la Luna, pero le parecía absurdo, pues no tenía la marca distinguida que cuenta la gente que es parte de esas tierras. También pecaba de ignorancia, pero trataba de compensarlo oyendo conversaciones a escondidas y observando desde las sombras.

Prefería investigar los pueblos dispersos en el bosque, antes que las capitales de los imperios, aunque no es como si pudiera ignorar esos lugares llenos de gente. Quiera o no, tenía que pasar por cualquier zona con la que se cruzara.

Su trabajo no tenía fin: estaba condenado a escuchar las súplicas de las almas u observar las miradas agonizantes de las personas, que estaban a punto de soltar su último suspiro; las muertes que ve son grotescas, llenas de mucha sangre y brutalidad, hay desmembramientos, decapitaciones... Y la lista seguía, una más horrible que la anterior. Con el paso del tiempo, se insensibilizó después de ver tanta crueldad por parte de los humanos, volviéndose menos complicado su labor de cosechar las almas.

Nunca sonreía o mostraba signos de ser más que un títere que cumplía órdenes, quizás por eso le temían, pero continuaba siendo de carne y hueso como ellos, ¿no? Sangraba cuando se quitaba las flechas de sus alas y le dolían sus heridas durante semanas hasta que sanaran; comía frutos de los árboles cuando su estómago rugía por el hambre y algunas veces llegaba a robar comida de los pueblos, porque se aburría de comer lo mismo; bebía agua de los pozos con la ayuda de sus manos; dormía en las copas de los árboles cuando el sueño le ganaba; se bañaba en riachuelos, además lavaba su ropa para luego refugiarse en la calidez de sus alas y, de paso, cubrir su cuerpo desnudo.

Aún se preguntaba por qué los humanos lo odiaban; compartía más similitudes que diferencias con ellos, entonces por qué le hacían daño. Su pecho le dolía al comprender que era rechazado por todos, incluso los animales se asustaban al verlo. Seguro estaba destinado a pasar toda su vida en completa soledad... Sí, eso tenía sentido.

Parpadeó unas cuantas veces para que sus ojos se acostumbraran a la luz que desprendía la fogata recién prendida; sobó sus manos y dejó soltar un pequeño suspiro cuando las acercó a sus labios. Era una noche muy fría.

Luego de acomodarse en el tronco que le servía como asiento, se encogió en su lugar para sentirse menos alejado de la única fuente de calor. Agarró algunas ramas que yacían en el suelo y procedió a echarlas en la hoguera, las llamas se intensificaron al cabo de unos segundos. Se inclinó para así permitirse abrazar sus piernas; su mirada se quedó fija en el centro del fuego y recordó vagamente las flores que estaban a unos metros de la cabaña, tal vez mañana podría hacerles una pequeña visita para regarlas, después se encargaría de recoger algunos frutos que habían caído de los árboles y si le alcanzaba el tiempo entonces...

Sus planes para el día siguiente fueron interrumpidos cuando a sus oídos llegó el sonido de unos pasos aproximarse a su dirección. Por un segundo, dudó, pero al final dejó de abrazarse a sí mismo para tener sus manos libres y, de esa manera, recibir el plato de comida que Geno le tendió antes de sentarse a su lado. 

Esa noche se sentía tan pacífica, tan imperturbable, tan... 

Agarró la cuchara de madera y probó su guiso de verduras. De inmediato, su cuerpo le pidió más de la comida y no le dio la contraria, así que se llevó otro bocado a la boca. Poco a poco, estaba recuperando el apetito, era una buena señal; necesitaba comer y tomar agua o sino podría morir. Ja, morir, ¿acaso era posible? 

Por un buen rato, divagó dentro de sus pensamientos mientras se alimentaba, pero toda acción se vio interrumpida cuando percibió un peso en su hombro. Mantuvo sus ojos fijos en su plato de comida, ya que no tenía que voltear la cabeza para saber que Geno se encontraba apoyándose en él. Contra todo pronóstico, no hizo ningún movimiento brusco ni se dignó en decir algo, en cambio, se quedó quieto.

Quizás su expresión no se mostraba afectada por la cercanía del contrario, pero su corazón era otro tema.

Su corazón latía con demasiada fuerza. 

 

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