Parte 4

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Esa mañana no fue capaz de levantarse de la cama

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Esa mañana no fue capaz de levantarse de la cama. Sus párpados le pesaban y su mente estaba en la nada. Amaneció con fiebre; su cuerpo ardía y lo sentía débil, pero solo eso. No comprendía su estado actual, ya que días atrás no hubo señal de algún malestar o síntoma de un resfriado. Ayer se encontraba bien. Ayer, claro.

Se estremeció al sentir un paño húmedo en su frente, tragó la poca saliva que tenía y miró a Geno, quien lo había estado cuidando desde que se dio cuenta de su alta temperatura. En ningún momento se apartó de su lado, y las pocas veces que lo hizo fue porque debía cambiar el agua del tazón o traerle algo de comer y beber.

—Creo ya estás mejor.

Hundió su cabeza en la almohada al sentir los dedos ajenos rozar su mejilla. Desvió la mirada y soltó un pesado suspiro cuando la mano de Geno acarició su rostro.

—Siéntate.

Acató la orden sin reprochar, aunque desganado. Levantó los brazos y dejó que Geno le quitara su polo; su cabello terminó un poco despeinado debido a ello, mas era lo de menos. El albino regresó a su lado y lo ayudó a ponerse un polo limpio. Cuando volvió a estar echado sobre el colchón, se permitió descansar. Prácticamente se la pasó durmiendo todo el día.

El sol ya se estaba ocultando cuando, aún inconsciente, su cuerpo empezó a removerse en la cama. Quería despertar, pero no podía. Unos gruñidos y suspiros salieron de su boca; sus ojos se cerraron cada vez con más fuerza y sentía gotas sudor bajar por sien. Alguien, quien sea, por favor... Alguien debía despertarlo o sino se volvería loco. Odiaba la oscuridad, la odiaba, la odiaba, la odiaba, la odiaba. En medio de sus sueños, o más bien pesadillas, sintió algo proveniente de la realidad. Estando sumido en la oscuridad, sin salida ni nadie a su alrededor, de pronto, percibió cierto tacto en su espalda. Fue entonces que recordó los charcos de sangre y el olor a hierro, esos días, esas malditas noches, el tiempo que transcurrió, las flores...

Una mano tapó su boca cuando intentó gritar.

—Silencio.

Geno estaba detrás de él, apresándolo con sus brazos llenos de vendajes. Quizás logró despertar, pero la realidad no era muy diferente a sus pesadillas.

El ruido de su respiración entrecortada y los latidos de su corazón no tardaron en inundar la cabaña. Seguro Geno podía oírlos perfectamente y estaba disfrutando los sonidos que reflejaban su desesperación en esos momentos de completa oscuridad. Un escalofrío recorrió su columna vertebral cuando percibió el aliento ajeno en su cuello, los labios del contrario no tardaron en plantar besos húmedos en esa zona desprotegida.

En estos casos, quedarse callado era una opción; no decir nada ni resistirse era lo que debía hacer.

Geno fue apegándose más y más, presionando su pecho contra su espalda, dejándolo sin la capacidad de moverse. El calor ajeno lo sofocaba, haciéndolo dudar si aún tenía fiebre o no; las manos impropias se metieron debajo de su polo y acariciaron la piel de su abdomen, después de unos segundos, la atención recayó en su entrepierna. Cabizbajo, aceptó que el albino lo masturbara, aunque no es como si pudiera rechazar su tacto brusco. Mordió su lengua en un intento de no soltar gemidos de ningún tipo, pero sabía que era mejor no hacerse daño a propósito. Los movimientos de la mano ajena aumentaron su velocidad y luego de unos cuantos segundos, obtuvo la reacción que deseaba.

—No... Geno... —balbuceó al sentir el pulgar del mencionado acariciar la punta de su miembro erecto.

Se estremeció y, por instinto, volteó su cabeza para ver a Geno. No alcanzó a visualizar el rostro impropio debido a la oscuridad, pero algo caliente y resbaloso rozó sus labios: era la lengua del albino, quien no dudó en unir sus bocas en un fogoso beso. A este punto, ya no sabía qué sentir, era demasiado para él. Por suerte, en ese instante, un cosquilleo se presentó en su parte baja antes de acabar corriéndose y manchar la mano ajena de su semen. Rompió el beso, dejando como unión entre ellos solo un fino hilo de saliva, aunque este de inmediato desapareció cuando no pudo mantener la mirada levantada por más tiempo. Sus ojos se encontraban llorosos y su cuerpo no dejaba de temblar. Estaba cansado, ya no quería... Sin embargo, esto aún no terminaba: desde que despertó la había sentido, cada gemido ahogado suyo provocaba que la erección de Geno creciera e hiciera una presión insoportable en el pantalón del mencionado. Su mano fue guiada hacia ese bulto y no tuvo otra opción que tocarlo, aunque la ropa estorbaba, pero eso tenía arreglo.

—Sí, hazlo así...

La respiración agitada de Geno chocaba cerca de su oído, provocándole escalofríos y que su cara se pusiera más pálida.

—No sé cómo hacerlo —murmuró con la voz quebrada, definitivamente no quería convertirse en alguien bueno en esta clase de cosas.

—Da igual, solo basta con que me toques.

Al escuchar esas palabras, se llenó de frustración y decidió también llevar su otra mano hacia la erección del contrario. De esa forma, siguió masturbando de manera torpe e inexperta a Geno, con movimientos toscos y rápidos, haciendo fricción entre la piel sin lubricante. Realmente no comprendía por qué los humanos disfrutaban de un acto tan obsceno, ¿por qué, en primer lugar, Geno lo disfrutaba?, si era obvio que le estaba haciendo daño. No entendía absolutamente nada.

El olor a semen y sudor no tardó en inundar sus fosas nasales: era intenso, tanto que lo dejaba abrumado y asqueado. Le hacía recordar a las otras veces...

Había llegado a su límite, pero Geno lo rebasó cuando, aprovechando la cercanía entre ellos, pasó su mano cerca de las cicatrices de su espalda. Su cuerpo entonces reaccionó y se alejó del contrario. A duras penas logró llegar al borde de la cama para así vomitar en el suelo; con lágrimas en sus ojos y sus manos aferrándose a ese desgastado colchón, expulsó la comida que había ingerido hace unas horas. Saliva escurrió de sus labios y se quedó en esa posición que lo dejaba a la merced del albino.

El tiempo se detuvo; sin embargo, siguió transcurriendo cuando un mechón de su cabello fue puesto detrás de su oreja. Volvió en sí al percibir una caricia en su mejilla. Antes de poder situarse, Geno lo agarró de los hombros para así echarlo sobre la cama. Las manos ajenas se pusieron en los costados de su cabeza y sus miradas por fin se conectaron.

—Todo está bien —susurró a medida que se acercaba al pelinegro—, no tienes que preocuparte por nada estando a mi lado, ¿de acuerdo?

—Sí... —logró articular antes de recibir un beso del contrario.

El ósculo se intensificó, por lo que tuvo que saborear la amargura del vómito, generándole arcadas y un malestar en su estómago. Geno le bajó los pantalones y abrió lo suficiente sus piernas como para ponerse en medio de ellas. Se estremeció al sentir cómo sus paredes anales se desgarraban por la intrusión, que pronto se tornó violenta, pues a lo mucho habrán pasado cinco segundos antes que el contrario empezara a moverse. Con cada embestida, un quejido salía de su boca y sus manos, en vano, trataban de que el impacto del cuerpo ajeno contra el suyo no fuera tan duro.

Pronto llegaría el día en que se acostumbre al amor de Geno, solo tenía que esperar y sería feliz.

Pronto llegaría el día en que se acostumbre al amor de Geno, solo tenía que esperar y sería feliz

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Ya me quedé sin capítulos ;;;;

Luego de esta parte, dejé de escribir. ¿Oh, por qué habrá sido? Quién sabe. 

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