Desde que empezó la guerra entre el Imperio del Sol y la Luna, el trabajo ha ido aumentando para aquel ser de grandes alas negras. La soledad y muerte es lo único que conoce; sin embargo, el encuentro con un inusual humano cambiará su vida para siem...
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Geno le mostró lo que había debajo de los vendajes de sus brazos. Quizás sintió su curiosidad, pues siempre se los cambiaba a escondidas o procuraba estar de espaldas al momento de hacerlo.
El humano tomó asiento en la cama y le permitió saber lo que ocultaba: varias cicatrices que empezaban desde su muñeca hasta su antebrazo, algunas eran profundas, otras no tanto; lo cierto era que resultaba difícil ver esa imagen por más de diez segundos, así que terminó desviando la mirada.
¿De qué forma le habrán hecho eso y por qué?
—Es grotesco, lo sé —admitió Geno con una pequeña sonrisa para luego ponerse de pie. Caminó hacia una pequeña mesa y se quedó parado enfrente de ella durante algunos minutos. Una vez se dio la media vuelta para regresar con él, notó que sus brazos estaban vendados—. ¿Quieres salir?
Ante esa pregunta, no dudó en tomar la mano del humano.
Se negaba a pasar la mayor del tiempo echado en cama, descansando y perdiendo la noción del tiempo. Seguro se volvería loco si continuaba viendo el techo de la cabaña cada vez que despertaba. Prefería mil veces estar en el exterior, aunque no pudiera moverse libremente y necesitara la ayuda de Geno.
El humano aprovechaba la luz del sol para revisar sus heridas y también para darle la oportunidad de respirar aire fresco. De paso, admiraba los árboles y en cómo pequeños pájaros se posaban en sus ramas. Alzó la mirada y observó con tristeza el cielo. Si bien este lugar era agradable, ya que se encontraba alejado del conflicto, de la muerte, y pareciera estar envuelto en una burbuja invisible de paz, no podía evitar anhelar curarse de una vez.
Salió de sus pensamientos cuando sintió un firme agarre en una de sus alas.
—Lo siento, ¿te dolió o nada más sorprendí?
No respondió, como siempre, y procedió a abrazarse a sí mismo. Entendía que sus alas estaban lastimadas y que por eso debía permitir que Geno las tocara. Debía soportar el ardor en sus heridas y los dedos ajenos sobre sus plumas... Debía soportar las caricias que le causaban escalofríos.
Sin embargo, llegó a su límite cuando la mano ajena llegó hasta a su espalda.
—Perdón —dijo de inmediato cuando lo vio exaltado y se alejó.
No sabía si era porque esa zona era muy sensible o porque Geno era quien lo andaba tocando, pero se puso nervioso, tanto que su respiración se agitó.
En la tarde, mientras comían, el ambiente fue silencioso, más de lo normal. Quizás el humano temía que ya no confiara más en él, pero ¿acaso tenía ese lujo? No es como si pudiera hacer escaparse por una simple acción que le disgustó.
Pasó el resto del día sentado en un pequeño banco, mirando el cielo y suspirando a cada rato. Aunque deseara olvidar la sensación de esos dedos sobre sus alas, simplemente no podía. Desvió su mirada hacia otro lado, queriendo despejar su mente, y no tardó en percatarse de algo en la parte de atrás de la cabaña. Se inclinó un poco y logró ver unas cruces hechas con tablones de madera, de inmediato supuso que eran tumbas, pero... ¿de quién?
Tan distraído estaba en su propio mundo que no se dio cuenta que Geno había desaparecido. Por alguna razón, se sintió intranquilo y miró a todos lados, esperando encontrarlo; sin embargo, al ver ninguna señal del humano, trató de levantarse, pero terminó cayendo al suelo: no tenía la fuerza suficiente para ponerse de pie por sí solo, además su tobillo seguía doliendo. Con dificultad, volvió a sentarse en el banquito e intentó calmarse.
Geno regresaría, no podía dejarlo solo.
Cerró sus ojos y tomó aire para después dejarlo escapar por su boca.
Su mirada se dirigió al bosque y se sorprendió al divisar a Geno trayendo a un hombre moribundo en su espalda. Su ropa se había teñido de un color carmesí debido al herido y aquello lo dejó perplejo. Intercambiaron miradas antes de que entrara a la cabaña y transcurrió mucho tiempo antes de que saliera.
—¿No tienes frío? —Fue lo primero dijo al estar a su lado, como respuesta, negó con un suave movimiento de cabeza. El olor a sangre no tardó en invadir sus fosas nasales—. ¿Seguro? Igual voy a prender una fogata.
A pesar de tener la ropa manchada de sangre seca, Geno se encargó de reunir leña, mientras él esperaba envuelto en una caliente manta, aunque de vez en cuando le echaba un vistazo la cabaña. Luego de unos minutos, percibió el alma de ese hombre irse al bosque. Extrañado, se quedó mirando perdido hacia esa dirección.
—Hey...
Qué raro.
—No me digas que te sientes mal.
La mano ajena rozó su mejilla, por lo que su atención volvió a Geno.
—Seguro tienes muchas preguntas, espera que prenda la fogata para explicarte, ¿de acuerdo?
Geno cumplió su palabra y todo tuvo sentido cuando lo escuchó. Al parecer era normal hallar soldados por estos alrededores, pero la mayoría de ellos se encontraban al borde de la muerte y ya era imposible hacer algo cuando los encontraba.
—Aunque sea logró darles una apropiada sepultura... Supongo que algo es algo, ¿no lo crees?
—Sí... —murmuró y se encogió en su lugar.
—¿Uh, acaso hablaste?
Pues sí, lo hizo y sin querer.
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Te voy a terminar, fic, ya verás.
Perdón si hay errores en el capítulos, es que tengo sueño ;_;