Capítulo Siete.

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Maysa no olvidaría con facilidad la mirada expectante de Jean mientras aguardaba su respuesta.

Si accedía, reconocería que estaba lista para el paso siguiente: dejarse llevar y dejar que él le hiciera el amor de todas las formas posibles; y las posibilidades eran infinitas.

Y quería experimentarlas una por una y olvidar el horror de su vida con Ralf. Sólo Jean podía borrar aquellos recuerdos de su memoria.

—Confío en ti, Jean —afirmó agarrándolo de las manos—. Haz conmigo lo que quieras, con tal de que lo hagas ya.

Él la tomo en brazos y ella, sorprendida, se echó a reír. Y siguió haciéndolo mientras la llevaba al dormitorio y la sentaba al borde de la cama.

Dejó de hacerlo cuando lo vió de pie frente a ella, con la piel y el pelo aún mojados y todo su cuerpo ante sus ojos: un hombre desnudo, hermoso y todo suyo para disfrutar de él con caricias y besos. Sintió el deseo de besarlo inmediatamente.

—Te has vuelto a afeitar.

—Sí. Como me dijiste, a las mujeres les resulta a veces irritante el vello facial ,y no quería que te ocurriera a ti.

—Me gustas más sin la barba.

—Estoy contento de que te guste así.

Maysa estaría más contenta si él comenzase a acariciarla o a besarla. Después de todo lo sucedido en la ducha, estaba tan excitada que tenía que contenerse para no saltar sobre él.

Pero él siguió observándola como si quisiera prolongar su agonía.

—¿Vas a quedarte mirándome toda la noche?

—No —se inclinó hacia ella y le puso las manos en las caderas—. Estoy decidiendo lo que quiero hacer contigo.

—Me da igual: hazlo.

Él soltó una carcajada.

—La paciencia no es una de tus virtudes, pero, puesto que ahora mando yo, tendrás que ser paciente.

—Como sigas así, voy a ponerme a gritar.

—Te aseguro que habrá gritos —dijo él sonriendo—. O al menos, gemidos.

Al oír sus palabras, el deseo de Maysa aumento. De pronto, él la beso y el deseo se le concentró en los muslos. Jean comenzó a descender por su cuerpo beso a beso. Se detuvo en los senos, cuyos pezones recorrió con la punta de la lengua antes de introducírselos a la boca.

Cuando ella trató de que se tumbara en la cama, él la rechazo.

—Ten paciencia. Quiero que te quedes donde te he dejado.

—¿Y si quiero tumbarme?

—Ya te lo diré cuando te esté permitiendo.

Estaba comenzando a llevar aquel juego demasiado lejos, pero ella le había arrebatado el control en la ducha y verlo impotente le había producido una enorme excitación.

—Sus deseos son órdenes, majestad.

—Pues te ordenó que sientas placer durante la experiencia.

—Lo haré en cuanto me lo provoques.

—Esa es mi intención. ¿Sabes lo que te mereces?

Una medalla por seguir sentada.

—No.

Él volvió a inclinarse sobre ella y volvió a besarla.

—A un hombre que este dispuesto a arrodillarse ante ti —afirmó él al tiempo que lo hacía.

Deseo. Un Amor Del Pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora