Poniéndose al Día

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Durante el trayecto desde la sede de SHIELD en Nueva York, hasta donde se ospedaría, Steve y Natasha no dijeron ni una palabra. La rusa parecía haber estado algo disgustada cuando Fury le explicó que estaría fuera de la lista laboral mientras ayudaba al americano a adaptarse al nuevo siglo, por lo que este último pensó que no sería adecuado decir algo en este momento.

Bueno, el tampoco estaba tan diferente después de todo. No es que fuese machista o desagradecido como para oponerse a que Natasha lo ayudase, simplemente no se sentía bien. Era un soldado, un combatiente curtido y endurecido con años de batallas sangrientas, por lo que se sentía extraño conocer nuevamente la tranquilidad y no saber cómo vivirla, teniendo que recibir la enseñanza de alguien más.

Era humillante... y triste.

Sin embargo, sabía que esto pasaría si hubiera regresado a casa en vez de estrellarse en el hielo. El trastorno de estrés post traumatico era algo con lo que desgraciadamente estaba bastante familiarizado, junto con los traumas y episodios depresivos propensos a la violencia. Su padre golpeando a su madre y luego a él por defenderla eran prueba de ello.

Después de media hora de viaje se detuvieron frente a un edificio de apartamentos, con las paredes gris claro y ventanas de cristal reflector amarillas. Parecía cómodo y acogedor, muy diferente a su pequeña residencia en Brooklyn. Natasha se bajó del auto primero y luego él hizo lo mismo, siguiéndola de cerca mientras pasaban la puerta giratoria. Mientras se dirigían al ascensor Steve se tomó su tiempo para memorizar el lugar, las paredes, las vestimentas de los residentes y empleados, la decoración y, sobretodo, la mujer que lo estaba acompañando.

Ella era intrigante, misteriosa, toda un enigma. Había algo en ella que la hacía diferente a las demás personas que conoció hasta ahora. Ella lo había tratado como una persona normal, como si no fuese un hombre de otra época, como si su extrañeza con este nuevo mundo fuera algo por lo que ella misma hubiera pasado.

Ingresaron al ascensor y ella presionó el botón del piso siete, las puertas se cerraron y ambos quedaron solos en el pequeño espacio reducido.

El silencio entre los dos no era cómodo, pero tampoco lo contrario. Era simplemente... neutral. Como si ambos estuvieran esperando que el otro dijera algo que definiría si su relación sería agradable o desagradable.

- ¡Di algo idiota! - lo reprendio su conciencia.

Steve abrió ligeramente la boca con la intención de iniciar una charla pero ella se le adelantó.

- Capitán Rogers... - comenzó la pelirroja de repente, volviendo la cabeza ligeramente hacia él. - Sí tiene alguna pregunta que desee hacer, hágala ahora.

El soldado la miró por unos segundos sin apartar la mirada, asintiendo poco después. - ¿Cómo funcionará esto? - preguntó. - ¿Yo tengo que contactarla o visitar-

- Mi departamento se encuentra enfrente de el suyo, por lo que le será fácil contactarme. - respondió la espía. - Además, se le concederá un celular para poder llamarme.

Steve frunció el ceño con confusión. - ¿C-Celular?

Ella le dio una sonrisa condescendiente. - Creo que estará entre las primeras cosas que le enseñaré. - respondió con un ligero toque de humor en su tono. - Creo que le va a gustar.

Steve le devolvió la sonrisa. Parecía que la tensión entre ambos se estaba empezando a desvanecer con cada segundo que pasaba con ella.

.....

Cuando ingresó al lugar que sería su residencia a partir de ahora se sorprendió más de la cuenta, viendo lo moderno y para nada familiar que era la estética del departamento, pero también muy ordenado y cómodo.

The Soldier and The Spy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora