Cicatrices

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¡Bibibibi, Bibibibi, Bibibibi!

Steve gimió con cansancio y extendió la mano para apagar el despertador, cosa que no funcionó las primeras tres veces porque la maldita cosa no se apagaba a pesar de que presionó el botón, luego se dio cuenta de que era el equivocado y finalmente lo corrigió, pudiendo apagarlo y librarse de ese horrible sonido.

A partir de ahora el despertador moderno estaba encabezando su lista negra de cosas que le disgustaban de esta época.

- ¿Quién inventó estas cosas? - se incorporó y se sentó en el borde de la cama, pasando sus manos por su cara y deslizándolas por su cabello. - No fue un sueño. - susurró a la nada mientras recorría el departamento con la mirada.

No sabía que esperaba sinceramente. ¿Qué? ¿Simplemente despertaría y resultaría que todo fue un mal sueño? Esa era la triste ilusión de un niño.

Se levantó de la cama y caminó hacia el baño, girando la llave y mojándose la cara con el agua que salía del caño. Se detuvo un momento para respirar y mirarse en el espejo, viendo como, a pesar de estar "dormido" por casi siete décadas seguía viéndose como un joven de veintisiete años.

Esto no era justo.

Sus amigos, sus seres queridos, todos estaban muertos o demasiado viejos como para recordarlo ahora seguramente. Él luchó, sangró y sacrificó mucho para que su país y la humanidad sobreviviera a la amenaza de Hydra y... él lo perdió todo al final, congelandose en el hielo por décadas para despertar en una época que no era la suya en un mundo que no es el suyo.

Sin pensarlo golpeó el espejo con todas sus fuerzas y lo rompió en pedazos, causando un fuerte estruendo. Sintió un leve ardor en sus nudillos pero no le importaba, nada se comparaba con todo lo que recibió en Europa de parte de los nazis, o lo que estaba sintiendo ahora.

Entonces algo húmedo cayó sobre su mano ensangrentada, haciéndolo salir de su rabia momentáneamente. Eran lágrimas.

Estaba llorando.

Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza mientras sollozos escapaban de él. Sin poder soportarlo más se derrumbó sobre el piso, maldiciendo a todo y a todos los responsables de su sufrimiento. Pero lo peor de todo es que no había ninguno, solo él, y sus decisiones.

.....

Natasha no sabía que estaba haciendo fuera del apartamento de Steve, mucho menos por qué tenía dis bolsas con donas y café para compartirlas con él. Ella misma le había dicho que si nesecitaba algo que la llamar y de inmediato iría a ayudarlo, no que lo haría por su propia voluntad y sin que el le enviara un solo mensaje. Pero aquí estaba.

- Siquiera le gusta el café. - pensó la espía.

Estaba por alzar la mano y golpear la puerta cuando escuchó un estruendo adentro, como si de cristales rompiéndose se tratará. Sabía que si cualquier otra persona hubiera pasado cerca no lo hubiera escuchado... pero Natasha Romanoff no era cualquier persona. Se acercó a la puerta y pego la oreja a ella para poder escuchar algo y si Steve nesecitaba ayuda. Talvez estaba siendo paranoica y el soldado simplemente rompió una taza o un plato, pero siempre era mejor prevenir que curar.

Entonces lo escuchó, muy por lo bajo pero ahí estaba, resonando y reverberando casi inaudiblemente pero estando ahí presentes. Eran sollozos.

Inmediatamente sacó la llave de repuesto que "tomó presatada" del departamento de Steve, deslizandola por la cerradura y abriendo la puerta. Ingresó al lugar y corrió directamente hacia la dirección de donde venían dichos ruidos, llegando hasta el cuarto de Rogers. Entonces lo vio, tumbado en frío piso del baño, con los cristales del espejo roto y hecho un mar de lágrimas. Rapidamente se arrodilló a su lado, sobresaltandolo y haciéndolo retroceder un poco. Cuando sus miradas se encontraron él la apartó poco después, sintiéndose avergonzado por el pésimo estado en el que estaba.

The Soldier and The Spy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora