Capítulo 15. Una recuperación milagrosa

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Varios hombres del sindicato criminal de la Mano de Hierro vigilaban aquella noche las puertas de un almacén de la zona portuaria en el Támesis, armados con rifles y subfusiles. Se habían reunido a fumar mientras charlaban, por lo que no se percataron de las figuras que se ocultaban en las sombras entre otros dos edificios cercanos.

— ¿Os habéis enterado de lo del casino? — preguntó uno de los matones.

— Sí, unos locos lo asaltaron y secuestraron al contable del sindicato — contestó otro.

— ¡¿En serio?! ¿Quién estaría tan mal de la cabeza?

— No lo sé, pero por su culpa estamos teniendo muchos problemas. Al parecer han asaltado varios almacenes y casas francas a lo largo de esta semana. Te apuesto lo que quieras a que son los mismos cabrones.

Mientras seguían hablando, Ruslan, Abygaile y Constance se fueron acercando hasta tenerles a tiro. Constance sacó una granada de entre los pliegues de su abrigo, tiró de la anilla del seguro y la lanzó justo al centro del grupo de criminales. Cuando el primero de ellos se percató de lo que había caído a sus pies ya era tarde. Una explosión sacudió el almacén y los edificios adyacentes. Pedazos de los matones llovieron por doquier. El ruido de la explosión hizo salir a varios matones más del almacén, desorientados por el repentino estallido. El rifle de Gaile escupió fuego y uno de ellos cayó con un agujero entre los ojos, tiñendo de rojo al hombre que estaba justo detrás. Constance y Ruslan se acercaron mientras disparaban a su vez, abatiendo a los otros vigilantes. Cuando se hubieron asegurado de que no había supervivientes, se acercaron a la puerta y otearon el interior del almacén para comprobar si había más guardias, y entraron.

— Estamos dentro — dijo Ruslan a través de la radio.

— Bien — la voz de Gregory crepitó en sus auriculares. — Las armas deberían estar en cajas marcadas con el sello del ejército, buscadlas.

Los tres asaltantes se separaron para buscar por el almacén. Pasados unos minutos Connie les hizo una seña.

— Las tengo.

— Bien — dijo Ruslan. — Destruyámoslas.

Gaile trajo un bidón de gasolina y roció las cajas de armamento y munición. Luego fue acercándose a la puerta dejando tras de sí un reguero de combustible que les serviría de mecha. Ruslan apuntó con su pistola al suelo y disparó. Las chispas del impacto prendieron la gasolina. Las llamas avanzaron con avidez hacia las cajas de armas ilegales, prendiéndolas como la yesca. Tras unos segundos las municiones empezaron a detonar, provocando graves daños en el resto de mercancías del almacén. Para cuando el fuego acabó de devorar la mercancía de contrabando, los tres atacantes ya habían desaparecido entre las calles de Londres.

Uno de los lugartenientes de la Mano de Hierro irrumpió abruptamente en el despacho de Vincent Trusk. El Duque levantó la vista del libro de cuentas que estaba hojeando, dejó sobre el escritorio su copa de brandy y apoyó su puro en el cenicero que descansaba a su derecha.

— ¿Qué ocurre? — dijo con su voz rasgada.

— Señor Trusk, han atacado otro de nuestros almacenes. En el puerto del Támesis.

— ¡¿Otra vez?! — estalló el Duque. — ¡¿Y los hombres que lo vigilaban?!

— Todos muertos, jefe. Algunos destrozados por lo que parece una explosión y el resto acribillados a balazos.

Trusk golpeó furiosamente la mesa con su puño crispado, derramando la copa de brandy y haciendo rodar el cigarro fuera del cenicero, dejando un rastro de ceniza en la brillante superficie de nogal del escritorio.

El Heredero de los Drake - Crónicas de los Drake Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora