Es propio de ti ser fuego, Hannibal

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Hannibal abre los ojos, no recuerda en qué momento de la noche subieron Anthony y él a su habitación. Sabía que todo lo que había vivido en la fiesta no había sido un sueño porque el que dormía a su lado no era Will.

Debo llamarle. Debo saber, entender.

Anthony se mueve todavía dormido, apoyando su pesado brazo en el abdomen de Hannibal. Hasta entonces quiere mantenerlo a su lado. Con lentitud, Hannibal aparta el brazo y se levanta. Ahora recuerda por qué está totalmente desnudo, ráfagas de todas las posturas sexuales posibles que hicieron anoche le vienen a la mente. Entra en el baño, se lava los dientes y hace sus necesidades. Quiere ducharse pero prefiere que Anthony siga durmiendo, de hacerlo le despertaría. Así que coge una bata, se la pone y baja las escaleras entrando en la cocina.

¿Por qué?

Ninguna otra pregunta golpea tan fuertemente su corazón. ¿Por qué Will ha hecho esto? ¿Chilton lo está coaccionando? ¿Y Matthew, qué tiene que ver él en todo esto?

Hannibal odia a esos dos hombres. Uno por haber maltratado a Will cuando estuvo en su Hospital Psiquiátrico, el otro porque era un grito a ojos del mundo que lo deseaba sexualmente. Matthew era un joven muy apuesto, algo que Hannibal también veía. ¿Sentía celos? ¿Era por eso que Will había accedido a estar con él?

Coge su teléfono, esperanzado, pero ninguna llamada de Will consta en él. Ningún mensaje, nada. Lo vuelve a dejar sobre la mesa de la cocina para no caer en la tentación de llamarle él.

El desayuno. Céntrate en el desayuno, se dice. Concéntrate en cada ingrediente, en la preparación, y no pienses en cómo Frederick cogía la mano de Will mientras éste sonreía, o en la desnudez de Matthew esperando a los dos hombres a sabiendas de lo que iba a pasar a continuación.

Huevos, pan a la tostadora. Bien. Bate los huevos, haz el revuelto. Cuidado que no se te queme el pan en tu ensimismamiento. Hannibal se ancla en el presente omitiendo el resto de pensamientos, cosa que no sirve en absoluto. Cuánto más los suprime, más acuden.

Hannibal había amado a Will desde que lo vio en la oficina de Jack, eso es algo que todos menos Will sabían. Había amado su inteligencia, su empatía, su poca sociabilidad. Había adorado su mundo interior, tan rico como el del propio Hannibal, y había hecho todo lo posible para que Will lo acabara descubriendo.

- ¿Quieres casarte conmigo?

Las palabras brotaron de los labios de Hannibal hace ya dos años, mientras se arrodillaba frente a Will, que estaba sentado observando el fuego de la chimenea. Hannibal recuerda ese mágico momento como si acabase de pasar. Will, sin pensarlo, dijo que sí. Que no quería tanto nada.

¿Por qué entonces, Will?

El día de la boda fue íntimo, con Jack y Alana como testigos, tampoco necesitaban más. Una increíble fiesta en la que ya entonces era casa de ambos hizo las delicias de todos los que acudieron.

- ¿Qué es esto, Alana?

Will sonrió enormemente ante el regalo que su antigua ex amante les había hecho. El certificado de adopción de un perro anciano, que les esperaba a ambos en la protectora más cercana. Conocía demasiado bien a Will como para saber que, de haber acudido él al refugio, habría adoptado al que nadie más quería.

- ¿Has pensado un nombre, Will? – le preguntó Hannibal saliendo del refugio,

- Winston.

- Le va como un guante.

Hannibal amaba a su esposo por quién era, no por quién esperaba ser, no por quién los demás creían que era. Lo deseaba cada noche, cada minuto, cada instante. Amar a Will era sencillo, casi tanto como respirar, y agradecía internamente a quién manejase estas cosas por permitir que el sentimiento fuese recíproco.

Corazones Rotos (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora