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||𝖯𝖺𝗉𝖺𝗋𝖺𝗓𝗓𝗂||
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𝗦𝘁𝘁𝗲𝗳𝗮𝗻𝘆:
Después de tomar una pequeña siesta de más de tres horas; lo que amé con el alma. Pude levantarme para ordenar un poco la casa y cambiarme de ropa, decidí armar una maleta con algunas cosas que fueran útiles de regreso a la clínica. Hice algunos bocadillos para poder guardar, añadí una muda de ropa para Meli y a Panchita, que era una muñeca de tela que le dimos en su primer cumpleaños y terminó siendo su preferida.
Volví a la sala estando preparada para partir de nuevo y algo se me vino a la mente.
Bueno, más bien alguien.
Había despertado totalmente sola, pero al hacer todo lo que me faltaba no extrañé la compañía que había tenido horas atrás. Seguramente se fue a su casa; al fin y al cabo yo misma se lo pedí.
Tampoco quería explicaciones de nada, ni las quería ni me las debía. Pero como siempre; se va sin avisar.
Superalo, ilusa.
Lista para salir de la casa, cerré la puerta con llave a mis espaldas y mi teléfono se prendió mostrándome una llamada entrante; un número completamente desconocido. No quería que me extorsionaran en este punto de mi vida, ya tuve mucho por estos días.
No le contesté y guardé el aparato en mi bolsillo, pero como si tuviera algo en contra de quedarse en silencio volvió a sonar.
- Buenas tardes, ¿En qué le puedo ayudar? - Por fin hablé y solo escuché una risa de parte de la otra línea. Posta me tocaba un psicópata, con la suerte que me cargo no da para menos.
- Pero que educada, así es la única manera de que me hables bonito. - Me estás jodiendo, quien chota le rotó mi número a este; para cagarlo a piñas.
- ¿Cristian?
- Cuti, si.
- ¿Quién te pasó mi número? - No sabía cómo pudo llamarme, después de terminar lo bloqueé y eliminé de todas mis redes sociales. A lo mejor ni cuenta se había dado, pero para mi fue un avance grandisimo teniendo en cuenta que me quedaba tentada a escribirle siempre que encontraba su chat.
- Otamendi. - No me sorprende, todos son unos vendidos. - Pero yo se lo pedí, él no tuvo la culpa.
Un silencio se instaló en la llamada y sólo se escuchaban nuestras respiraciones, un tanto incómodo para mi. Pero tampoco colgué ni me inmuté de hablar para terminar con la conversación, solo avancé hacia el carro con el teléfono en mi oreja.
