11: LA DECISIÓN DEFINITIVA

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Unos años antes del asesinato de su familia, hubo otra noche que marco a Bruce Wayne.

Ya era muy entrada la tarde cuando un par de autos negros se estacionaron violentamente a las afueras de la residencia Wayne. Varios hombres trajeados salieron de estos como alma que llevaba el diablo y entraron a la casa, donde a punta de pistola los llevaron a el, a su madre y a los demás empleados a una habitación cerrada mientras que apartaban a su padre y a Alfred.

Bruce noto como un baleado Carmine Falcone se sentaba en la mesa del comedor y le apuntaba con su arma a Thomas Wayne, que apenas y podía reaccionar a lo que estaba sucediendo en sus narices.

-Dicen que eres el mejor medico en la ciudad, Wayne – dijo Falcone con mucho sufrimiento debido a sus heridas de bala en el hombro – Vamos a comprobarlo... sácame las balas. Si me muero... todos los de esta casa se van conmigo.

Incluso ya desde niño, viendo como su padre y Alfred le retiraban las balas en la mesa de su comedor, Bruce ya odiaba a Carmine Falcone.

Cuando la cirugía termino y Carmine junto a todo su sequito de gángsters se marcharon, su padre corrió a los brazos de él y de su madre.

-Soy médico, Bruce. Si alguien está herido... mi trabajo es ayudarlo.

-¡Pero es un mal tipo! – mirando hacia atrás, Bruce ni siquiera estaba seguro de cómo ya sabía eso. Lo que recordaba era su frustración infantil y la sonrisa llena de miedo que jugaba en los labios de su padre –

-Tal vez lo sea. Pero, ¿es el trabajo de un médico decidir eso? – Thomas palmeó a su hijo en la pierna – Si yo fuera policía o juez, mi trabajo sería decidir si el señor Falcone era una mala persona. Pero como médico, mi trabajo es ayudar a cualquiera, incluso si es malo.

Thomas continuó explicándole a Bruce sobre el Juramento Hipocrático, una promesa que todos los médicos tenían que hacer; que ayudarían a las personas necesitadas y nunca les harían daño. Explicó que incluso los delincuentes en prisión podían ver a los médicos. Y cuando Thomas terminó (aun tratando de disimular su miedo) Bruce se quedó con su primer caso importante de disonancia cognitiva: creer que su padre era noble por hacer algo que obviamente estaba mal.

Incluso antes de enterarse de toda la oleada de crimen, vicio y decadencia que Carmine Falcone traía a Gotham City, Bruce ya lo odiaba por eso el suceso que ocurrió en su casa aquella noche. Salvarlo era un manchón en el historial perfecto de su padre.

Años más tarde, a medida que aprendió más sobre el inframundo criminal de la ciudad, Bruce llegó a ver a Falcone como un símbolo de todo lo malo en Gotham. Todos sabían lo que era, incluso si era imposible determinar el alcance total de su influencia; sin embargo, caminaba por las calles escondiendo sus fechorías bajo la capa más delgada de respetabilidad. Poco había cambiado cuando cayó Salvatore Valestra, el capo más grande de la ciudad. Falcone acababa de ocupar su lugar, la prueba más clara que Bruce podía ver del quebrantamiento de Gotham.

Cuando hizo su servicio social en la comisaria del GCPD, Bruce conoció al teniente Jim Gordon, y al entablar una amistad con este tuvo que preguntarle por qué la policía no perseguía a Falcone. Gordon dijo que quería hacerlo, pero nunca pudieron obtener ninguna evidencia sobre él, y sus superiores en la policía estaban en su nómina, por lo que no podían hacerle nada.

Falcone era intocable.

Al cumplir los dieciocho años, Bruce supo lo que quería ser.

Un médico no dejaría morir a Falcone y un policía no lo arrestaría. Si algo iba a cambiar, un nuevo factor tenía que entrar en el juego.

Eso se convirtió en el propio juramento de Bruce, igual de solemne aunque un poco más confuso en sus detalles. Detendría a los malos. Haría el trabajo sucio que otros habían jurado no hacer. Detendría a hombres como Falcone por cualquier medio necesario.

El viaje de Bruce WayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora