XXII

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   Su amor a Lauren estaba siendo probado una vez más ese día ya que tenía que levantarse temprano un sábado para ayudarla a decorar para Halloween. 

   Se tomó un trozo de las Adderall que mantenía en el auto y condujo hasta allí. No le gustaba tomarse una completa cuando iba a estar con ella porque los efectos eran demasiado fuertes, pero descubrió que si rompía la píldora en al menos cuatro partes podía seguir disfrutando de sus beneficios y se volvían más manejables.  

   —Llegaste temprano. —Dijo su Solcito caminando del porche al coche como solía hacerlo siempre.

   —Para aprovechar el día.
  
  Salió del auto y la besó con más ansias que usualmente. Estaba un tanto acelerado. 

   —Debes dejar esas bebidas. —Dijo ella apenas la soltó. 

   —Yo también te amo. 

   No quería hacerla sentir mal. No le gustaba tener que tirar de las cuerdas para que la situación fuera a su favor, pero no tenía otra opción. ¿Qué pasaba si le decía no voy a dejar mis supuestas bebidas energéticas que consumo al menos dos veces a la semana y me ponen tan eléctrico que podría construir un edificio? Necesitaba quitar de la mira su nueva fuente de energía.

   —Sabes que lo hago y por eso me preocupa. Te alteras mucho, a veces pienso que te va a dar un infarto. 

   —No voy a tener un infarto, pero sí una casa decorada para antes del almuerzo. —Le pasó la mano por los hombros y la acercó a su costado. 

   Los niños seguían durmiendo por lo que pudieron desayunar juntos y en paz. No era que le desagradara la presencia de los revoltosos —como les llama él—, sin embargo, ver el rostro de Seth le quitaba cualquier rastro de hambre y ánimo porque le recordaba a Lucille.  

   —¿Por qué no intentas respirar profundo? —Le preguntó ella mientras deslizaba su mano hasta su rodilla para que dejara de mover la pierna tan frenéticamente. 

   Quedarse quieto era complicado cuando estaba enfocado en los adornos de halloween y donde los pondría. Su respiración se aceleraba mucho por la ansiedad.

   —Voy a empezar a decorar, tú termina de comer. —Le dio un besó y comenzó a sacar las cajas que estaba en la sala. 

   —¿Me puedes explicar qué es esto? —Gritó desde el ático. 

   —¡Es lindo cuando está armado! 

   Solcito le había comentado que la temática no era aterradora por la cantidad de infantes que pasaban por allí, no querían darle pesadillas a nadie por lo que él espero unas simples calabazas, quizás unos zombis, pero esa porquería era gigante y sólo imaginárselos armándolas le daba pesadillas a él. Eran dos calabazas gigantes de al menos cuatro metros y dos esqueletos de la misma altura. 

   —Creo que es mejor que yo bajé y tú subas. 

    La gravedad haría que las piezas bajaran por la grada sí o sí, lo difícil sería atajarlas. Por eso era mejor que él las atajara. 

    —Pudo sostenerlas, cariño. 

   —¡Déjame ser un caballero! —Fue bajando las escaleras de madera que crujían con su peso. 

   —No me gusta el ático, ni esas escaleras, ni las arañas, ni las telarañas, ni el polvo. —Dijo  mientras unía su espalda a la pared. 

   —No está tan mal allá arriba y te prometo que no sucederá nada. Sólo no quiero que te lastimes. 

   —Puedo hacerlo. —Cruzó sus brazos para denotar su posición en el asunto. 

   —No hay forma de que te deje ser aplastada por piezas de una calavera. 

SilasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora