XLII

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   Había sido una semana con varios eventos; tuvo su fiesta de cumpleaños la cual fue hermosa y tuvo una sesión muy beneficiosa con la psicóloga.

   La fiesta fue increíble, tuvo pastel, pizza —dejaron la barbacoa de lado al ver la cantidad de personas—, inflables y por supuesto la piñata. El equipo de tenis y fútbol estuvo invitado, a excepción de Dante, por supuesto. Él tuvo que ver como las personas entraban y disfrutaban del evento desde la ventana de enfrente, y París podía unirsele a su novio. Por otro lado, Huntley tampoco estuvo presente. El pobre Gran danés había sido internado en un centro de rehabilitación en las afueras del estado, y le faltaba al menos un mes para volver. No estaba seguro de si seguir con esa amistad o no; Le daba miedo que alguno de los dos quisiera volver a consumir y ambos recayeran, sin embargo, también pensaba en sus amigos de rehabilitación, si iba con ellos o a la terapia grupal a decir que necesitaba drogarse le iban a intentar distraer y aconsejar, así que Enoch le recomendó esperar a hablar con Huntley.

   Y al fin había logrado abrirse con su psicóloga sobre su infancia. Fue horrible y liberador. Habían hablado mucho de como su infancia era probablemente uno de los mayores traumas que había tenido y necesitaba superarlos. Necesitaba ser estable y feliz, por Lauren, sus hijos y por él mismo. ¿Cómo pretendía darle la vida que merecía cuando no podía ser capaz de controlar su mente? La había cagado mucho en el pasado, pero podía no arruinar su futuro y el de Lauren arreglando las cosas. 

   En esa misma sesión que duró más de lo que debería se dio cuenta de que Claudia era crucial para su vida. Obviamente sabía que era importante, pero no tanto. Ambos se habían lastimado más de lo que podrían recordar, habían dicho palabras hirientes, hecho cosas peores, y aunque ya no fueran ellos contra el mundo podían intentar estar presente para el otro, y desde que habían hablado se podría decir que lo estaban logrando muy lentamente. Le gustaría ver a Jessica de nuevo, para pedirle perdón por lo ocurrido, pero no estaba seguro de si eso afectaría a su familia en los ámbitos legales. Su madre, bueno ella no estaba en sus planes de disculparse ni perdonar. La odiaría por el resto de su vida y eso estaba bien. El odio era parte de las criaturas, los cuervos recordaban los rostros de sus enemigos y se vengaban en manada, los elefantes tampoco olvidaban un rostro, así que se permitiría guardarse ese rencor hacía ella. Jamás fue su obligación quererlos, pero venderlos o prostituirlos era una aberración. Sus manos empezaban a dormirse, tan solo pensar en su madre lo hacía querer vomitar.

   Piensa en algo lindo, Silas. Se repitió una y otra vez hasta que cayó en cuenta que nunca había visto un elefante, quería ver uno antes de morir, quizás podrían ir a África o Tailandia para la luna de miel. Lo que no le gustaba es que los elefantes podían ser agresivos y si le ocurría algo a Lauren por su culpa se moriría. Tomó su teléfono y le marcó a Lauren. 

   —Hey. Salgamos, sólo tú y yo.  —Dijo sin dejar hablar a Lauren. 

   Ambos apreciaban mucho a Enoch, pero hace mucho no tenían una salida de pareja. 

   —Por supuesto. ¿Cuál es tu idea? —Podía imaginarla del otro lado de la línea con una gran sonrisa. 

   —La feria. Nunca hemos ido allí. 

   —Solo si comemos algodón de azúcar. 

   —Te compraré todo el puesto. 

   —¿Te veo en quince minutos?

   —Quince. Te amo. 

   —Yo más, cariño. 

   Fue a pedirle prestado el auto a su padre. Generalmente le molestaba pedir su auto prestado, pero últimamente andaba de buen humor, en especial hoy entonces no le importaba. 

SilasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora