XXV

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   No sabía como sentirse. Amaba a Silas, realmente lo hacía, a pesar de eso sentía un vacío en el estómago cada vez que lo veía. Le estaba engañando, estaba segura y eso la hacía sentirse peor. ¿Cómo había llegado a este punto? No quería enfrentarlo porque sería perderlo y no tenía pruebas de sus acusaciones, tampoco podía soportar la forma en la que le negaba que había alguien o la forma en la que le juraba que la amaba porque parecía tan real que dudaba de todo, incluso de ella misma.

    —¿Aún me amas? —Le cuestionó Silas.

   —Sí.

   No pudo responder nada más, si lo miraba probablemente empezaría a llorar, a gritar, a reclamar así que prefirió seguir leyendo. Tenían una buena relación, pasaron cosas fuertes y eso no les afectó, se divirtieron juntos, según sus recuerdos se amaron hasta que... ¿ya no pudieron? Ella lo seguía amando, quería devuelta a ese Silas que le robó un beso cuando comían helado, al que escalaba por su ventana, al mismo que le confiaba y era tan sensible por las noches, ese que en su peor momento le habló de un restaurante donde obligaban a los empleados a disfrazarse de langostas porque ese Silas que tenía al lado no era el mismo. Cada día pasaban menos tiempo juntos, al principio fue bueno que tuviera amigos y disfrutará, pero poco a poco la hicieron sentir destituida. ¿Qué pasó para que la dejará de amar? ¿Conoció a alguien mejor? ¿Ella era dulce?  ¿Ella llenaba sus necesidades como Lauren ya no podía? ¿Le daba cosas que Lauren nunca le dio? ¿Amaba a Silas con la misma locura y ceguera que Lauren lo hacía? ¿Lo conocía como Lauren lo hacía? ¿Lauren lo conocía? Demasiadas preguntas sin responder, atormentada por un fantasma que ni siquiera conoce.

   —Me tengo que ir.

   —¿A dónde vas?

   —No me siento bien.

   Se ofreció a llevarlo, pero se negó. Le deseo mejoría y lo vio marchar. Las lágrimas se le salían. No quería que la relación tomará ese camino y estaba decidida a platicarlo. Sus padres arreglaban sus desacuerdos así y parecía funcionar. Quizás no se había portado de la mejor forma con él en las últimas semanas, pero todo esto era nuevo para ella... al igual que para él.

   Al momento que llegó al estacionamiento Silas ya no estaba por lo que decidió ir en su auto a comprar algunas provisiones para pasar la tarde con él. Subió al auto, encendió la radio y condujo. La ciudad en la que vivían tenía muchos semáforos, demasiados a su gusto, pero hacían que fuera más segura para los peatones. Esperó paciente en cada luz roja hasta que llegó al supermercado.

   Necesitarían mucho helado de chocoalmendras. Puso cuatro tarros en el cochecito que pronto lleno con bebidas, golosinas, algunas películas pirata, palomitas, té, pastillas de venta libre y chocolates. Cerca de la casa de Silas había una floristería, estaba segura que allí compraba los ramos tan lindos que le había dado. No le parecía tan mala idea darle uno, no era lo tradicional, pero a ella se le derretía el corazón cada vez que él le daba unas, probablemente le gustaría. Habían flores por doquier. No era una gran sorpresa, pero esperaba ver ramos ya preparados.

   —Buenos días. ¿Tiene ramos?

   —Buenos días. Aquí nos gusta trabajar con el cliente para tener un ramo personalizado, con mucho gusto te puedo ayudar. —Comentó una joven.

   ¿Él hacía los ramos? Eso era adorable.

   —¿Qué puede decir: "Te amo, he sido una idiota. Por favor intentemoslo de nuevo"?

   —Rosas rojas con tulipanes y gerberas blancas.

   —Entonces eso. Que sea un ramo grande, por favor.

   Ese ramo era divino. Lo colocó con mucho cuidado a su lado y por fin llegó a la casa de él. Estacionó detrás de su camioneta. Bajó la gran bolsa de provisiones y el ramo, a como pudo tocó la puerta. Su corazón latía muy fuerte y tenía náuseas, seguro se le había contagiado lo que Silas tenía o estaba demasiado nerviosa. Al no haber respuesta, se imaginó lo peor, Silas no estaba solo. Se llenó de valor y abrió la puerta. Resultó estar mal cerrada como si hubieran entrado con prisa.

   El lugar estaba solo y silencio, de la misma manera subió las gradas y entró a la habitación de Silas. No había nadie.
Puso las cosas en la cama pensando en donde podría estar él. No se había percatado de los papeles que estaban a su lado en la mesita de noche. El estómago le dio un vuelco al ver que tenían nombres. Entró al baño y allí estaba Silas. Desmayado en la bañera con un peluche y sábanas. Su rostro estaba pálido, sus labios tenían un color grisáceo y su brazo con marcas colgaba fuera de la bañera, una jeringa estaba en el piso. Desearía decir que apenas lo vio corrió a su auxilio, pero tardó unos microsegundos en reaccionar. No podía creer lo que estaba viendo.

   —¡Mierda, no! —Gritó cuando reaccionó.

   Sabía que hacer, recibió entrenamiento para reanimar.
   No respiraba y no lograba sentirse el pulso. Lo sacó de la bañera cuidando no golpear su cabeza, no estuvo consciente de cuanto peso había perdido hasta ese momento, no le costó sacarlo de allí.

   Mil uno, mil dos, celular, mil tres, 911, mil cuatro.

   No pensaba más de lo necesario. Le dio los datos a la operadora, la ambulancia llegaría pronto, lo reanimarian y estaría bien.

   Cinco, diez, quince, dos, tres, no sabe cuánto duraron en llegar, pero cada segundo pasaba demasiado rápido y lento a la vez.

   —Deme espacio, por favor. —Le dijo uno de los paramédicos mientras comenzaba a usar el desfibrilador.

   —¿Sabe qué pasó? ¿Qué consumió? —Interrogó el otro.

   —No... no, solo lo encontré.

   Primer, segundo, tercero, cuarto... lo sentimos.

   —Se ha ido. —Él paró de reanimarlo.

   —¿¡Ve esta casa? Somos los hijos de la gente poderosa de este puto país de mierda y si usted se atreve a dejarlo morir voy a pasar el resto de mi vida arruinando la suya. Dejaré a toda su familia en la maldita miseria esta que no le quede descendencia alguna. ¿Le ha quedado claro!?

   Ambos la miraron impresionados, de seguro sonaba como la niña malcriada y presuntuosa que podía ser, pero no le importaba. Haría lo que tendría que hacer para que él viviera. Todo lo demás estaba borroso, se empezaba a escuchar tan lejos. Solo podía ver a Silas en la camilla, a Silas a su lado en la ambulancia recibiendo tratamientos, a Silas muriendo...

   Se lo llevaron y ella quedó allí llorando en medio del pasillo. No podía pensar con claridad. Tuvo que preguntarle si lo amaba porque había sido una idiota. El mundo estaba en silencio y no sentía el paso del tiempo solo podía pensar en que si no hubiera durado tanto en la floristería él no lo hubiera hecho, si no hubiera durado tanto en el supermercado, si hubiera llevado un tarro menos de helado, si se hubiera saltado una luz roja, si no hubiera encendido la radio, si lo hubiera llevado, si lo hubiera mirado, si hubiera puesto atención, si lo hubiera perdonado, si lo hubiera creído. Tantos hubiera tan tarde.

   —Lauren, mírame. Necesito que me digas con cuidado cada cosa que pasó o viste en esa habitación. —El padre de Silas la tenía de los hombros.

   Le respondió lo que pidió y él fue a buscar a los encargados del caso. No sabía como llegó allí, quizás una enfermera le llamó o ella lo hizo. No lo sabía.

   Mientras tanto la casa de Silas seguía abierta, el baño seguía con las mantas en la bañera, la jeringa que se rompió cuando Lauren la aplastó sin intención, las flores que pronto empezarían a marchitarse en la cama, el helado que se derretía, poco a poco el envase se iba quedando sin ningún contenido mientras sonaba el incesante goteo.

SilasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora