XXXVI

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   Llegar a casa puso una tensión en sus hombros. Con cada paso que daba sentía como la relación se había dañado aún más y sólo podía culparse a si mismo.

   Su padre llevó al patio a los perros para que hicieran sus necesidades y jugaran un rato allí. No lo había visto tan feliz jamás, esos animales terminarían durmiendo en la cama con su papá.

   Su habitación ya no se sentía como suya. Estaba limpia, ordenada y seguramente registrada. La cama tenía nuevas sábanas y en ella se encontraba el Señor Asher junto con el peluche de gato Montés que le dio su Solcito mientras estaba hospitalizado.

   —¿Quieres qué me quede? —Le preguntó Lauren mientras lo abrazaba por detrás.

   —Por favor.

   ¿Cómo podía seguir ella allí con una sonrisa en el rostro y el corazón roto? ¿Para qué seguir allí? ¿Cómo podía seguir él aparentando que estaban bien cuando él tenía la culpa?

   Había una tensión entre ellos que no podía tolerar, ni siquiera podía mirarla a los ojos, pero en ese momento con el sol apenas cayendo no podía decirle nada, no tenía el valor ni la fuerza para hacerlo. Correría el riesgo de que se fuera y la necesitaba con él.

   —¿Quieres que te prepare chocolate caliente? —Seguía abrazándolo. Su tono estaba lleno de amor y delicadeza. 

   —¿Harías eso por mí? 

   —Por supuesto. 

   Antes de que se fueran a la cocina Silas tomó el rostro de Lauren entre sus manos y depositó pequeños y suaves besos por sus mejillas, nariz, frente y labios. Le aterraba pensar que era su última noche.

   La vio salir al patio donde su padre estaba con Zoe y los canes a ofrecerles chocolate caliente, ellos se negaron. Volvió a la cocina y se paseó por ella buscando los ingredientes, y él no pudo evitar estar al borde de las lágrimas. ¿Por qué tenía que haber arruinado lo único bueno que tenía? ¿Cómo pudo haber perdido todo su control por las drogas? Había estado cavando su agujero desde hace mucho tiempo.

   Él no valía la pena esta claro, pero ¿Cómo iba a vivir sin ella? La había conquistado una vez y podía hacerlo dos veces. No se iba a rendir tan fácil, podía mejorar o al menos fingirlo. Había logrado aparentar ser un atleta estrella, un buen novio e hijo, solo tenía que aprender. No dijeron una palabra y volvieron a la habitación, pusieron una película y se acurrucaron. Casi las mismas acciones de ese día que pasaron entre las sabanas, pero ya no se sentía igual.

   —Lo siento... No debí actuar como lo hice, pero realmente te amo y si me dejas hacerlo puedo ser un buen novio o al menos intentarlo. —En su tono se escuchaba la suplica. 

   Ese día ella llevaba un vestido celeste que la hacía ver como una princesa, pero a él poco le importó el vestido o el amor y tristeza que irradiaban sus ojos. Lo que le importaba era torcer suficiente las cuerdas para que ella pensará que moriría si no le daba una dosis, ciertamente él se sentía así. Claro, Lauren era más lista que él, y el personal ya le había advertido de que eso podría suceder.

   —Silas, ya te perdoné y lo sabes. Te amo y sé que no eres así.

   —No puedo dejar de pensar en eso. Lo lamentó mucho. —Se sentía bien sacar eso de su pecho. 

   —Todos nos equivocamos, cariño.

   Odiaba que pensará eso; ella no se había equivocado en nada, incluso él la empujó a que se alejará, hizo que pensará que la engañaba con alguien más, debió de sentirse horrible. Odiaba al Silas drogadicto, odiaba pensar que habían tantos Silas y que iban cambiando, evolucionando o involucionando todo con un fin desconocido. ¿Para qué existía el Silas bueno, malo o drogadicto? ¿Por qué no podía ser un Silas normal? Estaba tan harto de absolutamente todo que se estaba ahogando. Su psicóloga le dijo: «No hay un Silas bueno, malo o adicto, todos esos Silas son tú. El ser humano es gris, lo bueno y lo malo son parte de la moral. Los errores son normales, Silas. Aprende a perdonarte.» Era demasiado pensar que había un único Silas que podía ser tan correcto que le abría la  puerta del coche a su novia o tan inmoral para abusar y matar. Estaba harto de tener que pensar cada acción o respuesta porque estaba lleno de mentiras, estaba harto de estar tan dañado que tenía que pensar una y otra vez sobre el bien y el mal.

SilasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora