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Esa noche Kageyama volvió a quedarse a dormir. Se levantó particularmente temprano para poder ir a su casa a buscar ropa de cambio y alcanzar a llegar a la práctica matutina. Hinata se despertó debido a los movimientos del pelinegro y le comentó que quizá podía encontrar ropa interior de su talla, ya que su madre tenía la costumbre de comprarle prendas de tallas más grandes para que usara "cuando creciera".

Así que luego de haberse puesto unos boxers negros que hasta tenían la etiqueta, unos calcetines y guardar una camiseta totalmente blanca que parecía de su talla, decidió que no era necesario pasar por su casa.

Logró convencer al pelirrojo de que se quedara en cama un día más, prometiendole que entrenaría con él cuando se encontrara mejor y que se conseguiría las tareas de las materias a las que había faltado (afortunadamente en su segundo año estaban compartiendo curso).

Bajó con lentitud al primer piso mientras su nariz percibía un olor a huevo frito proveniente de la cocina. Se quedó parado al lado del inicio de la escalera, apoyado en el pilar, asomando la mirada hacia donde provenía aquello. La madre de Hinata se encontraba haciendo desayuno mientras Natsu estaba sentada en la mesa medio dormida.

"Kageyama! Quieres comer algo? Siéntate".

El joven se acercó lentamente a la cocina, jugando con sus dedos. No se encontraba acostumbrado a dichas escenas. No desde que su abuelo había muerto.

"La verdad no suelo desayunar" murmuró casi avergonzado.

"Pero eres un deportista" se quejó la mujer con una ceja alzada.

"Usualmente como después del entrenamiento de la mañana" le explicó mientras fijaba su mirada en la caja de leche de litro que se encontraba en la mesa. Con timidez, se acercó a la zona donde se encontraban los vasos y sacó uno, sirviéndose un poco para luego tomar. Se encontró con la mirada curiosa de la adulta, relajando un poco la postura. "Pero tampoco es que no me guste desayunar. Simplemente no lo hago".

"Bueno, hoy es tu día de suerte. ¿Te gusta el huevo frito?"

El pelinegro simplemente asintió con una ligera sonrisa, mirando hacia el lado y luego hacia el suelo. Le costaba mantener el contacto visual con personas que no conocía tanto.

Desayunó en silencio junto a ambas, sin saber muy bien qué decir más allá de agradecer por el gesto. Se sentía un poco nervioso porque una parte de él intuía que tenía que dar algún tipo de explicación más amplia de lo que había sucedido ayer.

"Shouyou quería venir hoy a la escuela. Bueno, en verdad al entrenamiento. Le dije que era mejor que se quedara descansando. Espero no haberme metido en algo que no me correspondía, Hinata-san" murmuró al rato, mirándola a través del rabillo del ojo.

"No te preocupes, le he dicho eso mismo todos estos días. Lo bueno es que te tengo a ti para que insistas. Sé que te preocupas por el bienestar de mi hijo" le dijo con una sonrisa dulce. "Avísame si tuviste algún problema con tus padres por haberte quedado aquí de improviso y en día de semana, más encima. Puedo hablar con tu madre o padre si es necesario".

"No es necesario" Kageyama tragó saliva.

"¿Seguro?"

"Sí… la verdad, mis padres no están mucho en casa así que no me metí en problemas. Gracias de todas formas".

"Ya veo" murmuró la mujer, pensativa.

Había un poco de aprensión en su mirada. Se levantó de la silla y fue al mueble dónde se encontraba el teléfono, anotando en un post it un par de cosas, pasandoselo al pelinegro.

"Si en algún momento necesitas algo; un favor, un adulto o decirme algo sobre Hinata, no dudes en llamarme o enviarme un mensaje. Este es mi celular personal y el de abajo es el que uso en mi trabajo. El laboral obviamente es en caso de emergencias pero creo que tienes criterio para esas cosas."

El mundo odia a Hinata ShouyouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora