PRÓLOGO.

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El cielo permanecía en su totalidad encapotado, asemejándose a una cliché película en la cual llovía cuando una persona iba a ser enterrada.

Aquel día no había llovido, pero tampoco faltaba mucho para que aquello sucediese. De igual manera, y según los mitos que transitaban por las calles, ese hecho tan 

sólo quería decir que la persona difunta había sido una muy grande y buena; y definitivamente, August lo había sido, tanto así que sus dos hijas, Sualen y Lyn, debieron enfrentar sus diferencias ante su repentina muerte, y unirse como las hermanas que en muchos años no habían logrado ser. Desde aquella estúpida pelea que tuvieron cuando eran aún jóvenes y nunca más volvieron a dirigirse la palabra.

Pero las cosas parecían querer ponerse en su contra y aquel día, antes del entierro, Sualen había cogido el brazo de su hijo y habrían caminado hasta estar frente a la puerta de color caoba, dejando rebotar sus nudillos sobre la superficie y aspirando con fuerza, mientras escuchaba como Yibo le susurraba que todo estaría bien, y que no olvidara ser amable con su 

tía.

El castaño permanecía por completo ignorante a lo que en realidad pasaba; cuando su madre y su tía pelearon, él aún era un niño. No podía recordar con seguridad su rostro, pero definitivamente podía rememorar a su primo, con el cual siempre pasaba las tardes. Aunque aquellas memorias fueran por completo borrosas ante sus ojos, su sentimiento aún permanecía vivo. Y es que Xiao Zhan había sido el único amigo que tuvo de pequeño, el cual habría desaparecido de su vida en un pestañeo, cuando su madre decidió alejarlo de él, prohibiéndole que pudieran encontrarse tan siquiera una vez más.

Yibo sacudió la cabeza cuando se dio 

cuenta de que estaba divagando en su mente, apretando el brazo de su madre y escuchando los pasos aproximarse hacia la entrada.

Había sido un largo viaje desde su casa, después de recibir la invitación de Lyn para quedarse en la suya hasta que todo aquello terminara, y es que él simplemente no podía haber dejado de ir. No pasó mucho tiempo junto a su abuelo, pero sabía que había sido el mejor de todos, y cuando su madre le dio la deplorable noticia, él llegó a soltar contadas lágrimas. Pero ahora tan sólo podía pensar en una cosa, y era que volvería a ver a su primo. ¿Él lo recordaría también?

Cuando la puerta fue abierta y una mujer 

estuvo sosteniéndola, Yibo sintió a su madre tensarse. Ésta habría pasado el camino entero triste, pero aun así le había mencionado lo poco emocionada que estaba por ver a su hermana, después de todo. Sabía que se lo debía a su difunto padre, primero por alejarse de él, y segundo por jamás volver a contactar con Lyn, pero el rencor en su mente se mantenía intacto. De igual manera, ella siempre supo que su hermana era muchísimo más flexible, y después de aquella improvista invitación, notó que ella ya lo había superado. O al menos fingía hacerlo.

— Me alegra que hayan venido — dijo, su voz pareciendo un poco rota y sus ojos rojos. Yibo de inmediato se sintió mal, y dándole un discreto empujón a su madre, 

él aclaró su garganta, para luego regalarle una sonrisa a la pelimarrón en la puerta.

—  Gracias por la invitación, tía — cedió Yibo, soltando el brazo de su madre por unos segundos, para luego acercarse a la mujer y estrecharla en un reconfortante abrazo. Ella aferrándose a él con sentimiento, y sollozando bajo ante la emoción.

— Por Dios, Yibo. Estás tan grande — se separó, sus ojos llenos de lágrimas y una sonrisa temblando en sus labios. El castaño mordió el interior de su mejilla, y sin saber qué más decir se hizo a un lado, dejando que los ojos marrones de su madre examinaran la expresión de su hermana— . Han pasado tantos años.

𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒕𝒆𝒍𝒍 𝒐𝒖𝒓 𝑴𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓𝒔 [𝒀𝒊𝒛𝒉𝒂𝒏]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora