El Orinal del Imperio (2ª parte)

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Apenas era consciente de lo que pasaba a su alrededor. Por supuesto, sabía qué estaba sucediendo, lo había visto varias veces desde el otro lado, pero nunca se había imaginado que sería él que se vería expuesto, desnudo, con un aro de metal alrededor del cuello. Nunca antes le había importado tanto la desnudez.

No sabría decir si sucedió rápido o, por el contrario, solo fue su percepción de una aburrida escena cotidiana. Todo ocurría demasiado deprisa para su lastrada conciencia. Aturdido, reaccionaba un segundo demasiado tarde a cualquier hecho.

Incredulidad, sí eso. Esa debía ser la explicación al abotargamiento que nublaba sus sentidos. Quizá era eso lo que le llevaba a ver la escena como un simple espectador.

Pero estaba sucediendo.

Le estaba sucediendo a él.

Le estaban vendiendo.

Era un esclavo.

Y las palabras que habían conmocionado su mundo resonaban en su cabeza escuchadas, solo en parte, negadas a ser creídas, mientras una vocecita infantil y chillona le repetía una vez y otra que no era justo, que todo se arreglaría, que pronto todo volvería a ser lo que debía ser.

Pero Akron sabía que no era cierto. Ahora solo tenía que creérselo.

«Aguanta. Solo tienes que aguantar. Iré a buscarte y todo se arreglará».

Estaba sentado en una silla de brazos anchos, apoyaba el rostro en una mano, en sus gestos había soberbia contenida. Debía tener más de cuarenta años pero se veía que se tomaba su tiempo en mantenerse en forma. El cabello era de un color grisáceo que mostraba sin coloración ni pelucas, no parecía preocuparle el paso del tiempo. Sus ropajes eran discretos pero de calidad. Sus ojos eran claros, casi transparentes, y le observaban sin pestañear.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó de nuevo el que se había convertido en su amo.

Akron parpadeó confuso y dudó un momento antes de comprender que se estaba dirigiendo a él. Y aun así, se tomó otro momento antes de contestar. No era una pregunta sencilla. Le habían dejado muy claro lo que podía pasar si su identidad salía a relucir.

—Mi madre me llamaba Akron —contestó con voz trémula. No era una mentira. Seguro que no era lo que su amo quería escuchar pero no era una mentira.

El tipo le miró con interés y alzó la barbilla en un gesto de soberbia comedida.

—Tu madre... ¿era una esclava? —le preguntó.

Akron se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza.

—Sí.

—Sí, domine —le corrigió.

—Sí, do-domine — Akron tragó saliva antes de continuar—, pero...

Se interrumpió antes de continuar, quizá no debiera hablar más.

—¿Pero? —le incitó a continuar.

 —Su amo la liberó para casarse con ella.

—¿El amo era... tu padre? —Tuvo que tragar saliva de nuevo y, a pesar de eso, su voz seguía fallando. Se limitó a asentir con la cabeza. Su domine pareció satisfecho—. Así que de eso se trata, eres un bastardo. Y dime una cosa, Akron —Repitió el nombre con cierto retintín, dejando claro que no le convencía—. ¿Tu padre no se acordó de liberarte a ti?

  Akron no fue capaz de responder pero su silencio y su expresión fueron todo lo que el hombre necesitaba para estallar en sonoras carcajadas.

—Su pérdida; mi ganancia —dijo levantándose de golpe—. Sígueme, Akron, te enseñaré tu nueva casa.

En la Sangre [Barreras de Sal y Sangre -I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora