Lo que se oculta bajo la piel (1ª parte)

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Negar que estaba aterrado era ridículo.

Podía intentar que los nervios no hicieran mella en él, podía fingir indiferencia, incluso podía fingir cierta desidia, pero no, no podía negar que estaba aterrado y su mayor proeza era la de no salir corriendo. Y probablemente lo habría hecho si no tuviera un aro en el cuello que le auguraba un destino funesto si lo intentaba.

Contempló al tipo que había pagado una cifra astronómica para tener el cuestionable privilegio de ser su primer amante. Las palabras de Dafnis resonaban en sus oídos, y aunque le pesara, una parte de él se excitaba ante la idea de recrear las sensaciones descritas por el joven. Se atrevió a pensar que podía considerarse afortunado.

El fornice era una habitación grande. Tupidos cortinales cubrían las ventanas de una pared, el resto de la estancia estaba decorada con minuciosos mosaicos, escenas sacadas de las leyendas que hablaban de dioses y amantes: Zeus y Europa, Apolo y Dafne, Céfiro y Jacinto. Incómodo, desvió la mirada de esta última imagen.

Una cama enorme, con muchos almohadones, ocupaba el centro de la estancia, apenas había otros muebles. En un lateral, un banco de mármol con las patas decoradas salía de la pared. En él su pretendiente había dejado la capa de armiño, encima de un par de cojines cilíndricos. Una pequeña mesa redonda estaba al lado del lecho, encima de ella había una jarra de vino, dos vasos y un plato de dátiles, tal y como había ordenado Pulvio. También había una botella más pequeña con forma de lágrima, en su interior se adivinaba un contenido dorado: aceite de almendras.

Eso no era para comer.

Al contrario que las piscinas de la zona de baños, los fornici sí tenían puertas. O al menos las tenía la estancia que ocupaban en ese momento ya que dos robustas láminas de madera se cerraron a su espalda recordándole que no tenía escapatoria.

-¿Quieres vino? -preguntó su cliente con tono amable. Su voz era suave y tenía el acento extraño de quien no está acostumbrado a hablar el idioma común. Akron asintió con la cabeza y tomó el vaso que le tendía.

Dio cuenta de su contenido sin pararse a respirar. "Bebe vino, relájate» le había aconsejado Dafnis y él pensaba hacer caso de su consejo. Se preguntó cuánto vasos de vino serían necesarios para que empezara a relajarse y si su cliente tendría la paciencia necesaria para dejar que el alcohol hiciera mella en él.

Al verle apurar el vaso, el bárbaro se rio y le sirvió otro más.

Akron contempló el contenido carmesí del nuevo vaso. Se sorprendió al descubrir que no le molestaba la risa del extraño. En esos últimos días había podido acaparar burlas y chanzas a su costa y, a su pesar, se estaba acostumbrando al sonido de la risa hiriente. Pero ese no era el caso.

El galo dejó el chaleco sobre el banco de mármol y se estiró en la cama sin quitarse el calzado. Akron apenas se había movido desde que llegara a la habitación y seguía allí, de pie, con la puerta a su espalda y el lecho delante.

-Pulvio decía la verdad -comentó su extraño pretendiente-. ¿En verdad no te ha tocado nadie? ¿Ni hombre ni mujer? Puedes decírmelo, no voy a devolverte por ello.

-Algo positivo de esta noche es que nadie volverá a hacerme esa pregunta nunca más -gruñó. Entonces, un segundo demasiado tarde, fue consciente de sus palabras y del tono que había empleado-. ¡Mil disculpas! -dijo, y se apresuró a agachar la cabeza-. Los nervios me traicionan.

El extraño se rio de nuevo, y de nuevo, su risa tenía algo reconfortante. Akron esbozó una sonrisa tímida que se desvaneció al instante.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó.

En la Sangre [Barreras de Sal y Sangre -I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora