El orinal del Imperio

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«Entierra tu alma en un sitio oscuro

donde no llegue nadie.

Donde nadie la encuentre.

Cuando vuelvas la vista atrás y camines

sobre los cristales de recuerdos rotos

con la indiferencia de quien pisa hierba,

sabrás que ya eres de piedra.

Solo entonces podrás desatar la furia de los dioses

y quemar el mundo a tu paso.

La tormenta no te hará daño.

El fuego no te hará daño.

El acero no te hará daño.

Flores de sangre serán tu legado.»



1.- El Orinal del Imperio


«Entierra tu alma en un sitio oscuro donde no llegue nadie. Donde nadie la encuentre.»

El traqueteo de la caravana sacudió su cabeza sacándole del sueño inquieto para arrojarle de lleno a las garras de una realidad de pesadilla. Akron ahogó un lamento y lo encerró en su pecho. No más lágrimas. Ni una más.

«No te faltarán los motivos. Lo sé, será difícil. Puede que duela tanto que quieras arrancarte el corazón para no volver a sentir. Y ni entonces deberás llorar».

Sentía los huesos de sus caderas golpeando contra la superficie dura de la carreta y cada bache del camino, cada pequeña piedra, resonaba en su pequeño cuerpo dibujando el relieve del empedrado de la calzada con dolorosos destellos. Intentó moverse, variar de posición, pero eso no hizo más que empeorar las cosas. El esclavo que se apretaba contra su costado izquierdo interpretó su gesto como el reclamo de más espacio y defendió sus centímetros con un golpe de codo. Akron reprimió un nuevo gemido cuando la articulación se estrelló contra sus costillas y el nuevo gesto involuntario recibió un nuevo empellón, esta vez de su costado izquierdo.

-¿Qué sucede, domine? ¿El asiento no es lo suficiente confortable para su noble culo? -Algunas risas aisladas corearon la ocurrencia del esclavo. Akron le tenía visto de antes, el chico que trabajaba con los caballos. Apenas habían cruzado nunca más de dos palabras pero ahora todas las que vertía estaban cargadas de veneno-. Más vale que os acostumbréis -prosiguió-, vuestro noble culo no tardará en notar cosas más duras.

Esta vez no hubo ninguna risa, ni siquiera el caballerizo rio. Gruñó alguna cosa sin sentido, apartó la mirada y se sumergió de nuevo en su rincón. En ese lugar, en esa carreta en medio de la nada, el destino era una bestia cruel que se deleitaba aguardando un festín de cuerpos y almas.

«Sabes lo que te sucederá, ¿verdad? ¡Escúchame! Tú lo sabes, yo lo sé. No eres tonto, hermano. Sabes qué van a hacer contigo antes de que nadie te lo diga. Eres muy joven y... y no tienes marcas de golpes o enfermedades.»

No, por mucho que odiara la pequeña carreta en la que se apilaba junto con una veintena de cuerpos sucios y semidesnudos; a pesar del olor nauseabundo de la humanidad que impregnaba cada poro de su piel, entraba por la nariz y llegaba hasta el estómago golpeando, haciendo que la mera posibilidad de ingerir cualquier cosa le provocara una arcada; a pesar de las yagas dolorosas que el aro de metal le estaba produciendo. A pesar de todo, sabía que lo que le esperaba al final del camino era mucho peor.

En la Sangre [Barreras de Sal y Sangre -I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora