—Quítate la ropa y métete en el agua—le cuchicheó Mael con una voz áspera que contrastaba ferozmente con la que había empleado, apenas un instante antes, con el cliente.
El edil aguardaba expectante, acomodado en el interior de la piscina de agua caliente. Era un hombre de mediana edad y rasgos fuertes. Las canas apenas habían comenzado a clarear su oscuro cabello. Parecía alguien que cuidaba su físico con una eficiencia que rozaba la vanidad.
El galo, que ante todos respondía al nombre de Ganímedes, se despojó de su exigua ropa y se sumergió en la piscina con pasos firmes, lentos y sinuosos.
—Espero que no os importe que Jacinto nos acompañe. Es nuevo. Tiene que aprender los detalles del oficio.
—¿Los dos? ¿Sin recargo? —El hombre se rio a carcajadas—. Claro, por qué no. Todo sea por una buena causa.
Akron obedeció las instrucciones de Mael. Y se metió en la bañera sin más prenda que la argolla de bronce que todavía pendía de su cuello. El agua caliente trepó por sus piernas cuando se adentró en ella y se detuvo a la altura de su cadera. Imitó a su compañero y se arrodilló en el fondo embaldosado dejando que llegara hasta los hombros.
El cliente observó cada gesto que hizo desde que se despojó de la ropa y siguió con la mirada cómo el agua trepaba por su cuerpo sin ocultar la fascinación que sentía. Akron notaba el peso de esos ojos oscuros, empañados en deseo, recorriendo su piel y un escalofrío cruzó su columna. Tuvo que concentrarse en respirar y seguir avanzando. Todas y cada una de las fibras de su cuerpo le impelían a salir corriendo. No apartó el rostro cuando el desconocido que tenía delante le paseó el pulgar por los labios. Tampoco apartó la mirada.
—Me gusta tu boca... Sí... reconocería estos labios en cualquier parte. ¡Pulvio, viejo cabrón! —El cliente empezó a reír a carcajadas—. Estuve a punto de comprarte en la subasta de ayer pero tu domine me ganó por la mano. Entonces me quedé con las ganas de morder esa boca.
Le agarró con brusquedad de la argolla de metal y le obligó a ir hacia delante, hacia su pecho.
—Vamos a instruirte bien —comentó, se relamió anticipando lo que vendría a continuación.
Sin dejar de sujetar con una mano el aro, la otra desapareció bajo el agua. Akron dio un respingo involuntario cuando notó la presión en su entrepierna.
—Te gusta esto, ¿verdad? —El aliento del edil olía a vino—. Seguro que se te pone dura con solo imaginarte mi polla en tu culo. ¿Verdad, Jacinto?
El agua se derramó en grandes cantidades por el suelo de la habitación. Un movimiento brusco y los dedos se deslizaron. La mano que antes agarraba el collar por su garganta, ahora lo hacía por la nuca y tiraba de ella obligándole a arquear la espalda. Akron se vio obligado a emplear sus fuerzas en sujetar el collar para poder respirar.
—Relájate, Jacinto —dijo su cliente con una sonrisa burlona, Akron sintió su aliento cálido en la oreja—. En verdad tienes mucho que aprender, ¿eh? ¿Cómo puedes estar tan tenso?
Akron cerró los ojos con fuerza y, de nuevo, hizo acopio de voluntad para no salir corriendo. Sabía lo que iba a suceder con él cuando cerraron ese collar alrededor de su cuello. Había intentado hacerse a la idea, decirse a sí mismo que había destinos peores y, probablemente, así fuera. No, no podía huir y no podía negarse. No, ya no. Solo le quedaba... aguantar.
«La tormenta no te hará daño. El fuego no te hará daño. El acero no te hará daño.»
Los versos vacíos del estúpido poema se formaron ante él y Akron se agarró a ellos como un náufrago se agarraría a un trozo de madera.
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En la Sangre [Barreras de Sal y Sangre -I]
FantasíaEra el noble hijo de una de las familias más antiguas de Roma. Provenía de un linaje que se remontaba hasta los mismos dioses. Estaba destinado a rubricar con su nombre la historia de su país. Pero eso fue antes. Akron no es más que un e...