Estatuas y flores (2ª parte)

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El reflejo borroso del espejo le devolvía una imagen que no reconocía. Le decían que era él, y... no podía ser de otra forma. ¿Cuánto hacía que no se miraba en un espejo? La última vez que lo había hecho era otra persona, con otro nombre. Desvió la mirada, incómodo.

—¿El maquillaje es necesario? —preguntó sin alzar la voz. Había conseguido mantenerse alejado de los polvos que blanqueaban el rostro de Dafnis pero Pulvio había insistido en llenar de Khol sus ojos.

—Así se verán todavía más azules, o verdes, lo que sea —dijo, entusiasmado por la idea—. Haced algo con su pelo y con... con todo —dijo agitando las manos justo antes de desaparecer—. Lo dejo en vuestras manos. Quiero ver al auténtico Jacinto.

Y Dafnis había oscurecido sus ojos y sonrojado sus mejillas.

—Estás guapísimo, Jacinto —dijo con tono juguetón.

Desde su llegada a la casa de baños, Dafnis había sido lo más parecido a un amigo. Hierón era amable y serio, siempre conciliador y Mael... Mael rebosaba pasión, para lo bueno y para lo malo. Era irascible y vanidoso, pero era el mejor en la casa, el más solicitado y lo sabía.  Dafnis era menudo y solía representar el papel de niño taimado, jugaba con él, provocándole todo el rato, casi como si de verdad le encontrara atractivo. Quizá porque era el único que no cambiaba de nombre, era difícil separarle del papel que interpretaba ante los clientes y en ocasiones, no dudaba en tratarle como a uno, coqueteando descaradamente. Solía besarle, de hecho buscaba cualquier excusa para hacerlo. Esa ocasión no fue la excepción. Dafnis le besó en la boca y se alejó mordisqueando su labio inferior.

—Déjalo estar —le advirtió Akron apartándole con el brazo.

—No te enfades —se rio el joven—. Tenía que aprovechar, cuando te pinte los labios no podré besarte.

Cogió una cucharilla del polvo rojo y le añadió unas gotitas de aceite. Revolvió la mezcla con cuidado hasta formar una pasta anaranjada. Se notaba que no era la primera vez que hacía eso.

—Tienes unos labios preciosos, Jacinto —dijo mientras los untaba con la mezcla—. Todos querrán besarlos.

—¿Ahora soy Jacinto? —preguntó. Apretó los labios y acabó de esparcir el ungüento.

—Sí, ahora eres Jacinto, hasta que acabe la noche. Y cada vez que subas esas escaleras. Allá arriba viven Ámpelos y Ganímedes y Jacinto —dijo—. Solo Dafnis es siempre Dafnis. Tengo que hacer algo con tu pelo —exclamó cambiando de tema y borrando todo rastro de melancolía de su rostro. Si sufría por algo, no lo mostraría.

—¿Qué le pasa a mi pelo? —preguntó Akron. Llevaba el pelo corto, al estilo patricio.

—Vas peinado como ellos, ¡es horrible! —exclamó—. Daría cualquier cosa por tener una peluca ahora mismo. Una de grandes bucles dorados.

—¿Dorados? —sonrió a su pesar. El joven siempre conseguía arrancarle una sonrisa con sus gestos exagerados, sus muestras cariñosas y su palabrería sin fin.

—El mejor pelo del mundo, tras el mío —dijo Dafnis y agitó sus suaves rizos de color platino.

—Consígueme una peluca rubia a mí también —bromeó Hierón. El muchacho de piel oscura, no se había maquillado como sus compañeros pero se había esparcido aceites que conferían a su cuerpo un brillo áureo y arrancaba destellos a cada uno de sus músculos. Dafnis le había comentado entre susurros, que Ámpelos no siempre ejercía de catamita, y que algunos de sus clientes buscaban en él algo más activo—. Creo que una melena rubia me quedaría muy bien.

—Ja, ja, muy gracioso —dijo Dafnis—, pero tengo la difícil tarea de convertir esto —Le señaló con un gesto exagerado— en el amante favorito de Apolo.

En la Sangre [Barreras de Sal y Sangre -I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora