Estatuas y flores (3ª parte)

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Las visitas a la casa de baños solían tener un sabor agridulce, Seth lo sabía muy bien, pero se habían convertido en una rutina de la que era difícil escapar. La luna brillaba en el cielo, completamente redonda, en un cielo sin nubes. Una agradable novedad tras una semana de intensas lluvias. Incluso él que estaba hecho a esa tierra le resultaba tedioso tantos días seguidos con el cielo plomizo y una humedad que calaba hasta los huesos. Pero esa noche la lluvia solo era un recuerdo en forma de aroma a tierra mojada.

La pesada presencia de su hermano sobre sus hombros le hizo desviar la vista de la luna.

-Te veo un poco taciturno -comentó este tendiéndole un vaso de vino.

Seth lo cogió y agitó su contenido. Se tomó su tiempo en responder. ¿Taciturno?

-Aburrido, más bien -suspiró.

-¿Sí? -Oz frunció el ceño-. Eras tú el que querías venir.

-Me gusta la fiesta -dijo-. Estaría de fiesta todas las noches. Pero no es la fiesta el motivo que nos trae aquí, ¿verdad?

-No voy a tener esa discusión -dijo su hermano mayor clavándole un dedo en el pecho-. Busca a un chico, pásatelo bien y haz lo que tengas que hacer. Lo único que necesitamos es tiempo. Pásatelo bien, Seth. Olvida por un momento, por esta noche, y pásatelo bien.

-Es lo que hago cada luna llena -replicó.

-Pues sigue haciéndolo. -La voz de Oz había alcanzado el tono exacto del que no quiere seguir con la discusión y cualquier muestra de retomarla sería tomada como una agresión. Seth asintió con la cabeza y dio un sorbo a su vaso-. Tampoco es como si te estuviera pidiendo algo que no quieres hacer.

-Quiero hacerlo -admitió.

-Ahora voy a ir al otro lado del salón, donde están las muchachas y puede que pida dos para esta noche -dijo-, me siento generoso. Tengo mucho amor para dar.

Seth sonrió y agitó la cabeza mientras veía a su hermano desaparecer en dirección a las mujeres. No tardó en estar rodeado por ellas. ¿Por qué no iba a estarlo? Era un amante atento y pagaba bien, poco importaba que no fuera un romano de la capital. Eran ciudadanos, después de todo.

Se apoyó en la columna y tendió el vaso hacia un sirviente para que se lo volviera a llenar. Pulvio siempre hacía que sus chicos fueran los últimos en llegar, quizá porque su oferta no era tan abundante como la femenina y, sin embargo, siempre estaban solicitados. Miró de reojo al anfitrión, el leno conversaba animadamente con el edil y se giró para señalar a los muchachos que acaban de entrar en el atrio.

«Ganímedes, Ámpelos y Dafnis», se dijo «O Mael, Hierón y Dafnis». Debía de ser el único de aquella casa que sabía sus nombres. Siempre lo hacía, en la intimidad del fornice siempre les pedía que le dijeran su nombre real. Pocas cosas tenían más poder que un nombre y Seth protegía con celo ese poder.

Había un chico nuevo. Seth le miró con curiosidad. Si algo había que alabar a Pulvio era su buen gusto con los hombres. El nuevo era joven, quizá demasiado, pero tenía el rostro de un dios cincelado en mármol, como las estatuas que decoraban ese mismo jardín. Llevaba el cabello corto, y parecía oscuro pero las antorchas arrancaban destellos dorados a sus mechones. Con la distancia que les separaba, no podía ver el color de sus ojos pero podía percibir cómo su mirada recorría la sala sin ningún pudor.

Seth sonrió divertido al ver cómo su curiosidad era mal interpretada por un obeso ricachón que alzó la copa hacia el muchacho. Este se apresuró a bajar la cabeza con el rostro enrojecido mientras recibía algo que parecía una reprimenda de Dafnis.

En la Sangre [Barreras de Sal y Sangre -I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora