Capítulo 9

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Giramos por la calle y yo me acerqué más a él, señalando al otro lado.

—Cuando era pequeña, solía sentarme frente al centro de artes escénicas y los veía
a través de las ventanas. Ojalá tuviera una pizca de su gracilidad y su talento. Tendrías
que verme bailando.

—Hum… —murmuró Roth, y sus ojos dorados centellearon—. Me gustaría verte
bailando.

¿Era lo habitual que un demonio retorciera cada comentario en algo cargado de
insinuaciones sexuales?

La multitud se volvía más densa cuanto más nos acercábamos al centro de artes,
una clara señal de que habría un concierto después. Mi mirada se posó en una pareja
que se reclinaba contra la esquina del edificio. Estaban pegados el uno al otro, ajenos al mundo que los rodeaba, y apenas podía ver dónde acababa uno y terminaba el otro.

La envidia asomó su cabeza, obligándome a apartar los ojos.

Roth estaba mirándome mientras observaba al chico y a la chica, y me dirigió una
sonrisa lobuna.

—Y bueno, ¿qué aspecto tienen las marcas que dejas?

—¿No puedes verlas? —Sonreí—. Bueno, pues no voy a decírtelo.

Roth se rio.

—Me parece justo. ¿Puedo preguntarte otra cosa?

Le eché un vistazo. Tenía la mirada fija hacia delante y los labios apretados.

—Claro.

—¿Te gusta hacer eso? ¿Identificar demonios?

—Sí. Estoy haciendo algo bueno. ¿Cuánta gente puede decir eso? —dije, y
después me apresuré a añadir—: Me gusta.

—¿No te molesta que tu «familia» te ponga conscientemente en peligro para servir
a sus propósitos?

La irritación me deslumbró como si fuera un destello del sol invernal.

—En realidad no quieren que siga marcando a nadie, así que no me ponen enpeligro conscientemente. Me alegra poder ayudar. ¿Puedes decir lo mismo sobre lo
que haces tú? Eres malvado. Arruinas la vida de la gente.

—No estamos hablando de mí —replicó con suavidad—. ¿Y qué quieres decir con
que no quieren que sigas marcando a nadie? Creo que esos Guardianes y yo tenemos
algo en común.

Me aferré a la correa que llevaba al hombro, y me di una patada giratoria mental
en la cara.

—No es nada. Estoy cansada de hablar de mí.

Nos detuvimos frente a la cafetería de la que había hablado Roth. Las galletas y las
magdalenas recién hechas parecían cantarme desde el escaparate.

—¿Tienes hambre? —me susurró al oído.

Tenerlo tan cerca hacía que fuera difícil respirar. Podía ver la punta de la cola de
su serpiente asomándose por el cuello de su camisa. Levanté la cabeza y tragué saliva.

—Tu tatuaje se está moviendo.

—Bambi se aburre.

Su aliento me movió el pelo junto a la oreja.

—Ah —susurré—. Entonces… ¿vive en ti o algo parecido?

—Algo parecido. ¿Tienes hambre o no?

Entonces fue cuando me fijé en el cartel de «No servimos a los Guardianes».

Aquello me indignó.

—Supongo que ya sé por qué te gusta tanto este lugar. —Su risa confirmó mis
sospechas—. Eso es muy ruin. —Lo miré fijamente—. No sirven a los Guardianes,
pero sí a los de tu clase.

El beso del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora