Capítulo 17

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Había una razón por la que esa clase de demonios jamás salía a la superficie, y no era
por su aspecto horrible. Los Mortificadores se alimentaban del dolor de los demás, y
si no tenían almas que torturar, no se quedaban sentados esperando.

Roth soltó un gruñido.

—Vale. ¿Alguno de vosotros ha comido después de medianoche? Porque sois
peores que un mogwai.

—Los mogwais son monos —no pude evitar protestar—. Estas cosas no lo son.

—Pero los mogwais se convierten en gremlins con cresta, así que…

Le lancé una mirada mientras daba un paso hacia atrás, casi ahogándome en el
hedor del sulfuro.

—Eh… ¿crees que querrán capturarme o matarme?

—¿Sabes? A estas alturas, no creo que importe —replicó él con voz lóbrega.

Uno de los Mortificadores abrió la boca y mostró un montón de dientes serrados,
como los de un tiburón. Produjo una serie de chasquidos desagradables. No entendía
en absoluto el idioma que estaba hablando, pero Roth levantó las cejas.

—Me parece que quieren llevarte a algún sitio. ¿Quizá de luna de miel? —Agitó
las manos—. No, me parece que no. Vamos allá.

Fue como si hubiera sonado la campana de la cena para unos perros salvajes muy
hambrientos. Todos a una, los demonios se lanzaron hacia Roth.

Comencé a avanzar, pero la voz brusca de Roth sonó con fuerza.

—¡No te acerques, Layla!

Entonces se agachó y lanzó una patada, que golpeó al primer demonio y derribó
sus piernas torcidas desde debajo de él. Moviéndose a la velocidad del rayo, se
enderezó mientras el demonio se ponía en pie tambaleándose. Roth estiró el brazo,
esquivando las mandíbulas que se abrían y cerraban de aquella cosa, y le puso la
mano en la frente.

Un resplandor de luz roja salió de la palma de Roth y bañó la cabeza del
Mortificador. No sé si sería por el toque de Roth o por la luz, pero fue como gasolina.

Un fuego iluminó al demonio, resplandeciendo desde las cuencas de sus ojos y su
boca abierta. Medio segundo después, el Mortificador era una pila de cenizas.

—Dios… —susurré.

Roth me lanzó un guiño por encima del hombro y se lanzó hacia delante,
tumbando a tres Mortificadores con un barrido del brazo. El fuego los envolvió e incineró sus cuerpos. Tres más se abalanzaron hacia él, agachándose y siseando.

Se acercaron a Roth, y él permaneció ahí de pie, con la cabeza inclinada hacia un
lado, y después levantó el brazo derecho. De la manga de su jersey, una criatura
oscura que se retorcía se derramó en el espacio que había delante de él.

La sombra se separó en un millar de puntos del tamaño de una canica, y a
continuación cayeron al suelo y avanzaron con mayor rapidez de la que mis ojos eran
capaces de seguir.

—Bambi —susurré.

En un latido, la enorme serpiente estuvo enroscada entre los demonios
Mortificadores y Roth, levantando en alto su cabeza con forma de diamante, hasta que
quedó justo por encima de los Mortificadores.

Estos retrocedieron un paso.

—Es la hora de cenar, cariño —dijo Roth—. Y papá te ha traído a un bufé libre.

Bambi se lanzó hacia delante y atacó al Mortificador más cercano. El demonio
gritó mientras los colmillos de Bambi atravesaban su piel y su carne. Tragué saliva
con fuerza, y quise apartar la mirada de esa visión tan perturbadora, pero era incapaz
de hacerlo. El estómago me dio un vuelco cuando una sustancia negra como la tinta
voló por los aires y se derramó en el suelo.

Roth se dirigió hacia los demonios restantes y soltó una risa baja que provocó que
unos escalofríos me recorrieran la piel. Jugó con ellos, acercando a dos Mortificadores
para después atacarlos, disfrutando claramente.

El enorme cuerpo de Bambi se deslizaba por el suelo lleno de arañazos mientras
seguía a otro demonio que se había atrevido a avanzar. Pero Roth… oh, Dios, estaba
rodeado. No había forma de que pudiera derrotar a seis Mortificadores él solo, sin
importar lo increíble que fuera su fogoso toque de la muerte.

Tomé aliento, ignoré la orden de Roth y traté de vencer el miedo. No podía
quedarme ahí plantada sin hacer nada.
—¡Eh! —los llamé—. ¿Qué pasa conmigo?

Tres de los Mortificadores se giraron hacia mí, abriendo las bocas en un grito
silencioso.

—¡No! —chilló Roth.

El beso del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora