El martes me quedé en casa, y pasé la mayor parte del día en la cama. Para cuando
comenzaron las clases del miércoles, la peor parte de los moratones de mi cara ya había desaparecido, y lo peor del mareo ya había pasado. Stacey estaba esperándome junto a mi taquilla, y se quedó boquiabierta cuando me vio.
—Vale. Sé que me dijiste que tuviste un accidente de coche el viernes, pero tienes
aspecto de tener que ir al hospital.
Al parecer seguía estando hecha una mierda.
Cerré la puerta de la taquilla y la seguí hasta la clase de Biología. Roth no apareció,
y a la hora del almuerzo seguía desaparecido en combate. Dividida entre la sensación
de querer salir de mi propia piel y preguntarme dónde se encontraría Roth, lo único que quería hacer era volver a esconderme en la cama. Los Guardianes habían recibido órdenes de dar caza a los demonios de Nivel Superior que invadieran la ciudad.
¿Habrían atrapado a Roth? Se me cortaba el aliento cada vez que me planteaba esa
posibilidad.
Me convencí de que mi preocupación se debía solo al hecho de que él fuera el
único que sabía que el Infierno estaba detrás de mí, y por qué. Necesitaba a Roth sano
y salvo, y de una pieza. Esa era la única razón por la que estaba preocupada. «Sí. Claro».
A la hora de la comida, los pensamientos de Stacey reflejaron los míos.
—Me pregunto dónde habrá estado Roth.
Tampoco ha aparecido por el instituto
desde el viernes. —No dije nada—. Al principio pensé que a lo mejor habíais
sucumbido a la lujuria salvaje que hay entre vosotros y os habíais fugado juntos.
Casi me ahogué con mi pizza medio congelada.
—Estás loca.
Stacey se encogió de hombros.
—¿Qué? No puedes decirme que si estuvierais a solas no te tirarías encima de él.
—He estado a solas con él, y no lo hice. —Abrí mucho los ojos un segundo después de que esas palabras abandonaran mi boca—. Mierda —murmuré.
Me agarró el brazo.
—Oh, Dios mío, detalles… Necesito detalles ahora mismo.
Haría falta al menos un zombi que le mordisqueara la cabeza para distraer a Stacey en ese momento, e incluso entonces no creo que dejara correr el tema. Se me ocurrió
una excusa rápidamente y traté de utilizarla.
—Me encontré con él el fin de semana y pasamos un rato juntos.
—¿En público o en su casa?
—En su casa, pero no fue para tanto. —Me sentía avergonzada. Ni de coña iba a decirle que me había besado. Jamás en la vida dejaría de hablar del tema—. ¿No vas a ir a Wick It esta noche? —pregunté, para cambiar de tema.
Sam se sentó y puso los ojos en blanco.
—¿Quién iba a querer ir a eso? Es un recital de poesía, lo que significa que todo el
mundo que piense que puede hacer rimar unos versos estará ahí.
—No te pongas celoso porque no te haya invitado —dijo Stacey—. Y volviendo a
Layla…
—¿Qué pasa con Layla?
Sam miró el resto de mi pizza, y yo deslicé el plato hacia él.
—Nada.
—Nada —jadeó Stacey—. Ha estado a solas con Roth… ¡a solas en su casa! ¿Fue en su habitación? ¿Has visto su cama? Espera. Deja que empiece con la pregunta más importante: ¿has perdido por fin la virginidad?
—Por Dios, Stacey, ¿por qué estás tan interesada en su virginidad? —preguntó
Sam.
—Sí, yo también me lo pregunto. —Me aparté el pelo hacia atrás—. Pero, para
responder a tu pregunta, no, no hicimos nada. No quiero nada de eso.
—Mira, eres mi mejor amiga. Estoy obligada a interesarme por tu actividad sexual.
—Hizo una pausa y sonrió—. O más bien tu falta de ella.
Puse los ojos en blanco.
—Eso da muy mal rollo —dijo Sam, y le propinó un codazo a Stacey mientras le
quitaba un puñado de patatas.
—Espera. ¿Quieres decir que no te interesa «nada de eso» cuando estamos hablando del tío más bueno que ha pisado estos pasillos? —Stacey se reclinó en su asiento y levantó las manos—. Eres increíble. —Otra expresión de sobresalto apareció en su rostro antes de que pudiera responder—. ¿Viste su cama? Santa María, madre de
Dios, ¿llegaste a estar en su cama?Mi cara adoptó mil tonos de rojo.
—Stacey…
—Tu cara me dice que sí que viste su cama, y probablemente te sentaras en ella. ¿Cómo era? —Se inclinó hacia delante, con ojos impacientes—. ¿Olía a él? ¿A sexo? ¿Tenía sábanas de seda? Venga, tiene que tener sábanas de seda o de satén.
—¿En serio? —Sam bajó su bebida y la miró frunciendo el ceño—. ¿Acabas de preguntarle si su cama olía a sexo? ¿A quién le importa a qué oliera su cama?
—¡A mí! —exclamó Stacey, con los ojos muy abiertos.
—No olía a sexo —murmuré, rascándome un lado de la cara.
Stacey resopló.
—Ni siquiera sabes a qué huele el sexo.
Me entraron ganas de estrangularla.
—¿No podríamos…?
—¿Sabes qué? Estás actuando, al igual que el resto de las chicas estúpidas de aquí.
—Sam tomó su mochila, se puso en pie y se la colgó al hombro—. Sí, es guapo.
Genial. Pero no tienes que ponerte en plan acosadora con él.
Stacey se quedó boquiabierta.
Miré fijamente a Sam, y de pronto sentí mucha lástima por él. Comencé a ponerme
en pie.
—Sam…
Él negó con la cabeza, con las mejillas sonrosadas.
—Nos vemos en Inglés. Paz.
Lo observamos mientras tiraba su comida y salía por las puertas dobles. Me giré
hacia Stacey, mordiéndome el labio. Ella seguía mirando las puertas, como si esperara que Sam fuera a volver a entrar para gritar «¡era broma!» y reírse.
Al ver que no lo hacía, se desplomó sobre su asiento y se pasó los dedos por el
pelo.
—¿Qué diablos ha sido eso?
—Stacey, a Sam le gustas desde que estábamos en primero. Es obvio.
Resopló.
—¿Cómo puede ser algo obvio para ti y no para mí? Hasta que conociste a Roth,
ni siquiera sabías que los chicos tenían pulso.
—Esto no trata de mí, idiota.
—Tienes que estar equivocada. —Negó con la cabeza y tiró una patata a su bandeja—. Sam no piensa en mí de ese modo. No puede. Hace años que somos
amigos.
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El beso del infierno
RomanceLayla, de diecisiete años, solo quiere ser normal. Pero con un beso que mata a cualquiera que tenga alma, ella es cualquier cosa menos normal. Mitad demonio, mitad gárgola, Layla tiene habilidades que nadie más posee. Criada entre los Guardianes -un...