Capitulo 13

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–¿Es cierto, Max? ¿Eres realmente mi hermano? –le preguntó Maddie con voz temblorosa.

Habían llevado a Sam a radiología para ver si tenía alguna fractura en la columna. Mientras tanto, Max y Maddie esperaron juntos en una oficina de la sala de emergencias, sentados uno al lado del otro, agarrándose de la mano.

A Maddie le temblaba ligeramente la mano, los sucesos de aquella noche empezaban a hacerse sentir. Había sido una noche extraordinaria... Pero ya sabía la respuesta antes de preguntarle a Max, estaba convencida de que era su hermano. Lo sentía en sus vísceras, en su alma. Max Hamilton era, verdaderamente, su hermano.

Maddie lo miró y sonrió. Max tenía razón. Tenían los mismos ojos, un color avellana inusual, con una cenefa dorada rodeando la pupila, rodeada a su vez de un iris marrón verdoso. Cuando conoció a Sam, este empezó a llamarla cielo por sus ojos, argumentando que el halo en torno a su pupila le recordaba una puesta de sol. Más tarde le dijo que porque ella era el sol que iluminaba sus días.

Max le apretó la mano un poco más.

–Es cierto. Tenía que asegurarme antes de decirte nada pero, para mis adentros, estaba convencido. En el mismo momento que te vi supe que tú y yo estábamos emparentados.

Retirando la mano, sacó su cartera del bolsillo y hurgó en ella, extrayendo una vieja fotografía, una imagen pequeña. Parecía una foto típica de escuela secundaria.

–Esta es nuestra verdadera madre –le explicó, pasándole la foto a Maddie–. Es una fotografía de su último año de instituto. Te pareces mucho a ella.

Cogió la foto. Miró con atención la cara juvenil y la sonrisa despreocupada, los llameantes rizos rojos y los ojos marrones. Rasgos muy similares a los de ella.

–¿Aún vive? –preguntó curiosa–. ¿Cómo la encontraste?

Max se pasó la mano por el pelo, con tristeza.

–No. Murió a finales de los ochenta, en un accidente de coche, con su tercer marido, que conducía borracho.

Maddie no había conocido a la mujer de la fotografía. A pesar de todo, la invadió una sentimiento de orfandad. Probablemente siempre había esperado que algún día su verdadera madre la encontraría, que la mujer que la había traído al mundo la había querido pero tuvo que abandonarla.

Admitió para sí que probablemente había imaginado un cuento de hadas. De hecho, esta era la razón por la que nunca había hurgado en los papeles o buscado a su madre biológica. Mientras no supiera la verdad...había esperanza, ¿o no? En su juventud, la ilusión de que su madre algún día la buscaría le había ayudado a sobrevivir una casa de acogida tras otra, aferrándose desesperadamente a la esperanza de que sus padres la querían de verdad pero no pudieron hacerse cargo de ella. Años más tarde decidió que no quería saber la verdad. Su corazón, herido y maltratado por demasiados años de rechazo y sufrimiento.

Con un dedo sobre la foto, Maddie respondió en voz baja.

–No sé de ella mucho más que su nombre. Se llamaba Alice Messling. El nombre de mi padre era Victor Dunn. No estaban casados y apenas tenían los dos dieciocho años –recordó–. ¿Sabes tú algo más? –interrogó Maddie, preparada para oír sus respuestas. Ahora tenía a Sam... y a Max. Lo que hubiera en el pasado no podía causarle daño nunca más.

Max volvió a cogerla de la mano mientras le hablaba.

–No estaban casados cuando tú naciste, pero se casaron antes de que yo naciera. Tú tenías dos años y yo era un bebé cuando nuestro padre murió. Lo atropelló un coche un día camino del trabajo, dejando a nuestra madre sin ingresos y con dos niños, sin ninguna forma de salir adelante –respiró hondo antes de seguir–. Por lo que he sabido, no tuvo más remedio que abandonarnos. Quiero pensar que lo hizo por nuestro bien. Acabó casándose dos veces más, probablemente porque era la única forma que tenía de sobrevivir.

La Obsesion Del MultimillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora