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Mi cuerpo fue encontrado a un kilómetro del boliche al que había salido, eso es lo que verdaderamente saben sobre mí. Después, lo que los medios dicen, son conjeturas que venden lo peor sobre mi imagen, minimizando a mi asesino.

«¡Salió sola!» «¿Qué hacía en la vereda a las cuatro de la madrugada?» «¿Su mamá no le dijo que se tapara más?» «Esa pollerita llama la atención de cualquiera.» «Yo no dejaría que mi hija saliera así.» «Su sistema tenía alcohol.»

Comentarios así, entre otros peores, cada noticiero decía sobre mí; ahora me toca decir la verdad.

Mis papás siempre me criaron para ser una mujer que disfrutara de su libertad, fuerte e inteligente. Mi carácter se formó a medida que crecía, lo cual les gustó que tuviera. No había tenido novios, me gustaba concentrarme en mí y cumplir mis metas antes de siquiera pensar en sentar cabeza. Cuando terminé la secundaria, me inscribí en la universidad para obtener un título en psicología. Me tomó casi siete años terminar la carrera, un jueves defendí mi tesis y aprobé. Razón por la cual mi grupo y yo decidimos salir a festejar, porque lo merecíamos. Así que, no estaba sola y tengo... Tenía total derecho a salir y divertirme un rato.

Como era un festejo especial, quise arreglarme. Por años luché contra la perspectiva que tenía sobre mi cuerpo, me disgustaba y vivía usando ropa holgada. Fui a terapia, trabajé sobre mis traumas, por eso cuando vi la pollerita y me gustó cómo se veía, decidí usarla. Mamá no dijo que me tapara porque sabía lo mucho que me costó aceptar la forma de mi cuerpo. En todo caso, estaba orgullosa de mí. Por otro lado, no sabía que usar pollera era un delito o llamativo.

Salí con mis amigas, el boliche era uno que ya conocía. Le avisé a mamá cuando llegué y solo me dijo que la pasara bien. Compré la única cerveza que bebí esa noche, por eso tenía alcohol en la sangre, no porque me tomé hasta el agua de la zanja como querían hacerlo ver.

Bailé con mis amigas hasta que, alrededor de las cuatro de la madrugada, el calor provocado por la cantidad de gente empezó a hacerme sentir ahogada. Les avisé que iba a salir un rato, ellas dijeron que iban al baño y después me encontraban afuera. Pude haber ido con ellas, el no hacerlo fue la decisión que lo cambió todo.

Cuando salí del boliche, automáticamente distinguí a dos pibes peleando y a los patovicas interviniendo. Por lo tanto, crucé de vereda para evitar quedarme en medio del conflicto. Me saqué los tacones y senté sobre el pavimento. Saqué el celular para avisarle a mis amigas dónde estaba y fue ahí cuando el auto negro se estacionó al lado mío. Antes de que tuviera chance de levantarme y correr, la puerta de atrás se abrió y uno de mis asesinos me subió. En la calle solo quedaron mis tacones y celular, abierto en el chat grupal que tenía con mis amigas.

Peleé durante todo el viaje en aquel auto desconocido. «¡Callala!» gritaba su compañero. Me pegó con su arma en la cabeza, dejándome inconsciente.

El dolor por el que me hicieron atravesar, nunca seré capaz de explicarlo. Sin embargo, lo más doloroso fue ver cómo mi asesinato fue una forma de juzgar a mis padres en vez de una motivación para exigir justicia. 

El mundo de una mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora