Gran Artista.

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En aquel hogar, a las afueras del reino de Martize, duerme plácidamente aquella tierna chica de roja cabellera.

Siempre despierta con una pesadilla.

Dos hombres, un horrible grito, una espada cayendo al suelo y el rechinar de una cama.

Sus pesadillas le provocan que despierte antes del amanecer para comenzar el día, talla sus ojos con cuidado, da un bostezo y se levanta de entre las sábanas.
Después de asimilar que solo se trataba de un mal sueño sonríe y comienza.

-Buenos días a mi. -Dice ella estirando los brazos, tiembla al sentir el ambiente-. Que frío, mejor me acuesto otro rato.

Cerró los ojos otra vez y se cobijó.
Inmediatamente recordó algo y se levantó como el rayo.

—¡Tengo que ir al trabajo!

Se vistió rápidamente con algo sencillo. Se abrigó bien y salió con dos cubetas.
Se acercó a un río pequeño y lleno ambas. Fue a dejar una para su yegua, la cual seguia acostada y dormida.

Se metió a su casa, muy acogedora, amplia y bien cuidada.
Con doble puerta, por seguridad, así cuando alguien pase por una, inmediatamente topa con otra con un candado puesto. Con un metro de distancia cada una.

Calentó el agua un momento y se dirigió al baño para lavarse el cuerpo entero.
Cuando terminó, viste ropa limpia que le queda grande y holgada.

Fue a la cocina a continuación y preparo un buen desayuno. Para cuando terminó ya había amanecido, pero aún no había acabado del todo.
La parte importante para ella es hornear, que le encanta hacer galletas.
Hizo unas treinta y cinco en total.
Comió cinco junto con un vaso de café y guardo las demás en dos bolsas. Diez en una y veinte en la otra.

Tomo su bolso y ahora sí estaba preparada para salir al trabajo.
Antes reviso a su yegua.
Quiso despertarla para intentar montarla, se acercó con cuidado, pero se detuvo a mitad de camino pensando en que no podría hacerlo.

Así que se fue al trabajo, no sin antes pasar a la torre de vigilancia y saludar a los dos guardias.

-¡Hola, amigos! -Agita su mano amistosamente-. Les traje galletas.

Los dos hombres, ambos adultos, se quitan sus sombrero de tricornio y le saludan.

-Hola pequeña. -Responde uno de ellos-. ¿Cómo has estado?

-Bien, muy bien. -Le entrega la bolsa de diez galletas-. Para ustedes.

-Gracias. -El otro guardia toma la bolsa-. ¿Quieres quedarte a beber? Tenemos café.

-No, gracias. Ya desayuné y bebi café. Y debo ir al trabajo antes de que sea tarde.

-De acuerdo. Muchas gracias por las galletas, chiquilla.

-Antes de que te vayas. -Inquirió el otro guardía-. ¿No ocurrió nada mientras nos fuimos?

-No, no, todo fue tranquilo...

Estaba mintiendo, obviamente, y ellos lo sabían.

-Si no nos dices no podemos hacer un reporte. Y así no te ayudaremos.

-Bueno... Si pasó algo. -Le fue difícil admitirlo-. Hubo unos tipos que vinieron a buscarme para buscar problemas.

-¿Que clase de problemas?

-El punto de esto es que alguien me ayudó a quitarmelos de encima. -Evadió la pregunta por la vergüenza de dar la verdad-. Pero si, vinieron dos tipos a buscarme.

-¿Eran tipos que ya habían venido antes?

-No eran unos delincuentes.

-Es raro. -Dijo uno de ellos.

Desesperados: Por un viejo ideal (Primera Versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora