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—Enzo... ¿quién te ha hecho tanto daño?

El nombrado sonríe y aparta la mirada.

—Nadie.

—Claro, y yo voy a misa todos los domingos. Tu concepto del amor es muy pesimista para decir que nadie te ha lastimado.

—No necesariamente alguien me ha lastimado para hacerme esa imagen sobre el amor. He visto parejas que parecen estar perfectamente bien y que cualquiera que los vea saben que se aman, pero luego uno de ellos se va con otra persona como si nunca hubiera amado a su pareja.

—A veces confundimos el amor con otras cosas. Yo creo que el amor es algo bello que no todos están preparados para sentir. El amor es eterno, cualquier otra cosa que se asemeje no es más que un capricho del ser humano.

—Supongo.

Enzo tomó lo último que quedaba en su copa y Henry no tardó en servirle de vuelta.

—No he podido dejar de fijarme en tu cicatriz, la que parece atravesar tu ojo. Tengo una fascinación con las cicatrices. Siempre hay buenas historias detrás de ellas.

Enzo se cubre el ojo donde tiene la cicatriz.

—Esta no tiene una historia interesante. Fue mi gato.

Henry no parecía muy convencido con esa respuesta. Podía leer el lenguaje corporal de Enzo y estaba seguro que estaba mintiendo. Aún así lo dejó pasar.

—No soy de decir estas cosas —empieza a decir Henry—, pero me caes bien. No cualquiera me cae bien, ni a cualquiera le agrado. Sé que a veces soy molesto y dan ganas de matarme, así que te agradezco que hayas decidido venir.

—¿Ya te hizo efecto el vino?

—Vamos, Enzo. Me estoy sincerando contigo y le echas la culpa al alcohol. Solo quiero decirte que te aprecio.

—Tú también me agradas, Henry. Aunque sí, a veces si quiero matarte... no de forma literal.

—Lo sé —le dijo Henry, mostrándole su sonrisa—. ¿Quieres quedarte a dormir? Estoy seguro que tengo un colchón doble en algún lado.

—Está bien. Hace tiempo que no me he quedado a dormir en casa de nadie.

...

Henry ha estado buscando por todo su apartamento el dichoso colchón. Estaba seguro que tenía uno y no es como si fuera algo fácil de perderlo de vista.

—¿Dónde mierda te has metido? —le pregunta al colchón imaginario—. Venga a mi, señor colchón.

—Puedo dormir en el sofá si no es problema.

—No quiero que duermas incómodo —Henry se pasa una mano por la frente secando el sudor—. Yo dormiré en el sofá, puedes dormir en mi cama.

—No es necesario. Es tu cama, tú debería dormir ahí.

—No, no. Tú eres el invitado.

—Está bien.

—¿Puedo mostrarte algo?

Henry no esperó una respuesta. Fue directamente a su habitación y regresó con su guitarra en mano.

—¡Te presentó a Simone! —dijo emocionado, mostrándole su guitarra—. Perdona, pero no puedo vivir sin mi guitarra. Las veces que no salgo a tocar afuera me gusta salir al balcón a tocar. No es lo mismo, pero es casi la misma esencia.

Enzo lo acompaña hasta el balcón y se sienta en el suelo junto a él. Están en uno de los pisos más altos del edificio y eso les da una hermosa vista de Los Ángeles. La vista desde arriba era hermosa. Luces por todos lados, los grandes edificios, las carreteras, la inmensidad de la ciudad; era bellísimo.

El acompañamiento de la guitarra era espectacular con el ruido de afuera. Era como un sentimiento nostálgico. Henry de ratos lo miraba, a veces le sonreía mientras sus dedos pasaban por las cuerdas de la guitarra, otra veces miraba la guitarra concentrado.

Le gustaba la sonrisa de Henry. Casi todo el tiempo sonreía y eso le gustaba de él. Cuando sonreía no parecía una persona adicta, ni alguien que se cuestionara todo. Cuando sonreía no era el fumón de la clase de Ética, era solo Henry, el chico que le gusta hacer música.

Le gustaba como sus lentes se deslizaban lentamente por su nariz. Le gustaba cómo sacudía su cabeza para que sus cabellos no tapen sus ojos.

Y definitivamente le encantaba lo cómodo y lo vivo que le hacía sentir cada vez que estaba a su lado.

—¿Cantas? —le preguntó.

—¿Yo? No, no, no.

—Vamos, no seas modesto. Debes cantar bien.

—¿Qué quieres que cante?

—No lo sé. Elige tú.

—¿Qué tal "La vuelta al mundo"? Es en español, así que no creo que la conozcas.

—No importa. ¿Quieres tocarla también?

—¿Puedo?

—Adelante.

Enzo tomó la guitarra con cuidado. Sus dedos temblaban al tener la mirada fija de Henry sobre él. ¿Y si Henry creía que no era bueno cantando?

No me regalen más libros, porque no los leo —empezó a cantar—. Lo que he aprendido, es porque lo veo. Mientras más pasan los años me contradigo cuando pienso. El tiempo no me mueve, yo me muevo con el tiempo.

Henry lo miraba con esa sonrisa que tanto le gustaba. Seguramente no entendía nada de lo que decía, pero parecía gustarle.

Dame la mano y vamos a darle la vuelta al mundo.

—Cantas muy bien.

No pudo evitar sonreír nervioso.

—Sigue.

Un día decidí hacerle caso a la brisa. A irme resbalando detrás de tu camisa. No me convenció nadie, me convenció tu sonrisa.

Se pone incluso más nervioso al sentir la mano de Henry acomodando su cabello para que no le moleste al cantar.

Dame la mano y vamos a darle la vuelta al mundo.

Darle la vuelta al mundo —lo acompaña Henry con una muy mala pronunciación del español.

Darle la vuelta al mundo.

—No entendí nada de lo que dijiste si te soy sincero. Cantas muy bien. Algún día tenemos que salir a cantar juntos, ¿qué te parece?

—No lo sé.

—No te hagas de rogar. Te juro que es más divertido de lo que parece. Aprovechando nos ganamos algo de dinero.

—Está bien. Solo lo hago por el dinero.

—El dinero no es ni de cerca la mejor parte. Ya verás.

Amor PlatónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora