Ceres.
A Ceres le dolían los pies. Podía sentir como una gota de sudor bajaba por su espalda luego de haber estado tanto tiempo bailando entre los brazos de Mercurio. Pese a que ya comenzaba a sentir los efectos del cansancio sobre su cuerpo, extrañamente, se sentía feliz. Por alguna razón que no terminaba de comprender, no se arrepentía de haber aceptado su invitación. La tomó por sorpresa, pero en el fondo y pese a que no le gustase admitirlo, esperaba que la invitase.
— Disculpa, — recuerda haberle dicho minutos atrás — iré a descansar un momento.
Fue en busca de un refresco y luego se dirigió hacia su mesa. Una vez allí, comenzó a inspeccionar la habitación. Helia no estaba. Ya se había percatado de eso hace bastante tiempo, mientras distraía a Mercurio, quien parecía no haberlo notado, al igual que los otros dioses. La había visto salir del salón hace un par de horas acompañada de alguien que no podía ser nadie más que Selien. Se preguntaba hacia donde se habían ido, de qué estarían hablando, que estarían haciendo...
— ¿Buscas a alguien? — de pronto, una voz la sacó de sus pensamientos.
— Plutón — saludó al dios que se encontraba hacia sus espaldas. — ¿Qué sucede?
— Nada — respondió encogiéndose de hombros. — Solo quería venir a saludarte, ya sabes, para cerciorarme de que aún nos recuerdes...
Ceres frunció el ceño. Antes de que pudiese preguntarle a qué se refería, el dios se dejó caer en el lugar que era antes de Mercurio. Se deshizo de su máscara para dejar ver sus oscuros ojos violeta. Al hacerlo, alborotó su largo cabello gris que parecía teñirse de dorado al estar cerca de una de las antorchas que iluminaban el salón.
— ¿Qué está sucediendo entre tú y Mercurio? — pregunta seriamente, escudriñándola con la mirada.
Ceres ya presentía hacia dónde iría a parar esa conversación.
— No sé de qué me hablas.
— ¿Desde cuándo ustedes son tan unidos?
— Eso no es asunto tuyo.
— Intento advertirte, Ceres. Sabes como son los Dioses Mayores, no hacen más que complicar nuestras vidas.
La conversación ya estaba comenzando a exasperarla. Ceres se limitaba a beber de su copa y a escuchar las palabras de Plutón, haciendo caso omiso de ellas hasta que el dios dijo algo que terminó por enfadarla:
— Es increíble, — suspiró Plutón — solo te bastaron un par de horas con ellos y ya te contagiaron de su deslealtad. Nos traicionaste, no eres más que una mentirosa...
Ceres se giró abruptamente y tiró el contenido de su copa sobre él. La diosa se incorporó de su asiento y cuando él intentó hacer lo mismo, lo empujó contra su respaldo.
— Nunca, jamás en tu vida vuelvas a referirte a mí de esa manera — le advirtió mientras tiraba de su corbata. — Lo que haga o no con mi vida no es asunto tuyo, ni de Mercurio, ni de nadie en absoluto. No necesito de tus advertencias.
Cuando por fin lo soltó, el dios se retiró del salón, ofuscado. Ceres se dejó caer nuevamente en su asiento, se cruzó de brazos y suspiró.
— ¿Qué fue todo eso? — preguntó de pronto Haumea, quien los había estado observando desde una distancia prudente. — ¿Por qué Plutón así?
— Porque es un idiota — farfulló.
Haumea la miró con evidente preocupación en el rostro. Extendió una mano hacia ella y la invitó a pasear por el salón. Cuando llegaron a la mesa de los tragos, la diosa de la fertilidad se sirvió una copa y rellenó la de Ceres.
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Atardecer en el Palacio del Sol
FantasySelien, el dios de la Luna, vive en el exilio, distante de los demás dioses, percibido como una amenaza. Sensible, apasionado y un soñador, ha aprendido a mantenerse alejado del resto. Su único consuelo es el frío y distante Palacio de la Luna, junt...