Capítulo 36: Consecuencias

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Selien.

— No lo estás haciendo nada mal.

— No trates de hacerme sentir mejor... — suspiró Selien tratando de no reír.

— ¡No miento! — exclamó Helia. — Para ser tu primera vez bailando, lo estás haciendo bastante bien. Si tan solo supieras cuanto me costó aprender... Solía practicar con Ceres. Solo la paredes de esta habitación saben cuántas veces la pisoteé por accidente.

— No hablas enserio — esta vez no pudo evitar reír.

— Puedes preguntarle, — se encogió de hombros — aunque no creo que le agrade recordarlo...

Volvió a reír. No podía explicar la dicha que estaba sintiendo. Ambos dioses danzaban cual flama en la oscuridad, ajenos a quienes los rodeaban, ajenos a las preocupaciones, ajenos a la realidad que les esperaría en las próximas horas. Ambos sabían que después de esta noche no se volverían a ver, ya habían arriesgado demasiado. Tal vez tendrían suerte si lograsen descifrar por qué ella no había sido capaz de verlo en los atardeceres hasta ahora, pero, aun si lo hiciesen, no compensaría el anhelo de estar junto con ella, de sentirla cerca, de escuchar su voz. Volverían a el principio nuevamente. Selien trató de borrar ese pensamiento, ya habría tiempo para preocuparse.

— Está bien, — negó con la cabeza — te creo.

Ella rio, y Selien sintió que podría pasar el resto de la eternidad escuchando aquella risa. Comprendió que todo lo que había tenido que pasar para llegar hasta ese momento, había valido la pena.

— ¡Selien! — de pronto alguien exclamó a sus espaldas.

Ceres.

Por su tono de voz, advirtió que algo estaba mal. Helia también pareció notarlo. Se separaron en cuanto la diosa de la Primavera los alcanzó.

— ¿Qué sucede? — la sonrisa de Helia se desvaneció en cuanto vio el semblante de Ceres; sus ojos estaban enrojecidos y su rostro lleno de preocupación.

— Él está aquí — respondió con el aliento entrecortado. Se volvió hacia Selien. — Tienes que irte. Ya.

Selien no necesitaba que lo nombrase para saber a quién se refería. Universo se encontraba en algún lugar del Palacio del Sol, y lo estaba buscando.

Antes de que pudiese si quiera pensar qué hacer o hacia dónde huir, las puertas del Gran Salón se abrieron súbitamente de par en par. La música se extinguió y los dioses dejaron de hacer lo que estaban haciendo para voltearse hacia el Dios del Tiempo.

Su semblante estaba más serio que de costumbre, casi sin expresión. Entró a paso lento pero firme, como un animal acechando a su presa. Examinó la estancia hasta que halló con los ojos de Selien entre la multitud.

— Tú.

Los dioses siguieron la mirada del dios y posaron sus ojos en Selien. Algunos de ellos se hicieron a un lado, tal vez por miedo o tal vez para que Universo pudiese llegar a él más fácilmente. A percepción del resto, él no era más que un representante del dios, quien probablemente había cometido un error e iba a recibir su castigo. En cuanto estuvieron cara a cara, únicamente separados por la distancia, Selien advirtió cómo mantenía aferrado a alguien del brazo. Su corazón comenzó a latir más rápido.

— Nunca creí que tuvieras las agallas para desobedecerme — habló Universo. — No creí que fueras tan estúpido, Selien.

Los demás dioses comenzaron a murmurar en cuanto escucharon aquel nombre.

Atardecer en el Palacio del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora