Capítulo 8

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Me despierto con tres toques felices sobre mi puerta. La voz cantarina de mi hermana suena desde el otro lado.

—Sky, el desayuno está listo —su voz es fuerte y llena de ánimo —. Vamos, papá quiere que avancemos para ir por el árbol.

—Voy. —contesto mientras me levanto de mala gana.

Bajo hasta el comedor aún en pijamas, guiada por el olor a tocino y café recién hecho. En la mesa del comedor mi madre está dejando los diversos platos bien servidos. Mi hermana y cuñada le ayudan.

—Buenos días. —dio al llegar a la cocina con todos.

—Buja. —mi papá pasa por mi lado dejando un beso sobre mi cabeza y llevando su taza de café obligatoria.

—Hola, cariño. —Holly llega a mi lado, depositando un beso en mi sien también.

Veo a mi madre torcer los labios, pero no dice nada.

— ¿Dormiste bien? —pregunto, girándome hacia ella.

—Como un angelito.

Va bien vestida, con sus jeans y suéter navideño con un árbol en él.

—Bueno, a desayunar. Tenemos que llegar temprano a buscar el árbol y queremos llegar al centro comercial antes que esté a reventar.

— ¿Centro comercial? —le pregunto a mi padre.

—Compras de último momento.

Los platos cargados de huevos, tocino y las hash brown. El café corre por todas las manos mientras cada uno llena su taza; jugo y leche para los más chicos.

— ¿Qué es lo más loco que has atendido, doctora Tucker?

—Por favor, me pueden decir Holly —contesta a mi hermano —. Creo que lo más loco siempre serán las personas que llegan con... —hace una pausa, viendo a los niños —Los juguetes en los lugares menos propios.

—Oh, santo Jesús, las perversiones de Sodoma y Gomorra.

—Jamás es cómodo atender esos pacientes. En primera, jamás te quieren decir al principio qué pasó y luego, cuando por fin sabes, no sabes cómo hacer las preguntas.

— ¿Algo sangriento? —pregunta mi pequeño sobrino.

Ella mira a mi hermano, buscando aprobación, pero él niega.

—No mucho.

Sé que es mentira. Vamos, llega de todo allí.

— ¿Qué la hizo ser médico?

—Mi madre siempre ha estado enferma. Cuando era pequeña siempre estábamos en el hospital con ella, así que los doctores me dejaban jugar, siempre hacía como si la curaba y ella decía que estaba mejor —sonríe con cierta nostalgia —. Terminé en urgencias porque siento que allí siempre llegaran los que necesitan esa ayuda apremiante.

—Creo que Dios es el médico por excelencia. Solo él debe ser nuestro Sanador. —mi madre siempre tiene algo que decir referente a Dios.

Holly se le queda mirando fijamente para luego contestar:

—No creo que Dios sea el sanador directamente —mi madre frunce los labios ante sus palabras —. Creo que Dios nos creó a todos para ayudar a otros. Si una persona tiene apendicitis, Dios no lo curará milagrosamente, pero él le dio al médico la habilidad para curar y sanar a esa persona. Sinceramente, creo que somos instrumentos para sanar.

—Supongo que es una forma de verlo. —finalmente responde mi madre.

—Bueno, ya es hora de irnos —con un golpe seco mi padre se levanta —. El árbol no esperará eternamente por nosotros. Podemos dividirnos en los autos.

A Christmas GiftDonde viven las historias. Descúbrelo ahora