Mason Verger

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Si supieran cómo he estado escribiendo ésta historia... Literal, es la primera vez que me estoy aventando todo el escrito en mi teléfono :'v
Espero que me tengan paciencia...

.

Margot Verger acudió a su terapia tanto por el prestigio del doctor Lecter como por la discreción. Habían dicho que cuando quería el hombre era un cínico epicúreo; sonaba peculiar la combinación.
Se le veía cansada y acostumbrada al miedo, al sufrimiento, al dolor. El abuso era constante, diario, incluso había en la familia una tácita inclinación al incesto, por lo menos de parte de Mason hacia su hermana.
La mujer era joven, educada, adusta, no se abría demasiado pese a reconocer sus intenciones homicidas con su familiar. Necesitaba terapia porque había fallado en su intento de asesinato y ni siquiera lo había intentado la noche de La Purga, es decir, dónde la ley indicaba que era legal. Se debía su fracaso a qué mató movida por un impulso pasional de ira, hartazgo y varias pinceladas de instinto de supervivencia. No fue muy inteligente de su parte dejarse dominar por las emociones del momento. Fallar la había marcado para siempre.
Mason quiso saber los progresos de su querida hermana con el doctor Lecter. El no tenía amigos ni amantes, tenía subordinados, y corrían rumores de pedofilia y/o hebefilia sobre él, casi siempre omegas.
Verger solía hacer llorar a la gente y guardar la sal de sus lágrimas en un papel absorbente para después prepararse Martinis con aquellos pedazos salados de papel.
Hannibal Lecter lo recibió en su elegante consultorio soportando su falta de los más básicos preceptos de modales que existen,  pues es tan cierto eso de que el dinero no compra la educación.
Mason no era refinado ni mucho menos agradable. Tenía la sorpresiva cualidad de hacer ver un Armani como un traje burdo al no saberlo portar. Quería saber qué tanto podía el terapeuta de su hermana soportar su actitud. Tenía mucho interés en el buen doctor aunque aún no sabía porqué. Mason era además uno de los partidarios más acérrimos de La Purga en la región, partícipe de caza humana en pleno día, organizador de orgías y masacres y otros más crímenes permitidos durante las doce horas de condonación.
Después de jugar lo suficiente al estira y afloja con el doctor, Mason decidió que si había soportado tanto incólume y además sonaba sabio al respetar su vida de extravagancias dándole consejos o haciendo observaciones sobre sus actos que ni siquiera eran recriminaciones, él mismo podría ser su paciente. Le hacía falta que alguien le dijera que matar no estaba mal.
Cuando lo decidió estaban abriendo la puerta del despacho para salir despidiéndose y afuera encontraron a Margot hablando con un hombre de espaldas sentado sobre un escritorio, lugar que debió pertenecerle a la secretaria que una vez tuvo el doctor. Mason miró aquella escena con malos ojos pese a que ninguno de los dos estaba haciendo nada malo.
El lenguaje corporal de Margot hablaba sobre estar cansada, pidiendo indicaciones, con el cuerpo ligeramente volteado hacia una dirección que no fuera su interlocutor.
El del otro podía ser un poco más relajado pero no por ello afable o abierto, nada que ver con coquetería sino más bien urbanismo.
Margot preguntaba algo sobre la zona, indicaciones sobre tiendas y estacionamiento. Su hermano la miró como ramera.
"¡Margot!" La llamó casi en un grito.
Ella no se asustó, solo volteó a verle, junto con aquel desconocido.
Ahí Mason olvidó su enfado por completo. La cara de fastidio de ese pelinegro, de superioridad, de juzgarlo por gritar en el consultorio donde acude gente que no suele subir la voz, de sorpresa porque se le hubiere permitido siquiera la entrada. Eso marcó a Verger.
Era un hombre atractivo, de buen cuerpo aunque con ojeras, encorvado por la posición en la que estaba. Pero esa combinación de rizos negros, lentes de intelectual, barba masculina pero no demasiado crecida; ese estilo grunge pero con camisa de franela más de hombre de labor que pasa a hacer algún trabajo de gabinete-, todo eso, intrigó a Mason.
Ahí estaba un hombre atractivo, nada que ver con su tipo ni por la edad ni por el físico, y sin embargo se encontraba deseándolo con ahínco, queriendo violar a ese desconocido sin razón aparente para hacerlo, ni siquiera por Margot. Así lo sintió en sus pantalones en cuanto sus ojos se cruzaron. Tenía ojos azules como los de un cielo despejado sobre un escarpado agreste.
"Will" lo llamó el doctor Lecter sacando de su ensimismamiento a Mason de quien Margot, imaginando lo que pasaba por su cabeza, ya ni se permitía sentir pena por el nuevo objetivo de las perversiones de su hermano. "Llegaste temprano."
El pelinegro inclinó la cabeza a un lado. Un gesto adorable y hasta caprichoso pero de cansancio más que nada.
"No he dormido nada en casi tres días. No estoy en condiciones de conducir a casa, por eso vine."
Su voz tenía un ligero carraspeo, indicios de un posible resfriado.
Hannibal asintió con una trémula sonrisa muy leve.
"Te llevaré. He terminado por hoy."
Mason no pudo aguantar la curiosidad.
"¿Suele ser tan cercano con sus pacientes, doctor Lecter?" Cuestionó.
Will le miró sorprendido de que se atreviera a dirigirles la palabra más allá de una despedida. Le fastidiaba porque ahí estaba presente la socarroneria alfa sexista y acendrada de la sociedad, razón por la que él se había hecho pasar por beta durante años.
El de lentes miró al doctor hablándose solo con miradas.
"Soy su prometido en realidad."
Hannibal sonrió con amplitud ésta vez. Si el decía algo se hubiera visto muy posesivo y machista de su parte, pero que Will se hubiera animado a hacerlo era lo mejor del mundo.
Mason atisbó en el cuello cerrado de la camisa de franela un collar negro bien oculto, asomándose aún así. Un pequeño secreto mal disimulado.
"Permítanme hacer las presentaciones. Will es agente del FBI. Es perfilador de asesinos seriales" comentó Hannibal luciendo a su pareja como todo individuo enamorado. "Fue en el trabajo cómo nos conocimos. Will. Mason Verger, hermano de mi paciente Margot."
Normalmente en esos momentos era donde debían estrecharse la mano, pero Will no hizo amago de siquiera intentarlo apenas asintiendo con la cabeza, no tenía ningún interés de tocar a Mason Verger, ni cuando éste fuera el que estirara la mano primero. Y de eso Hannibal estaba orgulloso.
Mason no quiso saludarlo tampoco. Ya se habían declarado las posturas de ambos alfas ahí. Will, el prometido del doctor Lecter, era intocable. Él salía sobrando ahí, y su hermana nunca tuvo oportunidad con un omega que por su casi invisible presencia debía ya estar marcado.
Hannibal y Will eran enlazados.
"Muy bien doctor. Veo que está ocupado" reía para sí mismo Mason mirando a Will. "No les quitaremos más el tiempo."
Dio media vuelta y se fue jalando a su hermana por el pasillo de salida. Ella estaba ya hecha a ser arrastrada por la imprudencia y descaro de éste.
A solas Will solo cerró una de sus manos.
"¿Debería sorprenderme de la clase de pacientes que recibes, Hannibal?" Le preguntó su pareja, quien ya había leído en Mason toda su malicia y sadismo.
"Margot es mi paciente, no su hermano" atinó a decir el Alfa yendo por su abrigo, guantes y bufanda para marcharse. "¿Nos vamos?"
Will recargó su hombro en el quicio de la puerta, cruzó los brazos, cerró los ojos.
"En un momento más. No quiero encontrármelos en el estacionamiento."
Hannibal, con sus cosas en el antebrazo, le sonrió.
"¿Te apetece un trago entonces?"
El pelinegro apenas sí alzó la cabeza. Estaba actuando caprichoso.
"¿Te opondrías a que tuviéramos sexo en tu oficina?"
Hannibal quedó esculpido con su sonrisa. No había mejor manera de pasar el trago amargo anterior.
"Eso es poco profesional."
"¿Es un no entonces?"
"No he dicho tal cosa, querido."
Will abrió la puerta para pasar sin romper el contacto visual.
"Que bueno. Porque no lo hemos hecho en casi una semana."
Hannibal entró detrás de él cerrando. Will parecía un zorro burlándose del cazador, al mismo tiempo concentrado por si debía correr y escabullirse aunque no lo hacía en realidad. Siempre se dejaba atrapar, al menos desde que empezaron su relación. Eran un zorro y cazador enamorados. Y resulta tan confortante la noción de saberse deseado, confiar en dejarse atrapar, en dejar su cuerpo y la responsabilidad de su placer en alguien más y que incluso supere nuestras espectativas.
"Yo también te extrañé querido" le dijo el mayor.
Afuera, en su auto, pasando por el consultorio, Mason veía como el doctor Lecter cerraba las cortinas si una figura desdibujada más al interior se sentaba en el escritorio de la oficina.
Sabía lo que iba a pasar en su interior y eso lo incitó a la vez que lo hizo rabiar.
Ese pelinegro no era alguien fácil de domar ni mucho menos dominar, aún así había sido capturado por un Alfa.
El prometido del Hannibal sería algo más que un mero capricho o una víctima más de su mazmorra según sus planes. Querría hacer de él un esclavo y bañarse en la sangre de su antiguo Alfa.

La Purga [AU AOB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora