20 | La chica de los girasoles

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20 | La chica de los girasoles


Luc


Me despierto cuando creo escuchar maullidos viniendo de la cocina. Me estiro en la cama y me giro hacia Dahila, pero lo que me encuentro al intentar envolverla entre mis brazos es el lado de su cama vacío. Mis sentidos tardan un par de segundos en despertarse, y cuando creo escuchar música en el salón, ya me estoy levantando de la cama con una enorme sonrisa. Quiero llenarla de besos. De muchísimos besos.

Camino por el pasillo con los ojos entreabiertos hasta que llego a la cocina y vislumbro la figura de Dahila preparando el desayuno. El poco sueño que tengo se esfuma en cuanto la veo contonear sus caderas al son de la música. Uno de los bordes de la camiseta que le dejé y que lleva puesta se sube lo suficiente para dejar a la vista la tela negra de su ropa interior. Sus movimientos suaves y fluidos me traen a la mente escenas que deseo volver a repetir con ella.

Lo que sucedió esta madrugada no lo tenía planeado. Llevaba semanas prohibiéndome pensar en lo que sucedería si llegábamos a tal punto, incluso una parte de mí tenía claro que lo de esta madrugada no podría llegar a pasar. Esas dudas quizá se debían a que todavía se me hacía difícil pensar que Dahila podía tener interés por mí, o simplemente a mi rechazo ante la idea de volver a intimar con alguien. Pero terminó sucediendo.

No sé si Dahila lo notó, pero mi cuerpo se movía como una hoja de papel en mitad de una ventisca. Estaba temblando. De emoción. De miedo. De amor. Estaba convencido de que no podría volver a entregarme a nadie, pensaba que estaba destinado a continuar quebrándome solo. Y mientras temblaba y me hundía en esos pensamientos, allí estaba Dahila, con esa sonrisa y esos ojos capaces de hacerme olvidar todos mis problemas. No estaba seguro de si estaba listo para desnudarme frente a ella, tenía miedo a que esa especie de sueño estallara como una burbuja. Pero lo hice. Porque sus besos fueron capaces de calmar mis temblores. Mis miedos. Mis dudas. Mis inseguridades. Y entonces, solo quedó amor.

Estoy a nada de rememorar lo que sucedió después, pero entonces, Kiera alias La Traidora, clava sus ojos en mí desde lo alto de la encimera de la cocina. Dahila sigue la dirección de su mirada hasta que se topa conmigo. Abre mucho los ojos y se queda helada en el sitio. Fulmino a Kiera por privarme de aquellas preciosas vistas.

—Por favor, dime que no has visto nada.

—Absolutamente nada. 

Se me escapa la sonrisa al ver su avergonzada expresión. Se gira a toda prisa para continuar cortando la fruta y yo me acerco con una sonrisa. Mis manos toman voluntad propia cuando se anclan en sus caderas.

—Últimamente te noto muy confiado.

Yo también lo he notado, y a diferencia de lo que pensaba cuando todavía no tenía el valor a acercarme tanto a ella, poder tocarla cada vez que tengo la necesidad de hacerlo es más fácil de lo que pensaba. Acerco mi pecho a su espalda y hundo la nariz en su cabello, aspiro el olor del champú de mi casa. Mis dedos se cuelan por debajo de la camiseta que lleva puesta y acarician su piel. Dibujo pequeños círculos en sus caderas, después subo por su cintura y acaricio la zona de sus costillas con suavidad, lo que hace que se encoja. Dejo escapar un suspiro silencioso cuando mis dedos rozan sin querer sus pechos desnudos. Deja de cortar la fruta cuando le entra un escalofrío.

—Luc...

—¿Te he dicho ya lo bien que te quedan mis camisetas? —pregunto y desciendo mis manos para dejarlas quietas sobre su cintura. Tiene un cuchillo en la mano y no me gustaría que alguno de los dos saliera malherido si continúo tocándola.

Cuando salga el sol ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora