Capítulo 12

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ALAS ROTAS.

Por ahora, Eleonor y yo vivíamos en una eterna luna de miel, aun sin estar casados no podíamos evitar vernos todos los días. Cuando ella regresaba del teatro ya estaba esperándola en su departamento, en cuanto nos mirábamos a los ojos la flama de la pasión nos envolvía, ella se había convertido en mi todo, cada que nos despedíamos sentía que el aire dejaba de llenar mis pulmones, un sentimiento extraño me abrumaba, era algo entre tristeza y añoranza, una afección incontrolable.

Escuche agudas notas muy distantes, apenas perceptibles, suspire y entre abrí los ojos, me recosté de lado y con mi brazo busque el delicado cuerpo de Eleonor, me levante sobresaltado al darme cuenta de que estaba solo, "¿acaso ya amaneció?", ahora escuchaba con claridad las notas del piano, mire la ventana aún estaba muy oscuro, luego observe el reloj, eran casi las tres de la mañana, por la rendija debajo de la puerta vi filtrarse una tenue luz, me vestí y salí a la sala. Me recargue en el marco, contemplando su fina silueta, Eleonor se encontraba sentada en el banco y tocaba con elegancia y delicadeza las teclas del piano, era una melodía que no conocía, pero me dio tranquilidad y paz, llevaba puesta una bata de satín rosado y su largo cabello rubio caía sobre su espalda.

- ¿Qué tocas? – me acerque a donde ella y me puse detrás, rodee sus hombros con mis brazos, bese su pelo.

- ¡Lo siento, te he despertado! – sonrió, pero no dejo de tocar, me senté en el banco a horcajadas, admiré la belleza de mi mujer, ¡sí, mi mujer!, que maravilloso se sentía decir esas palabras.

- Para nada – quite el mechón de cabello que cubría su rostro, lo coloque detrás de su oreja.

- Es una canción de cuna – volteó a verme y me sonrió.

- Nunca la había escuchado – bese su hombro sobre la tela.

- Es lógico, es una composición de mi abuela – confesó, su sonrisa se desdibujo al recordar a Edith, sabía cuánto le dolía su ausencia – mi abuela se la compuso a mi madre, ella lo toco para mí y espero tocarla algún día a un hijo mío – sus ojos se llenaron de ilusión. Ahora que Eleonor y yo teníamos una relación más allá de palabras, estaba casi seguro de que su abuela había sido el eslabón para encontrarnos y reconocernos. Por otro lado, su comentario hizo palpitar mi corazón "¡Un hijo!", que maravilloso sería que tuviéramos uno.

- Pues es una pieza hermosa, también espero, la toques algún día para nuestros hijos – la envolví en un abrazo para confortarla, sus ojos se encontraron con los míos, buscamos nuestros labios y nos fundimos en un apasionado beso para consagrarnos nuevamente al amor. Permanecimos abrazados sobre el sofá disfrutando del contacto de nuestra piel. Eleonor estaba sobre mí, su cabeza posaba sobre mi pecho y nuestras manos estaban entrelazadas.

- Tardaste demasiado en llegar – dije como reproche.

- ¡No fue tanto tiempo! – río traviesamente – solo media hora – levanto un poco su rostro y me miro con esos ojos que adoraba.

- Un minuto sin ti, para mí es una eternidad – manifesté serio, me le quedé viendo esperando una explicación.

- Eres un exagerado – entornó los ojos, al ver que no quedaría conforme con su respuesta frunció la nariz, en el fondo ella sabía que yo estaba jugando – las chicas del grupo me entretuvieron, se incorporó para quedar sentada, cubrió su cuerpo con mi camisa – estaban todas alborotadas – suspiro desencantada.

- ¿Y eso por qué? – también me senté, Eleonor tomo el vaso con agua que había en la mesa de centro, dio un gran sorbo y luego me lo entrego, volví a mirarla, esperando que continuara.

¡DÓNDE LAS GAVIOTAS VUELAN!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora