"Regina, el Rey Michael y la Reina Elizabeth llegarán en una hora. Debes estar vestida apropiadamente para la ocasión". Regina miró su cintura ceñida por un corsé que terminaba en capas y capas de tela ondulante. ¿Qué más podría pedirme? se quejó mentalmente la joven morena.
Sin embargo, su rostro permaneció inexpresivo mientras asentía con la cabeza y se dirigía a su habitación. Su habitación personal. Era de suponer que el matrimonio conllevaría a una pareja a compartir la alcoba, y no es que ella se quejara, pero la sola idea de compartir su cama con aquel vil hombre le hacía oprimir la mandíbula con fuerza. El único problema era que dormir separados no impedía las llamadas nocturnas a su joven esposa cuando el Rey se encontraba insatisfecho en su dormitorio.
Aunque las visitas a su lecho la llenaban de pesadillas durante las siguientes noches, se suponía que ella debía estar ahí para responder a todas sus peticiones. Cuando Leopold se daba por satisfecho, la corría de sus aposentos, a veces sin darle la más mínima oportunidad de vestirse.
Le revolvía el estómago. Le hacía sentirse enferma, enfurecida, sucia y desesperadamente sola. Después de sufrir y de volver a vivir la pesadilla, finalmente ideó un mecanismo de defensa para mantener oculto el dolor. Tomó toda su ira y la envolvió cuidadosamente en un personaje majestuoso, esperando cuidadosamente el momento en que pudiera liberarse. Le faltaba un catalizador. Necesitaba algo, o alguien, que cambiara las tornas para que ella, por una maldita vez en su vida, pudiese ganar.
Después de quitarse laboriosamente su vestimenta y sustituirla por el vestido azul que sabía que sería lo suficientemente elegante para la noche. Se puso sin mucho entusiasmo un collar de diamantes en el pecho y se aseguró de que los pendientes hicieran juego. Dio un paso atrás y se miró en el espejo, girando de un lado a otro, mientras sus pensamientos se trasladaban a años atrás. Lo que daría por volver a llevar su ropa de montar, por trenzarse el pelo al azar y dejarlo correr al viento.
Unos golpecitos en la puerta apartaron a Regina de sus pensamientos. Apretó el puño, reprendiéndose mentalmente por dejar que su mente vagara por los pocos buenos recuerdos del pasado, que sólo hacían que la dura realidad que ahora estaba viviendo fuera mucho más dura.
"Adelante " suspiró la morena, esperando que nadie más que una doncella viniera a poner orden en su dormitorio. Sin embargo, una joven Snow estaba en la puerta con un vestido blanco brillante.
"Hola, madrastra. Estás preciosa". Dijo Snow con voz dulce y acaramelada. Regina se estremeció. Cada momento que pasaba en presencia de la chiquilla le producía un fuerte dolor en el pecho. Cada palabra que salía de su boca era una que Daniel no podía pronunciar. ¿Qué había hecho para ser maldecida a una vida tan desgraciada como ésta?
"Hola Snow, tú también te ves muy bien". La sonrisa de Regina se detuvo en su boca. Sus ojos permanecieron en su estado sin brillo.
"Gracias. Padre dice que el Rey y la Reina están llegando. Y han traído a su hija, la Princesa Perdida". La jovencita sujetaba su vestido con las dos manos mientras se balanceaba ligeramente de un lado a otro, con una enorme sonrisa en la cara. "¿Crees que le gustaría jugar conmigo?".
"Por lo que he oído, la Princesa Perdida ya es mayor. De mi edad, supongo", dijo Regina con amargura. No entendía cómo esta princesa desaparecido durante veinte años y ahora encontraba el camino de vuelta a una vida de libertad, derechos y riqueza mientras Regina estaba atrapada en una pesadilla interminable de esclavitud disfrazada de joyas.
"¿Y cuántos años tienes?" Snow pregunto sin pensar. Nunca paraba de hablar. Era de lejos su rasgo más molesto.
"28...Deberíamos ir a saludarlos" espetó Regina un tanto brusca. Se recuperó rápidamente con una sonrisa; no le vendría bien que la preciosa Princesa le dijera a su padre que su madrastra estaba siendo grosera. La morena salió de su habitación y recorrió el largo pasillo adoquinado hasta el gran vestíbulo del castillo. Mientras la chiquilla saltaba detrás de ella, completamente ajena al tornado de sentimientos que se arremolinaban constantemente en el interior de Regina.
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The Lost Princess
FanfictionRegina está atrapada en un matrimonio sin amor y su corazón aún llora la muerte del hombre que ella amaba. Cuando Emma, la princesa perdida, llega a su castillo, Regina descubre que es posible que todo el tiempo en el que ella había estado viviend...