Picnic en el lago

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"¡Eh, Regina, mira esto!" Emma tomó tres manzanas que estaban en la cesta cerca de ella e intentó hacer malabarismos con la fruta. Volaron por el aire durante unos segundos antes de caer al suelo. Regina estaba sentada en un banco de piedra bajo el manzano que la princesa había plantado para ella, leyendo un libro. Observó a la rubia fracasar en sus malabares, conteniendo el movimiento de las comisuras de los labios, y volvió a su libro. Parece que Emma está haciendo honor a la parte bufona de nuestro acuerdo, se rió para sus adentros.

Hacía un día precioso, uno de los primeros que el sol abrasador no había estropeado. Curiosamente, todos los habitantes del castillo estaban trabajando en el exterior, queriendo aprovechar el buen tiempo; las criadas encontraban todo tipo de tareas que les permitieran estar al sol, como limpiar los muros de piedra del castillo. Los jardineros y paisajistas trabajaban laboriosamente, cuidando los jardines y los senderos. Y Emma vagaba por el patio buscando cosas con las que entretenerse también.

Al cabo de un rato, Roland, el hijo de uno de los jardineros, corrió hacia ella, con un perro pisándole los talones.

"Hola Emma. Mira a quién me he encontrado". El niño empezó a correr alrededor de Emma, mientras el perro hacia lo mismo.

" ¡Oh! ¿Y quién es éste amigo?" Emma se agachó y le dio al perro una suave caricia detrás de las orejas.

"Se llama Mancha. Aunque no tiene ninguna, pero eso no importa". Dijo alegremente Roland. La rubia sonrió al ver al pequeño tan feliz.

"Muy bien. ¿Sabe algún truco?"

"No, creo que no. ¿Podemos enseñarle a dar la patita?".

"Bien, puedes ir a buscar algo para darle como recompensa y convertir a este cachorro en un perfecto caballero perruno". Roland corrió a buscarle golosinas a Mancha. Emma empezó a adiestrar al perro para que se sentara, o levantara la pata y lo recompensaba mientras con un "buen chico"

Regina levantó la vista de su libro y observó a Roland mientras corría hacia la rubia. Los dos estaban adorablemente empeñados en enseñarle a mancha a saludar. Se reían y aplaudían cada vez que el perro hacía algo que se pareciera remotamente a levantar la pata. Una sonrisa se dibujó en los labios de Regina y descubrió que, por primera vez, esta se imponía y se extendía por su rostro. Vio cómo Emma daba saltitos y levantaba los brazos cuando el perro lograba el movimiento. Sus rizos rubios rebeldes rebotaban arriba y abajo.

Se quedó mirando el cabello de Emma. Era precioso. Tal vez era la forma en que la luz del sol lo iluminaba, cualquiera que fuera la razón, no importaba. Ella alejó el pensamiento de su subconsciente, al igual que hacía con la mayoría de sus emociones. Sin embargo, estaba confundida por lo cómodos que Emma y Roland parecían estar el uno con el otro.

Si no se equivocaba, se habían conocido apenas unos días antes, pero ahora, justo delante de ella, parecían viejos amigos que no se veía desde hacía mucho tiempo. Quizá Emma era muy buena con los niños, pensó. No se dio cuenta de que la rubia corrió hacia ella y se sobresaltó cuando una voz rompió su ensoñación.

"Regina hay alguien que me gustaría que conocieras"

"¿Hm?" Regina tarareó interrogativamente.

"Este es Mancha. Mancha, te presento a Regina". Emma empujó al perro para que se sentara frente a la morena mientras Roland se colocaba a espaldas de Regina sosteniendo una golosina en el aire.

"Saluda. " Susurró el pequeño. El perro levantó la pata y Regina la acepto, divertida ante el afán del canino para conseguir la golosina que Roland aún tenía en la mano.

The Lost PrincessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora