Un sacrificio por una mujer hermosa

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"Vamos chico, más rápido, más rápido". Emma hizo un chasquido con la boca mientras cabalgaba por el bosque. En realidad, no tenía prisa, pero le apetecía volar y si eso era lo más cerca que estaba de conseguirlo, lo haría. Se detuvo en un arroyo y dejó que su caballo inclinara la cabeza hacia el agua fresca para beber. Bajo del animal y caminó a lo largo del torrente y viendo cómo su reflejo se ondulaba cuando el agua rompía en las rocas que cubrían el suelo.

No tenía ni idea de a dónde iba.

Regina dijo que necesitaba tiempo, ¿Cuánto tiempo? ¿Y qué iba a hacer ella hasta entonces? Se inclinó y sumergió un dedo en el agua. Estaba fría y refrescante, soltó un profundo suspiró y se puso de pie. Cuando su caballo terminó de beber, volvió a montarlo.

Había decidido su destino. Iba a volver a su hogar. El lugar donde había pasado su infancia estaba a sólo una hora del castillo. Llegó en 35 minutos. La única manera de calmar sus pensamientos acelerados y el corazón latente era cabalgar lo más rápido que podía. Así que corrió.

Cuando llegó a un claro entre los árboles, su caballo aminoró la marcha. Más adelante había una cabaña construida con troncos. La madera maciza había sufrido algunos raspones y desgaste a lo largo de los años. El color marrón, antes brillante, parecía ahora más apagado y gris. La pintura de la puerta estaba bastante descascarillada y pálida. Emma ató su caballo y se acercó a la puerta. Llamó dos veces y un instante después, un hombre mayor abrió la puerta lentamente. Era moreno y delgado, pero lleno de músculos. Un cuerpo que había conocido el trabajo duro, pensó Emma.

"¿Em? ¿Eres tú?" Preguntó el hombre esperanzado.

"Hola, papá". La rubia sonrió y abrazo al hombre. Cuando se separaron, el hombre la acompañó al interior de la casa, saco una silla de madera y la invito a sentarse.

"¿Y cómo está mi princesa?" le preguntó.

"Papá, ya no es gracioso ahora que soy realmente una princesa". Emma soltó una risita. Sacudió la cabeza al recordar cómo él siempre solía decirle '¿y cómo está hoy mi princesa?' cuando era pequeña. Ella se vestía con la tela más fina que tenía, fingiendo un gran desinterés y una actitud regia. Respingaba la nariz y decía 'tan bien como puede estar una princesa, supongo' y Daniel y ella estallaban en un ataque de risa.

"Sí, sí, lo sé". Dijo el hombre de buen humor. Se entretuvo preparando un té para la chica mientras ambos se ponían al día. Él le habló de la granja, de los aldeanos, y de los niños de la casa más cercana en el bosque con los que Emma y Daniel solían jugar, de lo que hacían ahora. La rubia venía de visita todos los meses, así que no había una gran cantidad de información nueva que compartir. Una vez agotados todos los temas triviales, el padre de Emma puso su mano entre las suyas.

"¿Qué te pasa, Em? Parece que has envejecido y que llevas un gran peso sobre los

Emma suspiró: "La encontré, papá". Él sabía exactamente de quién hablaba. No era ciego, sabía que su hija había continuado protegiendo a la mujer durante años incluso después de la muerte de Daniel, inventándose excusas para aceptar trabajos mundanos en esa finca.

"Y..." cuestionó el hombre.

"Y ella lo sabe todo...de hecho, tengo que volver pronto para hablar con ella". El padre de Emma asintió. Era un hombre tranquilo. Un hombre reflexivo.

"Si ella te quiere, ten paciencia".

"Soy paciente, he sido paciente todo este tiempo, papá". Insistió la rubia.

The Lost PrincessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora