||Capítulo 1||

4.5K 230 4
                                    

Camino hacia la oficina de mi padre o como yo la llamaba a sus espaldas; la guarida del diablo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Camino hacia la oficina de mi padre o como yo la llamaba a sus espaldas; la guarida del diablo. Una sensación de inquietud ha estado recorriéndome desde que abrí los ojos por la mañana, así como los últimos dos días.

Mi hermano y él habían estado comportándose mucho más amables de lo que lo habían hecho en... nunca, en realidad. Desde que tenía memoria, era como si me mera existencia fuera una abominación para ellos. Una parte de mí pensaba, en ocasiones, en que quizás, si mi madre siguiera viva, las cosas serían diferentes, pero también sabía que era mejor así.

Mi madre una vez me había dicho que estar casada con mi padre era un infierno.

Doy dos toques en la puerta, hasta escuchar la voz gruesa de mi padre gritando un "pase". Todas las veces que había puesto un pie aquí había sido para recibir un castigo, nunca pasaba nada bueno cuando venía aquí.

Lo primero que captan mis ojos son a mi hermano menor, por ocho meses. Isaak Klein era la copia de mi padre, arrogante, cruel y malvado. Podía asegurar que no había ni una pizca de humanidad en su oscura alma.

Era una manzana que no había caído muy lejos del árbol podrido que era mi padre. Yo tuve la suerte de ser criada por Gretel, mi niñera.

Deslizo la mirada hacia mi padre, quien tenía una sonrisa sardónica en el rostro y lo que parecía ser odio en su mirada. Nunca comprendí que había hecho para merecer su odio, quizás había sido nacer o parecerme tanto a mi madre, porque, así como Isaak era una copia de él, yo era una copia de ella.

—Toma asiento, Hanna —ordena.

Hago lo que dice de inmediato, mientras más rápido comenzara todo, más rápido podría irme de aquí. Quizás podría ir a cabalgar un rato, lo que normalmente hacía cuando necesitaba un respiro.

Lo que necesitaba todo el tiempo.

—¿Sí? —pregunto, a través de señas.

Otra de las razones por las que quisa me odiaba era porque no podía hablar, había nacido con ese defecto, tal y como él lo llamaba.

Hace una mueca, como la mayor parte del tiempo, ya que no entendía muy bien el lenguaje de señas, en cambio, mi hermano sí. No porque quisiera, sino porque él lo obligo a aprender para usarlo de traductor.

—Tengo una noticia que darte —dice con voz severa—, y espero que lo tomes bien, ya conoces las consecuencias de no ser así.

Sí, lo hacía. Y era pasar tres días en mi habitación sin comer.

¿Cómo un hombre así podía gobernar un país? No lo sabía, pero me gustaría decirles a todas las personas que lo idolatraban que se habían equivocado al votar por él. Ya que no era más que un monstruo con una máscara de ángel cubriendo su podredumbre.

—Vas a casarte con Dominik Albrecht —suelta.

Mi reacción inmediata es querer gritar "¿Qué?", más no sale ningún sonido de mi boca.

Eso no podía ser cierto.

No podía casarme.

No quería hacerlo.

—Escucha muy bien, Hanna, esto no está a discusión y lo harás de buena manera —se pone de pie—. No me interesa saber lo que piensas, ni cómo te sientes. Por una vez en la vida, has algo útil, como ser una buena hija casándote con ese hombre y dándole todo lo que él te pida, y cuando digo todo, supongo que sabes de qué hablo.

La bilis me sube a la garganta, porque si lo sabía.

Iba a casarme con un desconocido, que, seguramente, me violaría en nuestra noche de bodas.

—¿Por qué? —articulo, al borde de las lágrimas.

—Eso tampoco te interesa —dice Isaak—. Solo has lo que dice papá.

Dejo vagar la mirada por el lugar.

Dominik Albrecht.

Había escuchado hablar de él en varias de las galas que daba mi padre. Era un hombre solitario y muy intimidante, además del mayor magnate de Alemania. Decían que su riqueza era casi igual a la del presidente o incluso mayor. Estaba involucrado con la exportación de minerales.

La opresión en mi pecho aumenta. Era consciente de que algún día me arreglarían un matrimonio, pero nunca creí que fuera tan pronto. Joder, solo tenía veintidós años y ni siquiera había vivido mi vida.

La tristeza le da paso a la ira e inconscientemente, miro él pisa papeles en el escritorio de mi padre. Deseaba enterrárselo en la cabeza, pero seguramente no saldría viva de esta habitación.

Pero ¿habría alguna diferencia si al final estaría muerta en vida?

No, creo que no.

—La boda será mañana, ya tienen todo listo para ti —continúa diciendo Isaak.

Lo miro y una gran decepción me recorre. No sé por qué creí que alguna vez tendríamos una relación de hermano-hermana de verdad. Para ambos no era más que una moneda de cambio.

Y ahora quería saber por qué me estaban cambiando.

No había nada que Bernardo Klein no tuviera o pudiera tener.

—Solo te diré una cosa, Hanna —Papá se inclina sobre mí—, lo echas a perder mañana y me aseguraré de hacer tu vida un infierno —paso saliva, más no le doy el gusto de ver el miedo en mis ojos.

Levanto un dedo atrayendo su atención.

—Gretel viene conmigo —digo

Mira a Isaak esperando a que le diga el significado de mis señas y cuando lo hace, se ríe.

—Como quieras.

Se da la vuelta y regresa a su silla reclinable.

—Ya puedes irte —me pongo de pie con las piernas temblorosas, pero llego a la puerta con pasos firmes, cuando dice—: No olvides sonreír mientras caminas al altar.

Ambos comienzan a reírse, al mismo tiempo una lágrima recorre mi mejilla. Salgo de esa oficina, sintiéndome más triste y vacía que nunca.

Cuando llego a mi habitación me dejo caer en la cama. No lloraría. Ahora mismo era el momento de ser fuerte, si mamá había podido, yo también lo haría.

Tomo mi teléfono y le escribo a la única amiga, además de Gretel, que tenía.

Yo: El día que siempre rogué porque no llegara, me alcanzó.

Su respuesta llega casi de inmediato.

Ida: Juro por lo más sagrado que voy a matarlo.

Podía notar la ira en su voz, la misma que yo trataba de contener. Mi teléfono suena con otro mensaje.

Ida: Sin importar que pase, cariño, no te dejaré sola. Siempre me tendrás.

Dos cosas eran seguras.

Uno, lucharía por mantener mi espíritu intacto.

Y dos, haría de un infierno ese matrimonio. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Eterna Condena © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora