Ese día no tenía pensado hacer nada en absoluto, no habría querido. Después del almuerzo simplemente se había tumbado en su recámara a mirar el techo sin pensar en nada en específico.
Tampoco quería vagar por la casa y ver qué de nuevo podía descubrir, hacía un rato había escuchado la puerta de la habitación de su esposo abrirse y cerrarse al cabo de unos minutos.
Al parecer Thomas habría estado allí, tomado algo de ropa y se había marchado. De seguro habría ido al parlamento a resolver cosas importantes del país. Como su matrimonio por ejemplo.
¿Qué pasaría ahora? ¿Thomas la echaría de su casa? ¿Le pediría el divorcio?
Sus pensamientos habían comenzado a tomar un rumbo bastante alto cuando sintió como alguien tocaba a su puerta.
Alzó la cabeza esperando si alguien abría la puerta y se introducía en la recámara. Esperó unos segundos y... nadie. Solo los golpes en la puerta nuevamente.
Se levantó de su cama dispuesta a abrir. Cuando se asomó al pasillo no había nadie, ni sirvientes ni nada. Se disponía a entrar cuando unos ruidos procedentes del pasillo la atrajeron.
Decidió asomarse y cuando descubrió al causante de todo ese misterio no pudo contener la sorpresa. Emitió un grito ahogado antes de preguntar
- ¿Qué hace usted aquí?
El hombre le tapó la boca y rápidamente la arrastró a su habitación.
- No haga ruido milady, vengo de parte de Alicia. Está preocupada por usted y le envía esto. - Se sacó dos cartas del bolsillo de su levita y se las extendió a la esposa de su amigo. - Por favor lea la carta de Alicia de inmediato, ella me ha pedido que espere su respuesta.
- Gracias. - Dijo la pelirroja quedamente. - Por favor no se quede ahí de pie, tome asiento. - Le señaló una de las sillas de su pequeña salita.
La joven rápidamente se sentó en uno de los divanes y se dispuso a deshacer el lazo que ataba la carta que su amiga le enviaba.
Londres, 1831
Querida Elise.
Me es grato poder hablarte así sea por este medio tan distante, pero no me ha quedado más remedio que hacerlo así. He intentado mil veces ir a verte y créeme que no ha sido una tarea sencilla. Tuve que apoyarme de alguien que realmente conoce esa casa, puesto que a mí no me dejan entrar. Ni a mí, ni a nadie de tu familia. Te han prohibido las visitas.
Quiero saber cómo estás. Aunque sé, a pesar de todo, que el marqués no te hará daño. Henry me lo ha dicho.
Me encuentro muy preocupada por tu estado físico y emocional. Como no se nos permite verte, no sabemos cómo te trata el marqués. Sé que tal vez has querido que hagamos algo por ti, pero tampoco se nos permite. Al ser Lord Leinster tu esposo, tiene todo el derecho sobre tu persona. Ni siquiera tu padre puede interferir.
Necesitas solucionar la situación de tu matrimonio cuanto antes. Aún puedes remediarlo Elise, esto en verdad es muy serio. Supe, de boca de Henry, que el rey no está para nada conforme con todo esto. Y es esperable, eres la mujer austriaca de su ministro ante Austria y su matrimonio no funciona. Debes asumir que esto se ha salido de tus manos.
De parte de tus padres envío muchos besos y de parte de Lawrence, envío un abrazo y una carta.
Lawrence se ha marchado a Austria, al parecer tiene asuntos de estado pendientes allá, y por lo que sé ha sido requerido de urgencia.
Por favor no dejes de escribirme. Henry pasará algunas veces por tu casa y te entregará las cartas.
Te quiere, Alicia.
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Una Libertina Prometida
Ficción históricaElise Castilla es, secretamente, todo lo que NO se desea en una "señorita" de buena cuna: es rebelde, coqueta, siempre se sale con la suya, e incluso gusta de veladas nocturnas en lugares a los que se les acusa no están a la altura de las personas d...