Thomas y Henry ingresaron al lugar.
El burdel de madame Antonette era un espacio pequeño, si se comparaba con los que se encontraban en el centro de la ciudad, pero muy bien organizado y por qué no decirlo, hasta acogedor se antojaba en algunas ocasiones.
En el primer piso, se hallaban la barra y las zonas de apuesta, donde los caballeros se congregaban a apostar y las damas que los acompañaban se sentaban en sus regazos para darles de beber y animarlos a seguir invirtiendo dinero en el lugar. En el segundo piso, se encontraban especies de salitas especiales con asientos que daban hacia balcones, perfectos para todo aquel que quisiese beber algo sin ser molestado. Y por último, el tercer piso que era el favorito de muchos caballeros, era el que contenía las habitaciones privadas donde las cortesanas brindaban sus servicios especiales a todo aquel que estuviese dispuesto a pagar por ello.
Los caballeros se asombraron de lo concurrido que estaba el sitio. Habían hombres de diversas clases sociales bebiendo, apostando, o en todo caso, siendo seducidos por las cortesanas que los invitaban a subir a las recámaras del tercer piso a terminar lo que antes habían comenzado.
Las cortesanas, que eran hermosas, exóticas, con largas cabelleras de todos los colores y texturas, se paseaban con poca ropa por todo el lugar dispuestas a complacer a todos los caballeros y quedarse con el mejor postor que les asegurara el mejor suministro de dinero, joyas, vestidos y, ¿por qué no? hasta vivienda.
Lentamente se abrieron paso entre la mutitud, buscaron una mesa vacía y se sentaron a esperar que los atendieran mientras observaban el panorama que la noche ponía ante ellos.
Algo en el segundo piso captó la atención de Henry. Detrás de una de las salitas especiales, dos jóvenes damas se hallaban tomando una bebida y charlando amenamente. Supo inmediatamente por sus vestimentas, que no eran mujeres de escasos recursos, incluso podría atreverse a decir que eran nobles.
-¿Pero qué tenemos por aquí? -Dijo Henry de repente de forma pícara.
-¿Qué hay? -Preguntó Thomas mirando a todos lados, tratando de localizar lo que observaba su amigo.
-No me lo vas a creer, pero al parecer tenemos a unas pequeñas damitas de la nobleza entre nosotros.
Thomas localizó lo que observaba su amigo. -¿Estás seguro? -Preguntó extrañado. Demás estaba decir que ningún burdel era sitio de entretenimiento para damas de la nobleza y mucho menos aquel, que si bien no era un burdel de mala muerte, no era tan exclusivo y fino como los que ellos acostumbraban.
-Totalmente. -Aseguró confiado. -Solo hay que detallar sus vestidos, mira la tela y los diseños. Muy bien sabemos que ni siquiera la cortesana más adinerada tiene el gusto exquisito que poseen las damas.
El marqués parpadeó totalmente asombrado, dándole la razón a Henry. Nadie de ese lugar podría permitirse vestidos de ese calibre. Ni siquiera las cortesanas más exclusivas y mejor pagadas; y si ese fuera el caso, por lo general, los vestidos que usaban las cortesanas tendían a ser un poco vulgares. Los vestidos de esas damas reflejaban que incluso podían llegar a ser debutantes, debido a los diseños no muy atrevidos que si eran permitidos para las damas casadas.
-¿Pero qué... qué hacen unas damas como ellas aquí? -El hombre no salía de su asombro. -Esas mujeres están locas.
-No lo sé, pero vamos a averiguarlo en este mismo instante. -Se puso de pie con claras intenciones de ir hasta la mesa de aquellas damas.
Su amigo no dijo nada, simplemente lo siguió.
Llegaron hasta la mesa de las señoritas y se plantaron frente a ellas.
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Una Libertina Prometida
Ficción históricaElise Castilla es, secretamente, todo lo que NO se desea en una "señorita" de buena cuna: es rebelde, coqueta, siempre se sale con la suya, e incluso gusta de veladas nocturnas en lugares a los que se les acusa no están a la altura de las personas d...