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𝟐𝟑.
YA PASÓ

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TURÍN, ITALIA
Septiembre 2022



Después de la pelea y el ataque de pánico, Isabella apenas se podía mover. Paulo le trajo un té, se quedó a su lado durante una larga hora e incluso prendió la televisión para poner esas caricaturas boludas que no se banca, pero que a ella le encantan. Estuvieron callados un largo rato, pero también hablaron un poco.

A ella todavía le cuesta asimilar la situación. Se siente malherida por dentro sabiendo que después de todo, la que eventualmente va a hacer mierda esa relación es ella, no él. Se siente una pelotuda por haber ido a la casa de Leandro la noche anterior. Se arrepiente de todo.

Paulo, claro, no la presionó a hacer ni decir nada. Le dijo que si quería seguir estando enojada, que lo esté. Que él no le iba a reclamar cosas, que no se sentía en la posición ni en el derecho para hacerlo, ya que, a fin de cuentas, él era el culpable de aquel malentendido. Isabella solo asintió, agradecida, aunque no era ese el motivo de su consternación.

No se trataba sobre que ella no le creía, pero eso era lo que le decía. Que no estaba del todo segura, solo porque le costaba muchísimo decidir qué mierda iba a hacer ahora. Pero por fin, después de media hora, tragó saliva y le dijo que okay. Que le creía.

Hacerlo se sintió como una cierta clase de redención, como haber revertido los roles en aquella historia. Ahora, Paulo no era más el villano. Ella lo era. Ella lo había cagado a él, no al revés. Y entonces, solo quedaba decidir qué mierda hacer ahora.

Eso se lo dijo a él. Alzó la vista, con los ojos medio llorosos, y le preguntó qué iban a hacer. Paulo le dijo que podían decidirlo mañana, que ahora era mejor que descansaran un rato, ya que ambos estaban exhaustos. Isabella concordó con la idea y porque todavía no se podía mover del todo, subió las escaleras con Paulo detrás suyo, sosteniéndola firmemente de la cintura para que no cayera.

Llegaron a la habitación. Se cambiaron, apagaron las luces, cerraron las cortinas y se desplomaron en la cama, a pesar de que era tempranísimo y ninguno de los dos había comido nada. Al principio, fue algo un poco extraño; se sentían como años desde la última vez que habían dormido juntos. Por eso, para Paulo, tocarla fue todo un desafío: al principio se limitó a tomarla de la mano para asegurarle su presencia a su lado, y ella le respondió con un apretón de gratitud. Después, empezaron a migrar. Isabella se dio la vuelta y él la abrazo despacito, primero solo tocándole un poco la cintura cálida por debajo de la remera, haciendo que ella se estremezca, y después abrazándola completamente cuando ella le dio el visto bueno. Volver a sentirla de esa forma, piel con piel, se sintió como estar en el cielo.

Para ella, era un infierno.

No sentía que se merecía aquel abrazo. Él la sostenía con fuerza, como si la hubiera extrañado y ahora no planeara dejarla ir. Enterró su rostro en el hueco del cuello de Isabella y pegó su cuerpo al de ella, moldeándose a su forma. Se durmió casi instantáneamente y al sentir los latidos de su corazón contra su espalda, Isabella inhaló con fuerza, extrañada ante el sentimiento, que ahora se sentía tan distante. Lo escuchaba respirar, sumido en su sueño.

Era una sensación linda, pero estaba recubierta de espinas: si ella trataba de tocarla, le dolía. Muchísimo.

Ahora, son tan solo eso de las ocho de la noche. Paulo ya se durmió hace rato, pero lo que no notó él es que ella puede hacer de todo, menos dormir. Cerrar los ojos le cuesta horrores y no puede destensar el cuerpo el tiempo suficiente como para relajarse. Desistió de intentar hace varios minutos y en vez, pasó todo este tiempo pensando.

FUCK | l. paredes & p. dybalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora