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𝟑𝟎.
¿ACÁ MISMO?

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TURÍN, ITALIA
Octubre 2022


Se hace de noche rápidamente e Isabella sale al patio con una bikini blanca. Las luces del jardín están prendidas, tanto como las LED de la pileta, las cuales iluminan el agua en tonos de violeta y azul. Volutas de vapor exuden de la superficie plana e Isabella se deleita con la temperatura del agua ni bien posa un pie en el primer escalón.

Se sumerge con rapidez. Tiene el pelo atado, no tiene intenciones de mojárselo así que se reposa contra un borde y cierra los ojos, dejando que el agua climatizada le abrace la piel, abarcándola completa y calentándola en contraste con el aire frío de otoño.

Ahora, rara vez tiene tiempo para relajarse. Siempre está metida en algún drama, con Paulo o con Leandro. Siempre está sintiéndose culpable, o enojada, o con ganas de algo. Nunca puede solo existir.

Es raro, porque antes, lo único que hacía era existir. Sentía poco y proyectaba menos. Después (primero con la llegada de Paulo y después, con la de Leandro), empezó a sentir cosas y le encantó. Pero ahora todo se volvió demasiado y quiere volver a un principio, donde solo estaba ahí, en vilo, flotando con la mente en blanco, escuchando un tintineo sordo en sus oídos que la aislaba del mundo exterior. Quiere existir, sin preocupaciones, ni obligaciones, ni ninguna clase de emoción. Sin preocuparse por elegir entre dos hombres, ni por comer o no, ni por bajarse las pastillas a la mañana, ni por dormir, ni por nada.

Mierda, su vida es un desorden.

Isabella se pasea un rato de lado a lado de la pileta, con la figura de su cuerpo oscurecida debido a la contraluz violeta y azul. El cielo está relativamente estrellado, ella reconoce ciertas constelaciones y cree que si se concentra lo suficiente, podrá ver alguna estrella fugaz.

Paulo salió a la tarde y todavía no volvió. Isabella sabe que está con Paul y Sandro porque hace un rato subió una historia a Instagram con ellos, por lo que sabe que no se tiene que preocupar por su paradero. Y tiene que admitir que saber que tiene la casa sola, sola con Leandro, la emociona un poco, más allá de si pasa o no algo.

No tiene ni idea de dónde estará el ojiazul ahora, pero tiene bien en claro que le gustaría bastante repetir lo de anoche. Eso sí: jamás se sintió tan culpable como ahora, especialmente después de que Paulo la cuestionara al respecto.

Ella no tiene idea de qué es lo que puede haberlo llevado a pensar nuevamente en eso, le reza a todos los dioses porque su esposo no haya escuchado nada del encuentro, pero sí sabe que se siente una hija de puta. Que mientras Paulo le da todo, ella lo traiciona, y aquello la mata. Desde hace varios días que está con ganas de vomitar. 

Pero aún así, no está segura de que la culpa que siente sea más fuerte que la lujuria. Y encima que se dio cuenta que esa atracción que siente por Leandro está más allá de ser meramente física.

Pasa un rato largo. Isabella no cuenta los minutos, pero sí se da cuenta que se le empieza a arrugar la piel y el agua ya no se siente tan caliente como antes, indicándole que ya pasó bastante tiempo. De hecho, la alarma le llega en ese momento, acompañada de unos ojos azules.

Isabella escucha la puerta corrediza de la galería abriéndose y se da vuelta, al tiempo suficiente para verlo a Leandro saliendo de la casa con una toalla en la mano. Está vestido de entrecasa, con unos shorts deportivos negros y una remera rosa desteñida.

FUCK | l. paredes & p. dybalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora