Capítulo 3

46 8 43
                                    

La pantalla del celular se reflejaba en el rostro de la detective Petrova, quien deslizó el dedo por la pantalla y arrugó la frente luego de ver el mensaje de su amiga Jane en la aplicación de mensajería

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La pantalla del celular se reflejaba en el rostro de la detective Petrova, quien deslizó el dedo por la pantalla y arrugó la frente luego de ver el mensaje de su amiga Jane en la aplicación de mensajería.

Jane 7:14 am: Cuéntame qué pasó anoche.

Jane 7:32 am: ¿Aún sigue contigo?

Jane 8:10 am: Zorra, no has llegado al trabajo y tú rara vez llegas tarde.

Jane 8:56 am: ¿No piensas trabajar hoy? Regina, necesito información o no podré hacer nada el resto del día.

Puso los ojos en blanco, sabía que su amiga insistiría en conocer los detalles de la noche anterior, aun cuando no sucedió nada de lo que Jane imaginaba. Estaba por responderle cuando su nombre fue dicho en voz alta por un miembro de la policía a fin de hacerle saber que estaba listo su acceso a la sala de interrogatorio.

Regina acudió muy temprano por la mañana a la prisión estatal de Florida, donde se encontraba un hombre cuya sentencia fue gracias a las amplias investigaciones en las que participó la detective Petrova en un antiguo caso de lavado de dinero. La mujer supo que ese no era su único talento, sino que también, tenía cierto dominio y conocimiento sobre el mercado negro. Lugar donde frecuentemente se vendían órganos robados en buen estado.

Un día antes, Regina recordó las evidencias que recolectó para sentenciar a Benedicto, el delgado y decrépito hombre de cuarenta y seis años que estuvo compartiendo información con la policía para reducir su condena.

El prisionero apareció frente a la detective con una amplia y espectral sonrisa de dientes amarillos, no era la primera vez que Petrova lo visitaba bajo la insignia de hacerle interrogatorios que le ayudaran a resolver nuevas encrucijadas.

—Detective, ¿a qué se debe tan exquisito placer? —expresó el prisionero haciendo algunos ademanes con las manos como si estuviera frente a la realeza, pues solía decirle que era lo mejor que la policía tenía.

—Dejemos las tonterías para después, Benedicto. Siéntate —replicó Regina, señalando la silla que tenía frente a ella.

El hombre asintió y miró de reojo al guardia de seguridad que ejercía su labor de vigilancia.

—¿Sabías que el grandote que nos acompaña, estaba deseoso de conocerte en persona? —expuso con una cara de picardía.

Regina respiró hondo y empujó el aire hacia fuera como símbolo de cansancio.

—¡Oh, vamos, Benedicto! No caeré en tus fastidiosos juegos.

Un falso puchero apareció en la cara del preso, luego mostró la más fea sonrisa que tenía y volvió la mirada en dirección del policía.

—Bien, al menos lo intentamos, grandote.

—¡Cállate y dedícate a responder lo que la detective te pregunte! —soltó el varonil uniformado con el ceño fruncido.

BOX | #ONC2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora